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El lente a las migraciones en América

Desde la punta sur hasta el extremo norte, el reportero gráfico Kadir van Lohuizen recorre la Vía Panamericana investigando los principales factores de las movilizaciones humanas en el continente.

El Espectador
15 de agosto de 2011 - 02:00 a. m.

Frustrado porque no lo aceptaron para estudiar fotografía en la universidad, Kadir Van Lohuizen guardó su cámara y creó la ‘Snurkhuls’, Casa de roncar, donde había desayuno, baños y techo para los pobres, drogadictos, prostitutas y destechados de Utrecht, Holanda, su ciudad natal. Pero pronto su creciente intriga por el mundo se hizo incontenible, se desprendió del proyecto, trabajó como marino en las costas holandesas y juntó ahorros para tomar un tren que en diez días lo llevó a la China de 1985.

Ese fue el primero de cientos de viajes por casi todo el planeta. Hoy, Van Lohuizen pasa por Costa Rica, en una travesía destinada a estudiar las migraciones humanas en el continente americano a través del lente de su cámara, con referencia a las zonas de influencia de la Vía Panamericana.

Aunque desempolvó su cámara para ir a China, no fue allá donde se decidió por la reportería gráfica. Pasados seis meses se agotaron sus ahorros y rebuscó trabajos en Hong Kong para seguir viajando, entre ellos actuó como extra en una película de Jackie Chan (“necesitaban que un europeo comiera huevos fritos en un tren mientras la pelea transcurría en el fondo”: Van Lohuizen es un viajero de película) y juntó lo suficiente para ir a Manila, Filipinas, donde escuchó que comenzaba la revolución contra el dictador Ferdinand Marcos. Fue entonces cuando sintió el llamado a fotografiar la historia.

Las travesías que desde entonces ha realizado dan para escribir libros gordos, aunque sus fotos lo dicen todo. Entre otros, ha hecho reportajes sobre los diamantes que se encuentran en África y van a París y Nueva York, los efectos del huracán ‘Katrina’ en Estados Unidos y ahora las migraciones en América.

En 2006 estuvo en la Patagonia haciendo pruebas del proyecto para estudiar las migraciones, aunque no consiguió patrocinio. “En Estados Unidos y Europa muchos ven la migración como una amenaza, algo que debería eliminarse”. Parte de su proyecto está encaminado a reafirmar su convicción: que los inmigrantes son piezas claves del crecimiento económico y cultural de los países, que las migraciones son necesarias.

El holandés perseveró y consiguió la oportunidad de hacer el viaje. Comenzó el pasado 17 de marzo en Puerto Toro, Chile, el punto más al sur de Suramérica, donde viven 10 familias —algunas remanentes de la etnia indígena Yagan, disminuida después de la llegada de Fernando Magallanes en 1520— y hay sólo un pescador. Después de recorrer 25 mil kilómetros y 15 países planea llegar al último paraje de la Panamericana, en Alaska.

Asegura que los principales factores de la migración contemporánea en Suramérica son la economía y la violencia. En Ushuaia, su segundo paraje, se topó con “un pueblo de inmigrantes trabajadores donde la población se duplicó en los últimos seis años. Unos piensan que los inmigrantes traen inseguridad, otros que enriquecen la cultura. Pero todos piensan que la fuerza de trabajo es necesaria”.

En Chile conoció la isla Chiloe, que fue uno de los principales productores de salmón en el mundo hasta 2008, cuando las crisis financiera y viral acabaron la producción y miles de inmigrantes perdieron sus trabajos. Según Van Lohuizen, “es deprimente el trabajo en las plantas de procesamiento que sobrevivieron, algunos reportes dicen que las mujeres trabajan en pañales para no afectar el tiempo de producción yendo al baño”. Por la extinción del salmón, los pescadores se cambiaron al alga, que era requerida por la industria cosmética japonesa, pero el último tsunami afectó las exportaciones al país asiático: “Malas noticias para Chilao y sus pescadores”.

A su paso por Bolivia se topó con una poderosa promesa de la energía renovable: la reserva de litio (elemento que podría reemplazar al petróleo) más grande de la tierra, hallada en el salar de Uyuni. Allí se adelantan pruebas para una planta de procesamiento que podría convertir al país indígena en una superpotencia que acogería a miles de inmigrantes.

En el Amazonas peruano llegó al pueblo Delta 1, que por la fiebre del oro que hay en sus ríos pasó de tener seis casas a más de cinco mil habitantes. Hay tiendas de electrodomésticos y clubes nocturnos donde mujeres nativas sirven a los mineros inmigrantes. Y entrando en lo profundo de la manigua, “de repente aparece un desierto, como si hubiera caído una bomba: ahí están las minas”.

Además de la migración económica, la violencia fue otro factor de desplazamiento que le salió al paso. Estuvo con los mapuches, el mayor grupo indígena de Chile, que durante la dictadura de Pinochet perdieron sus tierras y fueron a dar a Saranabia, un barrio pobre y violento de la capital, del cual ahora están saliendo para recuperar sus territorios.

Pero si algo le sorprendió fue los inmigrantes que pasan diariamente de Colombia a Ecuador (cerca de 1.500 mensuales), porque todos son desplazados por la violencia. La situación de los inmigrantes colombianos, dice Van Lohuizen, se refleja en las condiciones de la Vía Panamericana, que desde el sur hasta la frontera colombiana está en excelentes condiciones pero al ingresar al país se degrada: hay huecos y altibajos, el viaje se convierte en odisea. Y no sólo eso, para Van Lohuizen los caminos reflejan la preocupación de un gobierno por las poblaciones remotas: “Si no hay buen camino, es difícil que llegue la seguridad, la salud, la educación... La gente migra en busca de estos servicios”.

Estuvo en Timbío, Cauca, fotografiando lo que queda de los indígenas Naza después de la masacre perpetuada por los paramilitares en 2001, en la que al menos 27 miembros de la comunidad fueron asesinados. La violencia obligó a la mayoría a desplazarse a Santander de Qulichao. Tres años después el Gobierno devolvió las tierras a los Naza. También fue a Gramalote, Norte de Santander, el pueblo destruido por una falla geológica en 2010, donde habitan familias entre calles y casas por las que “parece haber pasado una ola”. Allí le llamó la atención el mercado de los fines de semana, a donde llegan las familias que fueron desplazadas por la naturaleza. El mercado se convirtió en reunión, en ritual de su memoria.

Lohuizen alza los brazos, abre más sus hinchados ojos, se agarra la cabeza: “No me explico este país, la gente más amable del continente es a la vez la que tiene detrás una larga historia de masacres, crueldades, corrupción, pobreza...”.

Su camino no termina. Faltará ver su paso por Centroamérica y los corredores de droga y contrabando que hay allí; su tratamiento de los mexicanos que pasan a Estados Unidos diariamente; su llegada a Alaska… ¿Qué recóndita historia capturará allí su lente?

Kadir van Lohuizen

El fotógrafo holandés Kadir van Lohuizen ha recibido dos premios World Press y en 2007 creó, junto con diez periodistas, la agencia Noor. Ahora pone el lente en América, buscando pequeñas historias que reflejen factores económicos, políticos y sociales de la migración.

Por El Espectador

 

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