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Pimentel, el dueño del aviso

El conjunto ajedrezado ascendió a la A en 2003 y ya le puso a su escudo la primera estrella. Por problemas económicos se fue para Tunja.

Olga Lucía Barona Torres
07 de julio de 2008 - 07:58 p. m.

Si alguien puede cobrar por ventanilla el campeonato del Boyacá Chicó Fútbol Club es su polémico presidente, Eduardo Pimentel, quien a punta de esfuerzo, de nadar muchas veces solo contra la corriente y de casar largas y desgastantes peleas, puede decir que en menos de cinco años en la categoría A logró lo que muchos equipos grandes e históricos no han podido conseguir con más recursos y mejores nóminas.

Hoy está feliz, radiante. Habla más que un perdido cuando lo encuentran. Abraza y saluda a todo aquel que se le cruce por el camino. Está que se sale de la ropa de la dicha. Y no es para menos.

Pimentel, de 44 años, casado hace 15 con Luisa Betancurt y padre de Nicolás, de 20; Laura, de 11; Jacobo, de seis, y de Gerónimo, que viene en camino, nunca imaginó que el domingo 6 de julio de 2008 estuviera dando con su equipo la vuelta olímpica. “La verdad estaba muy escéptico, porque creí que los árbitros no me iban a dejar ser campeón, por muchos intereses que se manejan en el fútbol”, dice el bogotano.

Pero sí lo logró. Y la satisfacción es doble, porque lo hizo con un club que él mismo “parió” y que ha sacado adelante de varias crisis económicas.

Después de que se retira del fútbol, ¿por qué se le ocurre crear su equipo?

Yo me retiré en el Medellín y estuve dos años por fuera, descansando. Luego regresé con la idea de organizar algo propio para asegurar mi futuro y el de mi familia. Y como no había recursos suficientes, eso me obligó a vender algunas propiedades para comenzar a construir lo que siempre había soñado: tener mi equipo en la Primera B. Mientras tanto, en el 2000 comencé a trabajar en Millonarios, pero la entrada se hizo difícil, porque las personas que estaban en ese momento no querían que yo estuviera. Me contrataron por fuera, para mirar jugadores, un contrato con el que me sentí ofendido, entonces determiné no seguir y empecé a montar mi propio proyecto.

¿Con cuánto dinero arrancó?

Con la venta de algunas propiedades reuní unos 800 millones de pesos. Y con la ayuda del entonces presidente de la Dimayor Luis Bedoya pude meter mi equipo en la B en el cupo del Cortuluá, en 2001. Pero en 2002 determino crear el equipo como Sociedad Anónima (hoy tiene 2.300 socios) y reinvierto otros 150 millones con la venta de mi mejor yegua, La Luisa. En 2003 ganamos la categoría ante Los Pumas de Casanare. Tengo que reconocer, en medio de este proceso, la ayuda de Mario Martínez, el dueño de Manpower.

¿Cómo arrancó en la A?

El primer semestre de 2004 nos fue bien, pero el segundo fue pésimo para el Chicó, porque se nos acabó el dinero, tras una pésima administración del entonces presidente Mariano Díaz, quien nunca hizo la tarea y acabó con la institución. Y cuando el equipo estaba cerca del descenso, todo el mundo saltó del barco.

¿Y entonces qué pasó?

Que en el momento más crítico de la institución, apareció la mano salvadora de Fabio Villa, gerente de la Lotería de Bogotá y me prestó 60 millones. Y con eso, yo les ofrecí a los jugadores 20 millones para el partido que jugamos en Bogotá con el Once Caldas, ganamos 1-0 y nos salvamos del descenso. Entonces me veo obligado a dejar el puesto del técnico y asumir como presidente, además resuelvo irme para Boyacá.

¿La decisión de irse de Bogotá fue por cuestiones económicas?

