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La amante del General

Dos periodistas chilenos investigaron el supuesto romance que durante 40 años sostuvo el dictador Augusto Pinochet con una pianista ecuatoriana.

Nicolás Cuéllar / Buenos Aires
13 de junio de 2009 - 10:00 p. m.

El despacho presidencial en la Casa de la Moneda en Santiago de Chile tenía que estar todo el tiempo reluciente. Incluso antes de que el general Augusto Pinochet entrara a su oficina pasadas las siete de la mañana, como lo hizo prácticamente durante todos los días de su dictadura (1973-1990).

El personal de servicio bajo sus órdenes tenía que lustrar a diario los espejos y los varios muebles de madera que el general tenía. Debían limpiar todo menos la repisa de ébano, que mantenía cerrada con siete llaves bajo el más estricto recelo, y en la que guardaba un secreto que por poco acaba con su matrimonio y su familia.

En esta repisa conservaba las cartas de Piedad Noé, una mujer de cabello castaño y ojos claros que el dictador había conocido en los años 50 en Quito, Ecuador. Una mujer que le robó el corazón y con la que tuvo contacto hasta los últimos días de su vida. Piedad fue su amante durante años y hoy vuelve a surgir como un fantasma que no ha dejado de merodear la tranquilidad de la familia del ex dictador. Así lo describen los periodistas chilenos Claudia Farfán y Fernando Vega, quienes dedicaron tres años a investigar los entretelones de la historia de la familia del General, y quienes se encontraron con verdaderas intrigas y situaciones que bien podrían ser parte de la mejor de las telenovelas latinoamericanas.

El libro La familia, historia privada de los Pinochet, publicado por Random House Mondadori en Chile, es el resultado de esta investigación que tal como lo afirma Farfán, busca mostrar “cómo un hombre de clase media, sin grandes luces y conocimiento, de un día para otro se ve con todo el poder del mundo en sus manos y decide el futuro de un país. Su familia claramente es una prolongación de eso”.

Esa hermosa quiteña

El romance entre Pinochet y Piedad ocurrió antes del golpe militar, en 1956, cuando el entonces Mayor fue enviado a Ecuador para organizar la Academia de Guerra de ese país. A pesar de contar con un salario que no superaba los US$600, ser parte de la misión diplomática hizo posible que Pinochet y su esposa, Lucía Hiriart, se codearan con la crema y nata de la sociedad ecuatoriana.

“Fue en uno de tantos eventos en el que el oficial chileno y Piedad se enamoraron perdidamente”, cuenta Farfán. La versión es corroborada por la prensa argentina, que también sigue el tema con gran apasionamiento. Al parecer el flechazo ocurrió en el salón principal de un lujoso hotel de Quito. El militar chileno llegó del brazo de su elegante y joven esposa. Bailaron como era costumbre los valses y pasodobles generalmente interpretados por veteranos músicos. Pero ese día una melodía de Bach, en las manos de Piedad, hicieron que el Mayor perdiera la cabeza.

Piedad Noé era una hermosa pianista de la sociedad quiteña, que por pedido de la cúpula militar ecuatoriana accedió a ofrecer un concierto aquella noche. Gracias a los favores de un amigo, Pinochet consiguió el teléfono de la esbelta mujer de ojos y cabello claro. La llamó al día siguiente y el flechazo fue mutuo. Desde entonces la pareja fue inseparable. El militar chileno comenzó a buscar excusas para alejarse de las reuniones sociales y encontrarse con ella en los lugares más apartados de Quito. Visitaba su casa a hurtadillas y pasaba largas horas a su lado.

En los círculos militares comenzó a rumorarse que Pinochet tenía un amor clandestino. Según revela una investigación del periodista ecuatoriano Byron Rodríguez, sus alumnos lo veían suspirando por la ventana. El profesor no volvió a ser el mismo estricto y exigente de los primeros meses. ¿Qué pasaba por su cabeza? En el libro La guerra de la funeraria se desliza la posibilidad de que el affaire entre la pianista y el militar hubiera dado frutos.

