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Expediente carro bomba

Los investigadores del último atentado en Bogotá desempolvaron los sumarios de esta práctica terrorista en busca de pistas y nuevos esquemas preventivos.

Redacción Nacional
21 de agosto de 2010 - 10:00 p. m.

Es una misión de ratón de biblioteca que parece al margen del atentado ocurrido hace diez días en Bogotá frente al edificio donde funciona Caracol Radio, pero por su importancia los expertos de la Dijín de la Policía y la Fiscalía General lo incluyen dentro de la “investigación preincidental”. Se trata de revisar los archivos históricos sobre este tipo de casos en busca de “pistas que fortalezcan la metodología y las hipótesis de la investigación posincidental”.

Releer este montón de investigaciones en un país que va a completar 30 años de explosiones de carros bomba (vea arriba la cronología) ahora es un imperativo judicial teniendo en cuenta que la Fiscalía declaró como delitos de lesa humanidad la mayoría de los atentados narcoterroristas de los años 80 y 90, con el fin de sacarlos del olvido y la impunidad.

El fardo más grande corresponde al cartel de Medellín, organización criminal que supera en extensión y sevicia a la guerrilla y los paramilitares. La historia del ala militar de ‘Los Extraditables’ se reconstruyó a partir de testimonios de lugartenientes de Pablo Escobar, como John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye; Carlos Mario Alzate Urquijo, El Arete, y los alias de La Kika, Ñangas y Memo Bolis. En un tono que raya en el cinismo le contaron a la justicia que fue un día a finales de los años 80 cuando el capo empezó a mascullar la idea de defenderse con bombas escondidas en carros. El detonante fue que sus primeros planes se filtraron hacia sus enemigos del cartel de Cali y le madrugaron con un ataque que desmanteló el edificio Mónaco, en Medellín, donde el narcotraficante vivía con su familia. Entonces descartó una posible “asesoría” de libaneses o irlandeses, y se quedó con la de la banda Eta.

Tras el asesinato de personajes como Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán, los organismos de seguridad lo habían declarado objetivo militar y él acudió al terrorismo indiscriminado para defenderse y sostener su guerra contra la extradición, así hubiera que “acabar con medio país”.

“Don Pablo ordenó contratar al precio que fuera a esa gente”, dijo Popeye. Tras el primer acercamiento, Eta se mostró prevenida y reacia. Sin embargo, una vez Escobar les ofreció millones de dólares el pacto tardó una semana en concretarse.

Los cómplices del criminal no olvidan el día que llegó a la Hacienda Nápoles un vasco experto en electrónica y explosivos. Tras un día de safari y brindis decidió que el mejor lugar para dictar el curso de carros bomba era el hangar, en la cabecera de la pista de la finca. Escobar encargó a alias Pinina buscar a los hombres con alma de sicario y conocimientos de electrónica que se convirtieran en su avanzada terrorista y entre ellos a uno en especial, que se convirtiera en instructor. Pinina le respondió: “Yo tengo un familiar que es el preciso para esta vuelta, porque está en la universidad y está para salir”. Se refería a José Sabala, a quien llamaban Cuco, un precoz ingeniero electrónico que vivía en el sector de Lobaina en Medellín.

El Vasco, cuyo nombre se mantiene en reserva, dedicó un mes a enseñarles a armar y desarmar carros bomba contra el tiempo como si se tratara de un juego.

El día de la graduación hubo show de explosivos en la pista de Nápoles para El Patrón y El Mexicano José Gonzalo Rodríguez Gacha. Cuco les demostró que había aprendido y para el cierre les concedió el placer de activar con un control remoto de aeromodelismo el primer carro bomba de la veintena que entre 1989 y 1993 cobraron la vida de casi 200 personas y causaron heridas a 1.500 más. Así se inició el “holocausto bíblico”, como llamó a esta época Gabriel García Márquez en el libro Noticia de un secuestro. A Escobar le gustó tanto la chatarra de aquel experimento que pidió exhibirla junto al carro baleado que la leyenda de Nápoles asegura perteneció a Al Capone.

De los explosivos, dos toneladas y media fueron destinadas para matar a Miguel Maza Márquez. Le armaron tres carros bomba y ninguno alcanzó el objetivo, uno de ellos porque la bomba camuflada entre rollos de papel higiénico fue descubierta en el selecto sector de La Cabrera, en el norte de Bogotá. Los otros dos causaron la muerte en Chapinero y frente a la sede central del DAS de 63 ciudadanos.

