Azar, satánico santificado

La historia del juego de azar en Colombia está llena de claroscuros que vale la pena rememorar. Hoy el país es referente en Latinoamérica.

Guillermo El Mago Dávila
29 de octubre de 2018 - 05:10 p. m.
/Getty Images
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A lo largo de la historia, la sola palabra “juego” ha sido un estigma; señal diabólica. No había bendiciones para el jugador, solo anatemas. Las gentes veían a Satanás en las puertas de los casinos. Esto, sin embargo, no ha detenido a la industria del azar, que ha sabido transitar de lo ilegal a lo legal.

Dos billones de pesos recaudados en las ventas de las apuestas virtuales, $940.000 millones en premios, $28.000 millones en recursos transferidos a la salud por derechos de explotación, 1’525.082 jugadores online afiliados en menos de un año. Estas cifras son la actualidad de la suerte en Colombia.

Es el momento del azar en el país, considerado pionero en la reglamentación de los juegos online y primero en el continente americano. Logros que han recorrido un camino largo, lleno de anécdotas, claras y oscuras, tan antiguas como la conquista misma.

Preocupación de la Corona

“En las instrucciones que la Corona le entregó a Diego Colón, en 1509, le ordenó poner especial cuidado en evitar el juego entre la población”, relata el historiador Antonio Cacua Prada.

Por su parte Juan Rodríguez Freyle narra en El carnero la muerte de Juan de los Ríos en el año de 1581: “Díjole el oidor: 
—Pues tanto tiempo falta vuestro marido a casa y no hacéis diligencia para saber de él? 

Respondiole la mujer: 

—Señor, a mi marido los quince y veinte días y el mes entero se le pasa por esas tablas de juego, sin volver a su casa. En ellas lo hallarán”.

Las loterías y el poder

Luis XIV se casó con María Teresa de Austria en el año de 1660 y ello motivó que se introdujera la Lotería Real: una tómbola que determinaba un regalo para los invitados. El juego comenzó a tomar forma.

El 11 de mayo de 1700 el rey de Francia decía esto a favor de la lotería: “Habiendo observado su majestad la inclinación de la mayor parte de los súbditos a poner dinero en las loterías particulares y queriendo proporcionarles un medio agradable y cómodo de formarse una renta segura para el resto de su vida, ha juzgado conveniente establecer una lotería real”.

Los reyes de España, conscientes del gusto del pueblo, no fueron ajenos al ordenamiento sobre el manejo de las loterías; por eso, por decreto de 1763, a quienes se encontrara contrabandeando con ellas se le imponía, por la primera vez, una pena de 500 ducados. 

Ya en 1789 la lotería, la oficial, producía mensualmente $400. La ilegal, por su parte, no paraba.

En su obra Antonio Nariño , filósofo revolucionario, Enrique Santos Molano cuenta que, por esa época, el general habló de su labor en las empresas sociales: “En los años siguientes (a su desempeño como alcalde ordinario en 1789) estuve también ocupado en servicio público… se me debe la creación y establecimiento de una lotería pública que llegó a producir al Cabildo hasta $400 mensuales”.

El resultado del primer sorteo de la Lotería Municipal realizado en Santa Fe el 1° de noviembre de 1801, la 1.ª suerte con el número 952 pagó $100 y la 3.ª con el 236, que era el mayor, pagó $1.000.

En ocasiones el sorteo debía ser aplazado, de un año a otro, porque no se vendían los 500 billetes que se elaboraban.
Con los años, los juegos y el azar, controlados por el Estado, levantaron al país. La Lotería de Bogotá fue declarada oficial el 16 de marzo de 1820 por el vicepresidente Francisco de Paula Santander, quien expidió el decreto para recaudar fondos y “reparar los caminos, los puentes y las calzadas que estaban en ruinas”.

La trama de los próceres jugadores, acusados de tales ante los reyes o ante sus gobiernos, es apasionante. Allí figuran monarcas, conquistadores, Santander y hasta Bolívar, quien no soportaba que nadie le ganara a las cartas.

