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Gritar un grito

Cuando la "G" se agolpa en la garganta como miles de "GES" que se atropellan, para buscar la "O", irse con ella y alargarla en el aire que se exalta. Y se sueltan las dos, diseminadas, detrás de otras iguales que estallaron. Y la "L" final, como un tañido, como un sonido de metal vibrante. Juntas las tres serán el grito sumo. Héctor Negro.

Juan Carlos Rodas Montoya
25 de julio de 2016 - 08:02 p. m.

Gritar es un verbo natural dentro del campo de juego. Todos gritamos, al compañero, al técnico, al contrario, pero el estadio se queda mudo cuando hay grito de gol porque quien lo marca grita más que los demás. Gritar está en el mismo plano de correr y brincar, son tres verbos tan humanos como animales porque el grito de gol se confunde con la salida de sí para abrazar al animal que se desborda hacia su primigenia animalidad, es decir, al lugar del abrazo del compañero quien, también, se convierte en un bicho extraño.  El grito, la obra máxima del noruego Edvard Munch, ha sido interpretado de múltiples maneras y ha recibido elogios y críticas de artistas y pintores. Cuando uno se fija en esta obra se acuerda inmediatamente del grado de desesperación de Anna Karenina, del joven Werther, de José Asunción Silva, de Quiroga, de Sylvia Plath, de Virginia Woolf y de filósofos y escritores que vivieron en el límite vertiginoso de sus vacíos y sus llenuras. Pero, también, se acuerda uno de futbolistas y deportistas que vivieron su propio drama ante el cobro de un penalti, el gol que iba a ser y no fue, de la definición de un campeonato, la vergüenza de un gol gafiado, en fin. El fútbol nos ha puesto en el mismo plano de los personajes de la literatura porque comparten los mismos miedos. La decisión de un suicido no ha sido definido ni determinado por ninguna ciencia pero los alemanes tienen una palabra para designar a esta incertidumbre que cierra vidas pero abre interrogantes: Freitod. Significa suicidio pero, paradójicamente, y de acuerdo con Juan Villoro, Freiheit significa liberación. No es fácil tomar una decisión tan liberadora cuando hay burlas, chiflidos y derrotas que no se pueden soportar. El arquero alemán Robert Enke, después de la muerte de su hija Lara, tomó la misma decisión que Karenina: ir hacia el tren para que sus huellas fueran borradas de tajo. Una decisión tal vez liberadora pero dolorosa y trágica que no se ha de juzgar porque nadie estaba en la cabeza de quienes lo hicieron. Salidos de sí, o, incluso, metidos en sí, optaron por una decisión tan humana como animal. En El grito de Munch hay desesperación, color irracional, desencanto, pero, también, ganas de salir corriendo y brincando porque alguien hizo un autogol. El gesto de dolor es un grito que libera o, tal vez, es la intimidad propia de un autogol. Un gol es el grito sumo y ellos, los suicidas, han visto lo que los demás no.   

Por Juan Carlos Rodas Montoya

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