Esa determinación la tomo por varias razones. Cuando el señor Mariano Díaz fue el presidente, hizo en ese momento una buena relación con el alcalde de Bogotá Luis Eduardo Garzón y al marcharse, pues fue y le llenó la cabeza con muchas cosas que no correspondían. El lío fue que el alcalde se comprometió públicamente a darle una plata al Chicó por ser en ese momento el único bogotano en la final. Políticamente ofreció 400 millones de pesos, pero cuando fui a pedirle el dinero, comenzaron los ires y venires. Esperé cinco meses y nunca salió con nada. Un día me dijo que fuera a donde José Tapias, director de IDRD; hablé con él y salió con la versión de que el alcalde no se había comprometido y que por eso no nos iban a dar ninguna plata. Por eso pensé inmediatamente que mi equipo no merecía estar en Bogotá. Tenía unos amigos muy cercanos al entonces gobernador Jorge Eduardo Londoño, en el departamento de Boyacá, quienes me hicieron una propuesta muy atractiva, me encantó y me fui para allá. Nos ofrecieron un patrocinio cercano a los 1.500 millones de pesos.

¿No le dio nostalgia dejar a Bogotá?

Sí, mucha, pero en ese entonces valíamos cinco y a nadie le interesaba, nadie nos volteó a mirar. Y hoy, más que nunca, no me arrepiento de haber venido para Boyacá. El Gobernador actual me dio también una mano y con un presupuesto de 1.400 millones nos estamos defendiendo.

Con tanto tropiezo, ¿nunca pensó en tirar la toalla?

Sí, lo he sentido, lo que pasa es que soy de impulsos y cuando me propongo algo, lo hago. Muchas veces, ante situaciones adversas me motivo más. Aunque sí, quise salir corriendo e irme mejor a dedicar a mis caballos, que son mi segunda afición, después del fútbol.

¿No se desgasta con esa fama bien ganada de peleador?

Yo no me voy a cansar de pelear contra las injusticias. A dónde veo injusticias, ahí siempre voy a estar yo. Si yo veo que están robando a una señora, yo me voy metiendo sin que me llamen.

¿Cree que el éxito deportivo del Chicó se debió, entre otras cosas, a la continuidad que usted le ha dado al técnico Alberto Gamero?

Claro, eso fue vital, pero también lo fue darle continuidad a muchas cosas. Como todo en el fútbol, el motor se sostiene a punta de resultados; pero cuando uno ve que éstos no se te dan, pese a que el equipo juega bien, hay que aguantar los procesos. Yo pasé en 2005 con Gamero siete fechas sin ganar. Cuando cumplió la séptima le dije: ‘Hay que apretar, porque el departamento hace una inversión y hay que responderle’. Ayudé a apretar a los jugadores y ahí salimos adelante. Tenemos con ‘Game’ una excelente relación porque jugamos juntos muchos años en Millonarios.

¿Cree que con este título le calló la boca a mucha gente que nunca creyó en usted?

No, para nada. La gente tiene derecho a decidir muchas cosas, algunos se equivocan, otros no. Pero yo no estoy pendiente de eso. Me interesa muchísimo —y eso hace parte del ego que llevo por dentro— algo que aprendí del doctor Gabriel Ochoa: uno tiene que ser el mejor y tener siempre una actitud ganadora. Finalmente, sí tengo que decir que logré el título en muy corto plazo, gracias a un departamento que me dio todo. Seguiré aquí toda la vida, éste ya es un equipo boyacense.

De padre, menos regañón

Eduardo Pimentel admite ser temperamental y muy regañón con sus jugadores, pero sin duda, reconoce que en casa “aprieto” más las cosas y suelo ser algo relajado.

Pimentel es padre de tres hijos y un cuarto que nacerá en octubre. “Claro, con el Chicó son cinco, porque a mi equipo lo cuento como un hijo más, ese yo lo parí”, dice muy serio.

“Mi esposa es muy joven, apenas tiene 30 años, así que estoy dispuesto a medírmele a otros tres hijos más”, dice el ex jugador bogotano, quien el domingo en el estadio estuvo acompañado por su familia en la inolvidable celebración.

Por Olga Lucía Barona Torres

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