***
—¡Mija, aliste los muchachos y la ropa que nos vamos de esta casa! —decía el varón que llegaba a las seis de la mañana y despertaba a la familia.

—¿Y eso por qué? ¿Y como por qué? —decía la sumisa esposa de aquellos tiempos.

—¡Mija, la perdí jugando dados! —respondía él despreocupadamente. 

Palabra de jugador era sagrada. Palabra de honor.

En los juegos de azar, se perdía y se pagaba. No se perdonaba la deuda. El juego ilícito estaba sobre la mesa con el pan o la arepa de cada día. Las autoridades, a cambio de unas coimas, ayudaban así a la quiebra del Estado.
Las casas de juego

En el siglo pasado, las casas de juego eran perseguidas. Todo era clandestino. Se organizaban partidas  de póquer, bacará, dados, ruleta y hasta de gallos, en sitios cuya dirección solo se daba a conocer a último momento. El chance se había convertido en una atracción por el hecho de pagar $700 por peso invertido. Las carreras de caballos estaban autorizadas y el 5 y 6 se hacía mucho más fuerte cada día, tanto que el DANE lo incluyó en la canasta familiar; pero también pululaba el juego clandestino, que buscaba incautos haciéndoles creer en arreglos y ganadores anticipados, y en ejemplares que no iban a la pelea. Jinetes comprados. Campeones dopados o adormilados.

Los empresarios perseguidos se empeñaron en urgir a los legisladores para que se expidiera una ley que garantizara la explotación del juego. En la Constitución Política de Colombia de 1991 se definió el monopolio del Estado. El artículo 336 de 1992 dice: “Ningún monopolio podrá establecerse sino como arbitrio rentístico, con finalidad de interés público o social y en virtud de la ley”.

Los visionarios

Luego aparecieron los visionarios. Se crearon asociaciones y federaciones que fueron moldeando la industria del entretenimiento. Ellos trabajaron fuertemente y al transcurrir 30 años, Baltazar Medina, quien presidía la FECEAP, decía: “Uno de  los casos más exitosos que puede mostrar el país, en el llamado tránsito de la informalidad a la formalidad, es sin lugar a dudas el de los juegos de suerte y azar…”, fortalecida cada día y de las más prósperas valorada en todos los países.

Surgió el chance, salió el Baloto, las loterías decayeron, pero buscaron su tabla de salvación, y con los juegos que se legalizaron llegó la bonanza para todos. Hasta para quienes montaron empresas del Estado, paralelas a las que controlan el monopolio de los juegos.

Santificados

Ahora, con la reglamentación de juegos operados por internet que puso en marcha Coljuegos desde noviembre de 2016, los juegos de azar y las apuestas deportivas adquirieron, en virtud de lo virtual, su santificación y sobrepasaron los cálculos que alguna vez hicieron Janes y Jambres, los magos que se le enfrentaron a Moisés y a Aarón. Los grimorios, libros de magia sagrada, también tenían secretos para ganar en el juego.

Hoy la industria está del lado de los santos y los salmos. “Encuentra tiempo para jugar”, dijo la madre Teresa. “La suerte se echa en el regazo, mas de Dios es la voluntad”, según el Libro de los proverbios. “La suerte pone fin a los disputas de los ricos”, recuerda Jeremías.

A toda esta historia resumida hay que agregarle los cerca de 40 mil puntos de venta que tienen los empresarios, los trece operadores de juegos en línea, los servicios que prestan, la ilusión que venden, el país que se promociona con FADJA (feria de los juegos de azar), el periodismo virtual que se practica y la responsabilidad de un juego sensato, para evitarle al joven la ludopatía y llevarle al anciano un grato esparcimiento para su mente sin que deba arriesgarse para ir a estadios o hipódromos, y en fin, hay que jugar para  acompañar a León de Greiff en su poema Relato de Sergio Stepansky: “Juego mi vida… cambio mi vida… de todos modos la llevo perdida… la juego…”

*Editor revista virtual El Jugador.

Por Guillermo El Mago Dávila

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