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Medicina para la crisis

El médico de la Universidad Javeriana deja la Fundación Santa Fe después de dirigirla cinco años. Su cargo en el organismo multilateral es el de director de salud para la región de Asia y el Pacífico.

Carolina Gutiérrez Torres
04 de abril de 2009 - 10:00 p. m.

Pasaron apenas unos segundos, después de sentir una tenue réplica de la tierra, cuando Juan Pablo Uribe —en ese entonces viceministro de Salud— recibió una llamada de su hermano. Con la voz agitada, y en medio de titubeos, el hombre al otro lado de la línea le relató lo que estaba sucediendo frente a él. Le habló de edificios destruidos, de gritos desesperados, de ruinas, de muertos, cientos de muertos, y de moribundos que yacían bajo los escombros.  Luego se perdió la comunicación por días y días, pero el hermano de Juan Pablo se salvó.

Era la 1:19 p.m. del 25 de enero de 1999. Uribe estaba en una reunión en el Seguro Social, en el norte de Bogotá. Su hermano se encontraba a unos pocos pasos de la Gobernación del Quindío, en Armenia. Desde allí fue testigo de la tragedia más grande que haya registrado la historia de la región: un terremoto de 6,4 grados de intensidad en la escala de Richter, que dejó cerca de 1.200 muertos, 3.900 desaparecidos, 5.000 heridos y unas 20.000 edificaciones destruidas.

“Esa llamada nos permitió empezar a planear cómo íbamos a actuar, cómo iba a ser la evacuación de los heridos. Fueron meses muy duros, por la magnitud del desastre, pero pudimos darle respuesta”, dice Uribe, y luego hace énfasis en que esa experiencia ha sido quizá la más “formadora” de su vida.

Médico de la Universidad Javeriana de Bogotá. Paisa sin acento porque llegó a la capital a los 13 años. De Medellín apenas recuerda que nació en una clínica en el nororiente de la ciudad y que vivió más de una década en el sur. Su papá, un abogado laboralista, y su mamá, una trabajadora social y profesora. La familia Uribe Restrepo llegó a Bogotá porque al padre lo nombraron juez de la Sala Laboral de la Corte Suprema de Justicia. Entonces Juan Pablo llegó al colegio San Carlos a terminar sus estudios, y por ese tiempo conoció a Carolina, la que luego de años de noviazgo se convertiría en su esposa. “Nuestros amigos nos dicen que nos conocimos en la ecografía. —dice Uribe y se ríe con un dejo de malicia—. Fuimos novios todos los años”.

La medicina

Juan Pablo Uribe atendió a su último paciente hace 15 años. Lo hizo, cuenta, “porque uno en esta carrera se encuentra con una inmensa dicotomía. O elige llegarles a muchas personas a través de las políticas públicas o puede optar también por la inmensa satisfacción de relacionarse con un paciente y su familia. Es muy difícil manejar las dos cosas. Y yo me decidí por la primera”.

El haber tomado esa decisión, sin embargo, no le resta nostalgia cuando habla de los tiempos del médico con uniforme que recibía pacientes en su consultorio, o del médico que llegó hasta tierras recónditas para atender el resfriado del hijo menor de un campesino. Esa es precisamente una de las imágenes que aún mantiene vivas de esos tiempos: una familia de Tocancipá dándole las gracias, una, y dos, y mil veces, por haberle curado la gripe a un pequeño.

Luego de graduarse en la Javeriana viajó a Estados Unidos, a la Universidad de Michigan, y allí hizo dos maestrías: una en políticas de salud y otra en administración pública. Ya estaba casado con la novia de todos los años, ya tenía dos hijas —Carolina y Natalia—, cuando regresó a Colombia en 1994, a trabajar en la Dirección Nacional de Salud Pública. También pasó por la Fundación Corona (en el área de salud) y en 1998 fue nombrado viceministro. Un año más tarde tendría que afrontar uno de los mayores desastres de la historia del país, el terremoto del Eje Cafetero.

En el Banco Mundial

En unos días Juan Pablo Uribe volverá a Washington, a vivir con sus tres amores y a continuar trabajando en la pasión de su vida: la salud. Llegará a hacer parte del Banco Mundial (BM) y su cargo será, exactamente, “director de salud del BM para la región de Asia y el Pacífico”. Nueve años atrás, esa ciudad fue su casa también, cuando trabajaba en la misma institución como especialista de salud para América Latina.


En 2004, el doctor Roberto Esguerra, al que Uribe llama su maestro, lo invitó a regresar a Colombia y hacer parte de la Fundación Santa Fe de Bogotá. “Decidí volver a Colombia por ese liderazgo del doctor Esguerra. Porque sabía que la Fundación estaba volcada en abrir caminos para mejorar la salud de los colombianos”, cuenta con orgullo, con esa sonrisa de satisfacción que ha sostenido durante todo el diálogo, sobre todo, cuando habla de su profesión.

Entonces retornó a su país por el trabajo en la Fundación Santa Fe, pero también porque quería “sembrar raíces en Colombia y que mis hijas reconocieran el país donde nacimos”. Pasó cinco años en la institución. Ahora, nuevamente, dejará Colombia. El viernes pasado fue su último día de trabajo en el país.

El deportista, el chef, el lector, el padre...

La única vez que escaló en la vida lo hizo en las montañas de Suesca. Esa vez prometió no volver a desafiar su miedo a las alturas, “me congelé del pánico”, y entonces dedicó la vida a otros deportes: el fútbol, el ajedrez, el squash. Sus hijas no heredaron su pasión por los deportes o por la medicina. Catalina, la menor, quiere ser escritora y practica todos los días leyendo y escribiendo hasta el cansancio. Natalia, en cambio, siguió el camino del abuelo: va a ser abogada.

De su nuevo trabajo lo emocionan muchas cosas: volver a la ciudad que lo recibió a él y a su familia durante tantos años, viajar por Asia porque así se lo exige su nuevo cargo, y en esos inagotables recorridos probar todas las comidas que se encuentre en el camino, porque la cocina oriental es otra de sus aficiones.

Llega al Banco Mundial en medio del desplome de las bolsas y los mercados, en medio del crecimiento del desempleo y la pobreza. Él lo sabe y lo toma como el mayor de los retos. “Es un momento en que el Banco tiene una mayor presión por dar resultados efectivos. En el tema de la salud, las crisis generan una presión social  a la que los sistemas deben responder”.

“Mi gran frustración”

“Yo creo que la gran frustración de mi vida profesional es la dirección que ha tomado nuestro sistema de salud, porque al parecer prefiere discutir sobre los resultados financieros de las instituciones, en vez de poner en la mesa el tema del trato a los pacientes.

Este es un momento muy contradictorio, porque reconozco que hay un presidente con un fuerte liderazgo en el sector y muy comprometido en aumentar la cobertura de aseguramiento al sistema.

Pero al mismo tiempo estamos en el peor momento en la asistencia de los pacientes. Con los recursos de la salud se están formando grandes monopolios económicos y se está prefiriendo el criterio de eficiencia económica sobre la calidad de atención a la gente. Digo que es mi frustración que le he dedicado toda mi vida y mis esfuerzos a la salud del país y siento que cada día el sistema se deteriora más”.

Por Carolina Gutiérrez Torres

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