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La pasión de Castrillón

Se diluye el poder colombiano en la Santa Sede.

Redacción Internacional / Roma y Bogotá
04 de abril de 2009 - 10:00 p. m.

Muy pocos mortales leyeron al detalle la reciente carta de Benedicto XVI a los obispos católicos de todo el mundo a raíz del escándalo que suscitó el levantamiento de la excomunión a cuatro miembros del movimiento lefebvriano, uno de los cuales no admite que el holocausto judío haya ocurrido. Como principal responsable del hecho fue señalado por el propio vocero del Papa, Federico Lombardi, el cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos, presidente de la Comisión Ecclesia Dei, encargada de recoger a las ovejas perdidas de la Iglesia.

En el cuarto párrafo del pronunciamiento pontificio del 10 de marzo, Joseph Ratzinger anuncia: “Tengo la intención de asociar próximamente la Pontificia Comisión Ecclesia Dei —institución competente desde 1988 para esas comunidades y personas que, proviniendo de la Fraternidad San Pío X o de agrupaciones similares, quieren regresar a la plena comunión con el Papa— con la Congregación para la Doctrina de la Fe”.

En la Santa Sede y en los medios romanos que informan sobre el Vaticano, tales palabras significan, ni más ni menos, que el Santo Padre decidió cobrarle la crisis a Castrillón de una manera diplomática aunque contundente: su oficina queda bajo control del cardenal estadounidense William Joseph Levada, el hombre que reemplazó a Ratzinger como Prefecto de Doctrina de Fe. Eso después de que influyentes columnistas como Sandro Magister, de L’Espresso, hablaran de “desastre” e “ineptitud de la curia”. Hasta se citó a Stendhal (Vittoria Accoramboni, Paseos por Roma), el gran realista francés que en el siglo XIX hizo literatura a partir de “la bestialidad de papas y cardenales”.

Como en la cúpula católica no se permite que un cardenal mande a otro, se sobreentiende que el colombiano se queda sin oficina y sin puesto. Fuentes cercanas al Vaticano consultadas en Roma coinciden en que la “contrariedad” del Papa con Castrillón debió ser muy grande para que lo destituyera a través de una carta pública, en la que advierte que el caso suscitó “una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo”, sin permitirle que entregara su oficina después del próximo 4 de julio, día en que el ex obispo de Pereira y ex arzobispo de Bucaramanga cumple 80 años de edad y pierde formalmente su poder en la Santa Sede.

El Espectador intentó sin éxito hablar con el cardenal Castrillón, tanto a través de su secretario personal como por intermedio de la Comisión para Asuntos Latinoamericanos, cuyo vicepresidente es el arzobispo colombiano Octavio Ruiz, quien dijo no saber de las implicaciones de la carta de Benedicto XVI.

En los últimos días habló con el diario El Tiempo para promocionar su reciente libro De frente y sin miedo, en el que el actual secretario de prensa del presidente Álvaro Uribe, César Mauricio Velásquez, le hace un extenso reportaje sobre temas de actualidad. En esa entrevista aseguró que él no fue el culpable del escándalo de los obispos lefebvrianos, que el levantamiento de la ex comunión no fue una decisión suya sino colegiada, que el vocero del Papa fue imprudente al señalarlo a él y que luego se disculpó a través de una carta, y que quien realmente tenía que saber si uno de esos obispos negaba el genocidio de la II Guerra Mundial era el Prefecto para los Obispos, el cardenal Giovanni Batista Re.

Tales declaraciones señalando a dos hombres claves del Papa pudieron aclarar su posición en Colombia, pero en la Santa Sede fueron mal recibidas y el ambiente de reserva frente a Castrillón es creciente no sólo por ese detalle, sino porque la carta pontificia hace énfasis en otros de sus posibles errores. El primero es que el Pontífice se declaró desinformado por quienes como él debían ponerlo al tanto de todos los detalles de los lefebvrianos, un hecho que resultaba trascendental.

