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Carlos Castellanos y el arte de criar cantores

Hace 20 años, con su canario  Caruso,  ganó el mundial de canto en Italia. Los triunfos de este canaricultor desde entonces no han cesado,  pues esta semana fue designado en Portugal juez mundial de canto trinado, el primer colombiano en llegar a esta posición.  

Sara Araújo Castro
20 de enero de 2010 - 10:35 p. m.

Doña Carmen Collante de Castellanos quedó sorprendida ante la solicitud de su hijo de 5 años para el niño Dios. Una pareja de pericos australianos no era lo que ella se había imaginado. Le tenía de aguinaldo un camioncito y otros regalos propios de un niño de su edad, pero ella haría cualquier cosa por ese único hijo que le daba sentido a su prematura viudez.

Entonces recorrió de puesto en puesto todo el mercado en la Barranquilla de los años 60, buscó en las pajareras hasta encontrar dos cotorras apretujadas en una jaula de madera que calmarían la inquietud del niño. “La frustración fue doble, porque para mí los periquitos australianos eran la representación de Dios, así que fue una decepción, pero además a mediodía ya las cotorras se habían comido la madera y se habían escapado”, cuenta Carlos Castellanos, uno de los primeros canaricultores de Colombia y ganador de la mayor cantidad de premios internacionales en la categoría de canto.

El tono portentoso de su voz contrasta con el canto incesante de los 160 canarios que tiene en el criadero al fondo de su casa. Y también con un refinado oído que alcanza a identificar los mejores tonos y los cantos más sofisticados que los canarios maestros enseñarán a los jóvenes discípulos.  “Si ves —dice Castellanos en medio del bullicio del criadero refiriéndose a un canario en particular—, ahí no puedes negar que suena ttt, una rrr, luego una iii. Es el timbre de la casa que ellos integran a su canto”, afirma el criador con una propiedad que no se puede rebatir, al fin y al cabo no es posible medirse con alguien que ha oído atentamente a los canarios cantar durante toda su vida.

Esa capacidad auditiva, la pasión por las aves, que no sabe de dónde le vino, y la disciplina para estudiar hasta agotar todos los temas de su interés, que aprendió de su madre —una importante maestra de Barranquilla—, son los elementos que hacen de Castellanos un excelente criador. Sin embargo, hay algo que a él se le escapa pero no a quien lo encuentra trabajando en sus animalitos. Se trata de la total entrega y ternura con la que reconoce en cada uno de ellos cualidades y particularidades que los hacen especiales y que le dan un sentido profundo a su propia vida.

Aunque no vive económicamente de este trabajo, pues se dedica al ejercicio de su profesión de abogado, el criadero es para Castellanos una importante razón de lucha diaria. “Cuando descubrí, aún muchacho, el primer libro de canaricultura, y comprobé que era algo digno y no un hobby de corronchos como creían aquí, fue como ver el mar por primera vez. Mi vida cobró sentido”. Es por esto que aunque no se interesan por los canarios, sus tres hijos y su esposa, Margarita, respetan el espacio paterno con admiración: “Mis hijos no son aficionados a los canarios, sino a mi devoción por este oficio”.

Una actividad que le ha dado un sinnúmero de satisfacciones, entre otras el reconocimiento mundial en el año 1989, cuando uno de sus canarios ganó en el mundial de Pordenone, Italia. Entonces la prensa italiana registró el hecho con un titular que le regaló el nombre al talentoso pajarito “Un Caruso colombiano le cantó a Italia”. Castellanos recuerda con emoción ese hecho, pues para tener al mejor canario del mundo hace falta dedicación y esfuerzo permanente, buenos cruces genéticos, pero sin duda una gran dosis de suerte. “Cuando uno atraviesa la puerta del criadero todos los afectos quedan allá. Aquí las decisiones se toman con base en los excesivos miramientos para lograr la perfección. Más allá de cuál sea el canario de mis afectos, a la hora de un concurso tengo que escoger el mejor cantor. Pero si cuando llega allá no quiere cantar, no puedo hacer nada. Así es este oficio”.

Todo ese despliegue de conocimientos que hace Carlos a la hora de hablar de su criadero, sin embargo, empezó con la observación. Porque muchos fueron los pajaritos que enterró en jaboneras en el patio de su casa con un coralito a manera de tumba antes de entender que a las aves les hace daño el sol, necesitan agua permanentemente y hay ciertos alimentos que los pueden matar. Hoy en cambio, con sólo entrar al criadero sabe cuál está enfermo.

Pero hubo un momento que cambió el rumbo de su afición. A mediados de los 80 cuando supo que en Venezuela había un juez para hacer el primer concurso en Colombia. “Cuando Luis Ferro me dijo que estaría listo para un concurso internacional se me escurrieron las lágrimas”, afirma Castellanos. Desde entonces —con la tenacidad que lo caracteriza y la devoción que lo mueve— preparó a sus canarios hasta el triunfo que obtendría Caruso y se preparó él como juez internacional de la Asociación Española de Canaricultura. Cuando no va a juzgar un concurso, entonces puede llevar a sus canarios a concursar, y la verdad es que los trofeos en su estudio demuestran que aunque el Niño Dios sólo trajo unas cotorras comunes que tuvo pocas horas, le compensó con un don que lo ha acompañado toda la vida.

Aprendiendo a entonar

En los últimos 20 años la actividad de la canaricultura ha crecido en Colombia. Son varias las asociaciones de timbrado español en Bogotá, Barranquilla y otras ciudades.

El oficio, que busca la cría de canarios de canto, obliga a un promedio de dos a tres horas diarias de dedicación para mantener principalmente el cuidado y aseo de los canarios.

Cuando los pichones nacen, pasan aproximadamente 30 días antes de estar listos para el entrenamiento que realiza un macho maestro, pues el canto es un rasgo de liderazgo que se ejerce para marcar territorio o para conseguir una hembra, que los jóvenes aprenden de un líder. Es éste quien les da los tonos con los que ellos luego concursarán.

Vea cómo cantan los canarios de Carlos Castellanos haciendo click AQUÍ.

Por Sara Araújo Castro

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