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La mujer detrás de Einstein

Cuando se cumplen 60 años de la muerte de Mileva Maric, la primera esposa de Albert Einstein, una exposición en Belgrado pretende rescatar la memoria de esta mujer que jugó, en opinión de muchos, un papel crucial en el desarrollo de las ideas del genio alemán.

El Espectador
14 de julio de 2008 - 08:55 p. m.

Mileva Maric y Albert Einstein se conocieron en la Universidad Politécnica de Zurich a finales del siglo XIX. Maric era la única mujer estudiante de física y Einstein comenzaba sus trabajos en el campo de la física teórica.

En 1896 iniciaron una relación sentimental y una intensa colaboración intelectual. Cuando se le preguntaba a Maric por qué no firmaba los artículos que elaboraba junto a su esposo, su respuesta era:  “Somos Einstein”, que en alemán significa “somos una piedra”. Maric es recordada como una sobresaliente matemática.

La exposición que presenta fotografías, cartas y un documental sobre la pareja, se basa en la investigación que desde hace varios años adelanta Djordje Krstic y a través de la cual ha intentado comprobar la verdad sobre la contribución de esta física serbia en las teorías cruciales del siglo XX. En una de las cartas que Einstein envió a Maric le dice entusiasmado: “¡Cuánta felicidad y orgullo sentiré cuando juntos victoriosamente terminemos nuestro trabajo sobre el movimiento relativo!”.

Pero la historia de amor entre la serbia y el físico alemán tuvo un desenlace dramático. Luego de dar en adopción a su primera hija, y concebir dos hijos más, uno de ellos con retardo mental, Einstein terminó alejándose de Maric, disfrutando su fama mundial lejos de ella y contrayendo matrimonio con Elsa Löwenthal.

Maric nunca se repuso de aquel golpe. A pesar del dinero del premio Nobel que Einstein le asignó, terminó viviendo en la pobreza.

Expertos en física aseguran que ella no aportó desde un punto de vista científico a la obra de Einstein, pero sí creen que participó en su desarrollo intelectual y emotivo, que fue la primera persona que comprendió y apoyó su genialidad.

Por El Espectador

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