El regreso al redil de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X podría significar el fin de una división histórica entre los defensores del Concilio Vaticano II (1962) como tratado modernizador de la Iglesia y los del Concilio de Trento (1545), encabezado por los controvertidos obispos seguidores del fallecido sacerdote francés Marcel Lefebvre, defensor de prácticas como la misa en latín, de espaldas a los feligreses y mirando al altar; del celibato pleno y de una férrea disciplina eclesiástica. Por eso el Pontífice protestó: “Otro desacierto, del cual me lamento sinceramente, consiste en el hecho de que el alcance y los límites de la iniciativa del 21 de enero de 2009 no se hayan ilustrado de modo suficientemente claro en el momento de su publicación”.

Internet y el Vaticano

El segundo mea culpa que toca los temas que ha manejado Castrillón es el que tiene que ver con las comunicaciones del Vaticano con el mundo, explicó Benedicto XVI, doliéndose de que este caso “haya enturbiado la paz entre cristianos y judíos”, porque éstos últimos, a través del Gran Rabinato Supremo de Israel, amenazaron con romper relaciones. Si hay un cardenal al que se le reconoce haber trabajado para que la Santa Sede entrara en la era de internet es a Castrillón, en los años en que se desempeñó como Prefecto para el Clero, cuando era uno de los nueve ministros del Papa Juan Pablo II, una especie de jefe de personal de los 400 mil sacerdotes del planeta.

“El cardenal Castrillón decía: ‘Yo traje los computadores al Vaticano’, y era verdad porque él logró instalar programas de comunicación católica en todos los idiomas, hasta en arameo, griego y latín. Era el dios de las comunicaciones y promovió desde aquí discusiones teológicas intercontinentales sobre el aborto y la eutanasia para enriquecer investigaciones de la Santa Sede”, cuenta una fuente que fue testigo de tales gestiones.

Entonces vivió su apogeo en Roma, hasta el punto de que influyentes medios europeos como Paris Match y hasta el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez lo declararon papable. Desde esa época algunos columnistas romanos lo han criticado por sus posiciones “soberbias” y ya ni aparece en L’Osservatore Romano, el termómetro que muestra a los cardenales que manejan el poder. Pasó de mandar en un gran edificio de la Plaza de San Pedro a una pequeña oficina que, precisamente, es parte del edificio de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Y fue internet la que le jugó una mala pasada en este debate. El Papa manifiesta en su carta que si una lección aprendió fue la de prestarle mayor interés a la tecnología: “Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias”.

Es decir, si Castrillón le hubiera avisado que el obispo inglés Richard Williamson —uno de los cuatro ex comulgados por haber sido ordenados sin autorización papal junto a Alfonso de Galarreta (hispano-argentino), Bernard Fellay (suizo superior de la Fraternidad San Pío X) y Bernard Tissier de Mallerais (francés)— tenía en la red un blog personal en el que explicaba su discurso antisemita, seguramente no hubiera ocurrido “este revuelo tan grande”, en palabras del Papa. En ese sentido, también le cabe responsabilidad al actual Prefecto para el Clero, el brasileño Claudio Hummes, quien hizo a un lado los programas de software que había instalado Castrillón.

La hora del retiro

Una tercer golpe a Castrillón, entre líneas en el mensaje papal, tiene que ver con que le están quitando un tema para el que se requiere una importante formación teológica y capacidad negociadora, cualidades que Castrillón había demostrado durante sus gestiones pacificadoras, por ejemplo durante el conflicto de Ecuador y Perú y en la época de la Guerra Fría siendo enviado de Juan Pablo II para reunirse con personajes como el presidente estadounidense Ronald Reagan.

