La lucha sin cuartel de un coronel

El coronel Valdemar Franklin Quintero fue asesinado en Medellín el mismo día y por las mismas razones que fue acribillado Luis Carlos Galán en Bogotá: la batalla que emprendió para combatir el poder que el narcotráfico había adquirido a finales de los años 80.

Marcela Osorio Granados - @marcelaosorio24
17 de agosto de 2019 - 03:55 a. m.
La camioneta en la que se movilizaba el coronel cuando fue atacado. / Archivo
La camioneta en la que se movilizaba el coronel cuando fue atacado. / Archivo

Antes de que alguien le diera la nefasta noticia, Carlos Eduardo Franklin ya sabía que a su papá lo habían matado. Ese viernes 18 de agosto de 1989, mientras caminaba por la Escuela General Santander rumbo a la oficina de la dirección general, a la que había sido citado de repente, vio a lo lejos una bandera de Colombia izada a media asta. Carlos Eduardo había ingresado ese año a hacer el curso de oficial para seguir los pasos de su padre, quien en ese momento, a más de 400 kilómetros de distancia, yacía muerto en una calle de Medellín.

A las 6:18 a.m., la camioneta Nissan en la que se movilizaba el coronel Valdemar Franklin Quintero había sido interceptada por sicarios en un semáforo ubicado entre los sectores de Calasanz y la Floresta, al occidente de la capital antioqueña. Quienes estuvieron cerca de la escena señalaron que al comandante de la Policía de Antioquia le dispararon con saña, como si existiera el miedo de que pudiera quedar vivo para luego perseguir a sus verdugos. Los sicarios le descargaron 38 disparos de fusil R-15.

Mientras Carlos Eduardo, en Bogotá, hablaba por teléfono con su hermana Claudia y se ponían de acuerdo para viajar juntos a ver a su padre, en Medellín el hijo menor de la familia y su madre, Leonor Cruz de Franklin, vivían otro calvario. Se enteraron de la noticia mientras Richard (de 17 años) se preparaba para salir al colegio y su madre intentaba levantarse de la cama para iniciar las tareas del día. Había amanecido aquel viernes con un desasosiego particular y un sinsabor extraño que no entendía a qué se debía y que no le había permitido siquiera preparar el desayuno de su hijo. Hubiera podido atribuirlo al estrés y los nervios que en los últimos meses le habían quitado la tranquilidad y le estaban afectado el sueño.

Fue entonces cuando escuchó la noticia extraordinaria en un informe periodístico que se reproducía con voz de urgencia en una emisora radial. Apenas dieciocho minutos antes, Leonor Cruz se había despedido de su esposo, en la intimidad de la alcoba y con la normalidad de la rutina diaria. La confirmación del asesinato del coronel llegó sin tardanzas y, por supuesto, el país entero ya sabía quiénes estaban detrás de las balas asesinas. “Nadie puede dudar de dónde viene este crimen y de dónde nos están disparando. Es la actitud cobarde, el modus operandi de estos sujetos que todos conocen perfectamente: la mafia de Medellín”, dijo el entonces subdirector de la Policía, el general Carlos Arturo Casadiego”.

Siete meses antes Valdemar Franklin Quintero había sido trasladado para que asumiera la comandancia de Antioquia. Una tarea titánica, sobre todo si se tiene en cuenta que en la época ya era bien sabido que el Cartel de Medellín, encabezado por el capo del narcotráfico Pablo Escobar Gaviria, había logrado permear casi todas las instituciones y controlaba a través de sus redes delincuenciales buena parte de lo que sucedía en el departamento. Eso sin contar con que Escobar ofrecía recompensas a los sicarios que asesinaran a jueces, magistrados y policías que se opusieran a sus intereses.

Por eso el coronel se convirtió en una piedra en el zapato para el narcotráfico. De hecho una de sus primeras acciones, y tras la cual proliferaron las amenazas, fue la denominada Operación San Luis, que consistió en el desmantelamiento de una red de laboratorios para el procesamiento de cocaína en la región del Magdalena Medio. A eso se sumó, poco tiempo después, la captura del reconocido caballista Fabio Ochoa Restrepo —padre de tres hermanos que integraban el Cartel de Medellín: Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa Vásquez—, y luego la detención de Freddy Rodríguez Celade, hijo del también narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el Mexicano.

“Valdemar empezó a trabajar, su objetivo era ese y punto. Era un territorio en donde nadie se había atrevido a tocarlos. Pero cuando empezó a golpearlos, a desmantelar laboratorios y hacer capturas, se empezó a sentir el ambiente tenso. Los mismos periodistas le decían cuídese, póngase escoltas. Aun así, jamás contempló la idea de irse de Medellín y yo tampoco contemplé la posibilidad de dejarlo solo”, rememora Leonor Cruz. El coronel no pensó en abandonar su cruzada ni siquiera el 4 de julio de ese año, cuando supo que el carro bomba cargado con cien kilos de dinamita que acabó con la vida del gobernador de Antioquia, Antonio Roldán Betancur, iba en realidad destinado a él. Las dos caravanas eran idénticas, transitaron por el mismo lugar, a la misma hora: los sicarios se confundieron y detonaron la carga al paso del gobernador.

En adelante, para todos fue cada vez fue más claro que los días del coronel estaban contados. “Mi papá y yo sabíamos que él no se iba a morir de viejo o por una enfermedad, a él lo iban a matar. Pero nunca pensamos que fuera en Medellín, creíamos que podría pasar en Bogotá, varios años después. Él mismo decía: si me matan en Medellín se va a armar una guerra terrible porque el Estado se va a ir contra ellos y va a morir mucha gente inocente. Y pasó exactamente lo que mi papá dijo”, señala Claudia Franklin.

Tres décadas después de su muerte, su familia cree que varias de las luchas del coronel Franklin Quintero no tuvieron el resultado por el que él trabajo hasta la muerte. Saben que el crimen quedó en la impunidad, pues los autores intelectuales no pagaron un solo año de prisión. “Para mí es muy doloroso ver que aquello por lo que mi esposo dio su vida, por lo que combatió hasta el último instante, siga ahora peor que antes. Ahora los narcos son de bajo perfil, ya no asesinan como lo hacía este individuo Pablo Escobar; pero en la sociedad quedaron todos los rezagos de esa época. El narcotráfico nos acabó y destruyó hasta el punto de que permeó todos los estamentos y le puso precio a todo el mundo. Hay cosas que no han cambiado”, puntualiza Leonor Cruz.

Por Marcela Osorio Granados - @marcelaosorio24

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