Al mejor postor

Según lo que pudieron establecer las autoridades, una vez Escobar fue abatido, Cuco tomó contacto con comandos urbanos de las Farc y el Eln en las comunas de Medellín y se dedicó a formar terroristas urbanos. Sabala mantenía contacto con la Eta, como se demostró tras la detención en Bogotá en 1993 del militante español Antonio Manuel Pinilla Pérez.

 Quien consolidó esa conexión Eta-guerrilla fue Manuel Pérez Martínez, el cura español que lideraba el Eln y puso sus contactos al servicio de la llamada Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar. Emulando a Escobar, se graduaron con un carro bomba contra el edificio de Isagén en Medellín, en el que probaron una mezcla de clorhidrato de potasio y melaza, camuflada como si se tratara de un cargamento de abono.

 El mismo sistema con que mataron a nueve policías en Fontibón, Bogotá, en junio de 1997 cuando examinaban la carga sospechosa de un camión que los mismos uniformados habían llevado hasta el edificio del comando. Según guerrilleros confesos de las Farc, en ese grupo la máxima referencia en materia de carros bomba fueron el atentado al Club El Nogal en 2003 y el de la Escuela Superior de Guerra en 2006.

Resulta paradójico que luego fue Eta la que hizo de intermediaria para que las Farc trajeran al país instructores en terrorismo del Ejército Republicano Irlandés (IRA) con quienes especializaron el uso de bombas en todo tipo de vehículos, incluidas motos y bicicletas, y entraron en la era de los cilindros lanzados con propulsores. La formalización de la presencia de los irlandeses sólo se vino a verificar a mediados de 2001, cuando fueron detenidos por el DAS en el aeropuerto El Dorado de Bogotá Martin McCauley, James Monaghan y Nial Connolly, quienes habían estado en campamentos de las Farc.

Los expedientes describen al detalle la cadena criminal empleada por estos delincuentes y que incluye a ladrones de carros, fabricantes de placas, talleres de mecánica donde adaptan caletas y contrabandistas de explosivos capaces de infiltrar la industria militar en busca de anfo rosado o de conseguir en el mercado negro los menos potentes verde, amarillo, azul y blanco.

Se llama anfo porque es la mezcla de amonio, nitrato y full oil, combustible que contiene por ejemplo el acpm. Fue utilizado en el atentado contra Caracol y se fabrica a partir de fertilizantes usados en la industria agrícola, lo que permite a los terroristas adquirirlos con mayor facilidad que los explosivos plásticos, más peligrosos de manipular.

La otra fuente es el que llega a través de las fronteras con Ecuador y Venezuela, junto al cordón detonante. Ahora, con el uso de teléfonos celulares para activar las bombas, el riesgo que corren los terroristas es menor al que asumían en los años de Escobar a cambio de tres millones de pesos por carro armado y nueve millones por carro llevado al lugar señalado y activado con éxito.

En cambio el peligro al que se exponen peatones y explosivistas cada vez es mayor. Por eso repasan en los expedientes cómo rearmaron las 2.000 partes del carro bomba que casi derrumba el Club El Nogal en febrero de 2003.

Los expertos antiexplosivos de la Dijín, el CTI y el DAS son graduados en academias del FBI y la ATF en Estados Unidos. Para identificarlos hay que verles en el pecho una insignia de plata con dos ramos de laurel y dos rayos atravesados por una bomba de las que lanzaban los aviones en la II Guerra Mundial. Sobre el escudo exhiben una o dos estrellas dependiendo de la experiencia.

 Siempre andan vestidos con chalecos llenos de pequeños bolsillos en los que cargan guantes quirúrgicos y de carnaza, tres tipos de pinzas para recolección de fragmentos, bolsas de embalaje y mallas para cernir escombros en busca de rastros de “nitritos y nitratos”. Su lema es “calma, paciencia y método”, porque deben descubrir pistas en el motor del carro o en un jirón de la cojinería.

 En un laboratorio de criminalística formalizan las pruebas para evitar que la premonición de García Márquez sobre el narcoterrorismo siga vigente: “Colombia parece un país condenado dentro de un círculo infernal”.

Por Redacción Nacional

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