Cuenta la prensa de Ecuador que la historia del hijo no reconocido de Pinochet se convirtió en toda una leyenda en el país. Algunos aseguran que el supuesto heredero se llamaría Juan y habría sido concebido entre 1956 y 1959 en Quito, la tierra en donde también se flecharon Manuela Sáenz y el libertador Simón Bolívar y que ha sido escenario de clandestinos amoríos entre mujeres y militares extranjeros.

La investigación de Rodríguez señala que después de tener el hijo, que se parece mucho a Pinochet, la pianista se dedicó a cuidarlo y nunca se le volvió a ver. Algunos compañeros del supuesto vástago, que estudió en la Academia Militar Brasil, en Quito, aseguran que era un joven muy disciplinado y estudioso.

“Este romance por poco hace naufragar el matrimonio del militar, situación que pudo haber cambiado la historia de Chile”, señala por su parte Vega.


Embarazada de su cuarto hijo y conociendo la infidelidad de su esposo, Lucía Hiriart decidió regresar a Chile. El militar, confundido, se debatía entre las obligaciones del fuero militar —que no admitía este tipo de situaciones— y lo que podría ser un verdadero dictado de su corazón. Militares ecuatorianos que lo conocieron revelaron el sufrimiento que padeció Pinochet al terminar la misión, en 1959.

Pero pudo más el deber que el corazón. Augusto y Lucía se habían casado el 30 de enero de 1943 a pesar de la negativa de los padres de ambos. Dicen que desde entonces Pinochet tenía deseos de ascender y puso los ojos en Lucía Hiriart Rodríguez, hija de Osvaldo Hiriart Corvalán, abogado, senador, político radical y ministro del Interior. En aquella época, los militares no tenían acceso a las altas esferas sociales, pero luego del matrimonio al ambicioso militar se le abrieron todas las puertas de la alta sociedad chilena.

No podía tirar tanto trabajo por la borda, más aún con los planes que tenía. Finalmente, ayudado por amigos y familiares, el militar chileno decidió reconquistar a su esposa. Fruto de esta reconciliación, nace Jacqueline, la menor del clan, que según los autores del libro, fue siempre la predilecta del general.

Sin embargo, aún sabiendo que su matrimonio pendía de un hilo, la relación entre Pinochet y Piedad, “esa hermosa quiteña”, no terminó del todo. Frecuentes cartas iban y venían. Todas atesoradas por el ya entonces presidente de facto, en su repisa, intocable, de ébano. Incluso, en medio del más absoluto sigilo, Piedad hizo un furtivo viaje a Chile en 1983, cuando el poder del dictador era casi absoluto en el país. Siete años después la amante moriría.

La historia de amor, que duró cerca de 40 años, fue mantenida como secreto de Estado y ahora, tres años después del fallecimiento del dictador, sale a la luz pública. Vega concluye: “Fue uno de los grandes amores de su vida y uno de los temas más difíciles de investigar porque la infidelidad de Pinochet siempre fue el secreto mejor guardado del clan”.

La testigo del romance

Claudia Farfán, una de las autoras del libro que tiene a Chile revolucionado por estos días, asegura que sólo una persona es testigo del tórrido romance entre Augusto Pinochet y Piedad Noé. Según Farfán, una mujer en París tiene en su poder las misivas y fotografías que probarían el enamoramiento del dictador. La periodista también asegura que las mujeres siempre ejercieron una fuerte influencia sobre el general. Dice el libro que la mamá de Pinochet y su esposa fueron las que le aconsejaron en los momentos más difíciles de su dictadura.

El lanzamiento de un libro inquietante

A mediados de 2006, la hija mayor del ex dictador Augusto Pinochet huyó de Chile a los Estados Unidos. Por esos días, el Estado chileno escrutaba con pinzas el patrimonio de su padre, y para muchos fue evidente que Lucía huía para evitar ser detenida.

“Eso nos dio una luz de alerta de cuán profunda era la vinculación de cada uno de los integrantes de la familia con la fortuna”, reconoció en estos días Lucía Farfán, coautora, con Fernando Vega, del libro La familia: historia privada de los Pinochet. Los autores entrevistaron a dos de los hijos de Pinochet, Lucía y Marco Antonio, y a su hermana, Adelina Pinochet Ugarte, y así descubrieron la historia tras la polémica fortuna y su intrigante amantazgo con la ecuatoriana Piedad Noé.

Por Nicolás Cuéllar / Buenos Aires

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