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El palíndromo romano

Roma enamora. Con las azaleas de la Piazza Spagna en mayo,  con una caminata a lo largo de un Tiber plateado, con la luz que rasga la oscuridad al colarse por el Oculus del Panteón, con un plato de alcachofas con ajo y menta o con la dolorosa belleza de un Coliseo congelado en el tiempo.

Daniel Gabrielli/ Especial para El Espectador
17 de junio de 2008 - 09:44 p. m.

Déjese seducir por el glamour de la ciudad eterna y prepárese para un exceso de comida, arquitectura y sol en la capital italiana en la que, según dicen, todos los caminos confluyen.

No hay una frase más obvia que la que afirma que Roma no fue construida en un día. Roma representa capas y capas de historia. Es la única ciudad en el mundo en la que se cosen, cual colcha de retazos, tumbas etruscas con termas de la más lejana Antigüedad o palacios renacentistas e iglesias barrocas con las obras de los más aclamados arquitectos del siglo XX.

Los jóvenes que reverencian su guardarropa y sus telefonini caminan sobre una Vía Appia que fue pisada por legendarios emperadores que veneraban a Júpiter o a Minerva; los miles de gatos que engullen cualquier cosa —cristiana o no— se refugian en los estadios que acogieron a feroces leones y la zona del Testaccio es el epicentro de la vida nocturna más chic, y solía ser un matadero. Pero a pesar de estas metamorfosis kafkianas, la esencia de Roma sobrevive: es el profundo orgullo y respeto que sienten los habitantes por su ciudad. Y es que en Roma la historia se siente, se ve y se toca.

Basta sólo con pensar en que el agua refrescante y fría que se bebe en sus innumerables fuentes llega a la ciudad por los mismos acueductos creados milenios atrás.

Aquí es posible viajar en el tiempo. Un día cualquiera puede empezar en el año 64 DC con una visita a lo que algún día fueron las gradas del Circo Máximo. En frente se extiende la impresionante y pesada Domus Aurea (Casa de Oro) que el megalómano Nerón construyó aprovechando el espacio dejado por el incendio que destruyó más de dos tercios de la ciudad. Rodeando el Palatino, una de las siete colinas de la urbe donde se dice que los gemelos Remo y Rómulo fundaron la ciudad, desfilan los imponentes arcos y columnas del triunfo, basílicas y templos construidos por algunos de los Doce Césares de Suetonio.

Tomando una vespa (famosa marca italiana de motocicletas cuya traducción literal es: avispa) se sigue zumbando hasta el Renacimiento, contemplando los cuadros de Caravaggio y Tiziano en la Galería Borghese, el más grande de los pequeños museos, o en el Barroco, disfrutando un célebre helado de avellanas al borde de la fuente de los Cuatro ríos de Lorenzo Bernini en la Piazza Navona.


Una vez saciada la parte cultural, es imperativo hacerle honor al lema que dice que para tener el corazón contento (al menos el pedazo que no le ha entregado a Roma), hay que tener la barriga llena. El lugar ideal para hacerlo es el barrio Trastevere (atravesando el Tiber), la rive gauche romana. Con su carácter medieval acoge varios restaurantes  que sobresalen por su calidad, al contrario de aquellos que pululan en las zonas cerca al Vaticano y al Foro, que con sus pancartas mal traducidas y meseros desesperados por atraer turistas, reducen la experiencia culinaria romana a un triste plato de desabrida pasta y que, como hierba mala, se rehúsan a que se les cante el requiem aeternam.

 La cocina romana tal vez no sea la más refinada del mundo, pero además de ofrecer deliciosos gnocchi cada martes, sus famosas especialidades son tan suculentas que textualmente le “saltarán a la boca” y le “quemarán los dedos” en el afán de comerlas. Se trata de los saltimbocca (escalopes de ternera enrollados en jamón serrano y hojas de salvia frescas, salteados con un toque de vino blanco) y del abbacchio a scottadito (cordero asado con sal pimienta y limón).

Y como en la sencillez está el placer, los bucattini all’amatriciana (pasta hueca con salsa de tomate, tocineta y ají) o  los spaghetti Cacio e Pepe (con queso pecorino —queso de cabra envejecido parecido al parmesano— y pimienta negra), le harán chuparse los dedos recién quemados.

El atardecer romano es un espectáculo en sí mismo. La urbe parece haber sellado un pacto con el sol para que este pinte de naranja sus fachadas. Sus habitantes se encuentran en cafés, bares o restaurantes para el inquebrantable aperitivo y La Vinería del Campo de Fiori es tal vez el más famoso punto de encuentro y una de las zonas más vitales de la ciudad. Poco a poco el cielo se ilumina con las mismas estrellas que guiaron a César y en este momento, tras un solo día, le será imposible no haberle entregado el corazón y todo su AMOR A ROMA.

Cosas que debe hacer

Probar un helado famoso

El bar Tre Scalin de la Piazza Navona (antiguo estadio de Domicinao) ofrece a los turistas el famoso helado al tartufo. Después de esta degustación se puede pasear por la Piazza Barberini para llegar a la exclusiva Vía Veneto. Una vez allá visite la Iglesia de los Capuchinos, que se caracteriza por tener un cripta decorada con huesos de monjes, lo que le pondrá los pelos de punta.

Escuchar al Santo Padre

Los miércoles se realiza la audiencia general con el Santo Padre. Las boletas se deben reservar con antelación en la Prefectura de la Casa Pontífica. Después admire la Pietá de Miguel Ángel y las tumbas de los papas.


Pedir un deseo

Lanzar una moneda en la Fontana di Trevi,  famosa por el chapuzón nocturno de Anita Ekberg en ‘La Dolce Vita’,  para que sus sueños se hagan realidad y para asegurar su regreso a Roma. Hay que admitir que es más sano que la antigua costumbre de beber el agua de la fuente.

Alquilar un motorino

Este vehículo se renta para vagar al estilo de Audrey Hepburn y Gregory Peck en ‘Vacaciones Romanas’, de William Wyler. Pasar por la Piazza del Popolo y tomar la famosa Vía del Corso  franqueando el “pastel nupcial”, apodo dado por los romanos al estrepitoso monumento dedicado a Vittorio Emanuele II,  y el Palazzo Venezia ,donde Mussolini tenia sus cuarteles.

Cosas para evitar

Descuidar sus objetos

Los rateros que andan deambulando por la ciudad en busca de una presa fácil son muy comunes. El robo de billeteras es muy normal en Roma. Cuide sus objetos personales y evite  tomar el bus 64, tristemente famoso por la cantidad de robos. Este bus cubre la ruta desde la estación de Termini hasta San Pedro. ¡Ojos abiertos!

Ir en agosto

En ‘Ferragosto’ los romanos huyen del asfixiante calor hacia la playa más cercana. ¡No hay helado de avellanas que valga! Y dejan atrás una ciudad fantasma en la que tiendas y restaurantes están cerrados debido al clima.

Domingos en museos

El último domingo de cada mes la entrada a los museos es gratuita. Y aunque se encontrará con una infinita riqueza artística, que incluye entre otros a la Capilla Sixtina e impresionantes cuadros de Rafael, Boticelli o Signorelli,  a este caballo definitivamente sí hay que mirarle el diente, a menos de que logre aguantar más de tres horas de pie y aguantar la multitud. 

Fumar

La ley “antifumo” entró en vigor el 10 de enero de 2005, y prohíbe fumar al interior de los lugares públicos. Aunque muchos romanos están en contra, ya es posible comer en un restaurante sin tener que llevar una máscara  antigas.   

Por Daniel Gabrielli/ Especial para El Espectador

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