El cardenal colombiano era considerado entre los mejor formados del Vaticano para advertirle al Papa qué hacer a la hora de evitar cismas en la Iglesia Católica y resulta que ahora se le señala por poner a la Iglesia al borde de otro. “Le están diciendo —asegura otra fuente diplomática—: ‘Los casos que usted manejaba pasan a Doctrina de la Fe’, donde están los verdaderos teólogos de Ratzinger y eso debe ser muy duro para un cardenal teólogo”.

Esta oficina será entonces la que asuma la solución del lío con los lefevbrianos, que consiste en que el Vaticano insistirá en su exigencia de rectificación al obispo Williamson sobre el Holocausto y en que su movimiento decrete que se pliega al magisterio de la Iglesia y reconoce la vigencia absoluta del Concilio Vaticano II, así como del poder de todos los papas desde Juan XXIII hasta el propio Benedicto XVI. Mientras no lo hagan, no les será levantada la “suspensión a divinis” que les impide el ejercicio pastoral.

Pase lo que pase a raíz de la carta de Benedicto XVI, lo cierto es que desde el 5 de julio de 2009 Darío Castrillón perderá además, por su edad, el otro gran poder que le quedaba: el de votar en el cónclave para la elección de un nuevo Papa.

Aún así, un cardenal no se queda en la calle. Podrá seguir viviendo hasta el día de su muerte, si así lo desea, en el apartamento pontificio que le adjudicaron en un tercer piso de la plaza de la Città Leonina, a pocos metros de la Basílica de San Pedro, cuando cumplió 75 años, la primera edad de retiro, y sólo podrá cumplir funciones de delegado pontificio si el Santo Padre le encomienda alguna misión temporal. Además, tendrá siempre para su servicio personal a dos o tres personas y una pensión que oscila entre los 5.000 y 6.000 euros mensuales. Boccato di cardinale.

La nueva generación

Muy pocos cardenales son tan cercanos al Papa como el arzobispo colombiano Octavio Ruiz. Se conocieron en un Congreso Episcopal Latinoamericano en los años 80. A Ratzinger le pareció interesante la hoja de vida de Ruiz porque se formó en teología dogmática en la Universidad Gregoriana de Roma, habla italiano y estaba recomendado por el entonces cardenal Aníbal Muñoz Duque. Se doctoró en teología, ya fue obispo auxiliar de Bogotá y de Villavicencio, y Benedicto XVI le impuso el palio arzobispal, el paso previo al cardenalato. Además de él, se cree que el próximo cardenal colombiano, quien sucederá a Pedro Rubiano Sáenz, será elegido por el Papa entre el arzobispo de Barranquilla, monseñor Rubén Salazar, actual presidente de la Conferencia Episcopal; monseñor Fabio Suescún Mutis, obispo castrense; el arzobispo de Cartagena, Jorge Jiménez, ex presidente del Celam y quien estuvo secuestrado por las Farc, y el arzobispo de Popayán, monseñor Iván Antonio Marín López.

¿En qué queda el poder colombiano en el Vaticano?

Después del apogeo colombiano durante el papado de Juan Pablo II, quien tuvo a Alfonso López Trujillo y a Darío Castrillón como dos de sus ministros, la curia nacional entra en una etapa de crisis en el Vaticano. A partir de julio, Colombia sólo contará con un cardenal con poder nominador, es decir, derecho a voto a la hora de elegir nuevo Papa en el cónclave. Se trata de Pedro Rubiano Sáenz, primado de Colombia, quien es cardenal presbítero como el propio Darío Castrillón. Pero Rubiano ya cumplió 75 años, la primera edad de retiro, sin que el Papa le haya encomendado nuevas funciones. Alfonso López Trujillo, quien falleció hace casi un año, era cardenal obispo, el máximo grado de los purpurados católicos. Queda el obispo Octavio Ruiz Arenas, un bogotano que trabajó once años como secretario de Joseph Ratzinger en la Congregación de la Doctrina de la Fe y ahora que el teólogo alemán es Papa, lo promovió como arzobispo y vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina.

Por Redacción Internacional / Roma y Bogotá

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