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Así funciona el proyecto de huertas en el barrio Casablanca, en Bogotá

La huerta comunitaria de Miraflores Casablanca impulsa la autosuficiencia alimentaria y la economía circular, promoviendo la sostenibilidad y la integración social en Kennedy.

Leidy Barbosa

21 de febrero de 2025 - 02:30 p. m.
Esta huerta busca despertar en la comunidad una conexión emocional con la tierra y con sus alimentos, inspirando un movimiento hacia la autosuficiencia alimentaria y la sostenibilidad. / Leidy Barbosa
Foto: Leidy Barbosa
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Las huertas urbanas impulsadas por las Juntas de Acción Comunal (JAC) representan una iniciativa clave para fortalecer el tejido social y fomentar el desarrollo sostenible en los territorios. Más allá de ser espacios de producción de alimentos frescos, estas huertas contribuyen a la recuperación de áreas públicas, promueven la interacción comunitaria y generan conciencia sobre el cuidado del medioambiente. Su implementación va en línea con el carácter autónomo y solidario de las JAC, cuya labor busca mejorar la calidad de vida de las comunidades mediante procesos participativos de las personas habitantes de un barrio.

Un claro ejemplo de este impacto es la huerta del barrio Miraflores Casablanca, en la localidad de Kennedy, donde la comunidad, apoyada por Asojuntas Kennedy, ha encontrado en la agricultura urbana una herramienta para la sostenibilidad y la integración social para los residentes. Su proceso comenzó con una visita al barrio Bosa El Regalo, donde conocieron un innovador modelo de economía circular basado en el aprovechamiento de residuos orgánicos. Inspirados por esta experiencia, la propia junta de acción comunal del barrio Miraflores adoptó estas prácticas a su propio contexto, para así transformar los espacios comunitarios en entornos productivos y sostenibles.

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“Inspirada en esta experiencia, implementamos un sistema que aprovecha al máximo los recursos disponibles. En Bosa, las azoteas se han convertido en jardines productivos, pero lo más innovador es su enfoque en el aprovechamiento de los residuos orgánicos. A través de procesos desarrollados con precisión, transforman estos desechos en productos de alto valor, como perfumes aromáticos, aceites esenciales, jabones artesanales y abonos en distintas presentaciones, tanto líquidas como sólidas, demostrando a todos, cómo la agricultura urbana, combinada con prácticas sostenibles, puede fortalecer la economía local y mejorar la calidad de vida de las comunidades”, contó Elena Marcela Buitrago, presidenta de la Junta de Acción Comunal del Miraflores y vicepresidenta de Asojuntas Kennedy.

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Buitrago explica que los beneficios de este proyecto son múltiples y profundos. En primer lugar, ha fortalecido la soberanía alimentaria de la comunidad, permitiendo a los residentes acceder a alimentos frescos y saludables cultivados localmente. Además, ha impulsado el desarrollo económico al generar una fuente sostenible de recursos y oportunidades de emprendimiento para los habitantes del sector.

“Por esas razones, se tomó la decisión de implementar un modelo similar en Miraflores. Sin embargo, no se trataba simplemente de replicar una idea exitosa, sino de adaptarla a las necesidades y particularidades del territorio. La iniciativa ha sido diseñada para responder a los desafíos locales que tenemos nosotros, integrando prácticas sostenibles y promoviendo la participación activa de la comunidad. Con ello, se da un paso significativo hacia un futuro más resiliente, autosuficiente y comprometido con el bienestar colectivo”, puntualizó.

¿Qué objetivos tiene la huerta?

La huerta está integrada principalmente por el grupo de adultos mayores del barrio y el vicepresidente de la junta, quienes la han convertido en un espacio fundamental para el bienestar físico, mental y social de sus participantes. El cultivo de alimentos no solo impulsa una alimentación más saludable, sino que también fortalece las funciones cognitivas, emocionales y físicas de esta población. Además, la presidenta destacó que, al ser un espacio compartido, fomenta la interacción social y refuerza el sentido de comunidad.

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Este compromiso se evidencia en la forma en que la huerta es gestionada por la comunidad, bajo un modelo de autogestión que permite una organización flexible y cooperativa. Los participantes se distribuyen las tareas de manera que cada persona aporte según su disponibilidad. Para garantizar el riego diario, coordinan turnos teniendo en cuenta sus responsabilidades personales. Además, actividades que requieren más tiempo y esfuerzo, como la siembra de nuevas plantas, se programan los viernes, ya sea cada semana o cada quince días, según las necesidades del cultivo.

“El desarrollo de este proyecto ha sido posible gracias al aporte esencial de dos mujeres con amplia experiencia en agricultura urbana, cuyo conocimiento ha permitido consolidar la huerta como un espacio de aprendizaje y autosuficiencia para la comunidad. La visión a futuro es ampliar su alcance, involucrando a amas de casa con tiempo flexible y a personas con compromisos laborales que dispongan de azoteas aprovechables para el cultivo. Esta expansión diversificaría la participación comunitaria y multiplicaría los beneficios de la agricultura urbana, permitiendo que más familias accedan a la producción de alimentos y fortaleciendo la seguridad alimentaria en el barrio”, aseguró la presidenta.

El espacio está dedicado a la producción de hortalizas nutritivas como acelgas, en sus variedades morada y tradicional, espinacas y apio. Además, se complementa con hierbas aromáticas y condimentarias como toronjil, perejil y cebollín, contribuyendo tanto a la diversidad gastronómica como al bienestar de la comunidad.

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Como parte de su enfoque integral, la huerta también implementa prácticas sostenibles en el manejo de residuos orgánicos, reforzando su compromiso con la economía circular. Los restos vegetales generados en el cultivo y el consumo se procesan en un biodigestor, donde se mezclan con aserrín o cascarilla de arroz para su descomposición. Además, según Buitrago, próximamente, el sistema se fortalecerá con la incorporación de lombrices, que permitirán obtener lixiviados de alta calidad, el cual esperan no solo usarlo, sino comercializarlo, cerrando el ciclo productivo y generando un impacto ambiental y económico positivo para la comunidad.

“Paralelamente, se ha implementado un proceso de producción de abono seco a partir de residuos orgánicos como cáscaras de huevo, plátano, yuca, arroz y papa. Estos materiales se secan y luego se trituran manualmente para su reutilización en el cultivo. No obstante, para aumentar la capacidad de producción, se ha identificado la necesidad de adquirir equipamiento más eficiente. Con el fin de financiar esta inversión, se proyecta la creación de una tienda comunitaria en el salón comunal, donde se comercializarán plantas, tierra, abonos y productos cosechados directamente de la huerta, fortaleciendo la sostenibilidad económica del proyecto”, dijo la experta.

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Menciona que el proyecto se encuentra actualmente en una fase piloto crucial, con los primeros cultivos previstos para cosecha a mediados de marzo. Este momento representa una oportunidad estratégica que coincide con la próxima asamblea general, donde se planifica realizar una presentación vivencial del proyecto. La idea es llevar a la comunidad directamente al sitio de cultivo, permitiéndoles observar de primera mano los alimentos producidos, con el objetivo de inspirar tanto su participación en la compra como en el cultivo y las capacitaciones futuras, tal y como ellos se inspiraron de la huerta de Bosa.

“La formación del equipo ha sido fundamental en este proceso. A través de una colaboración con la Universidad del Bosque, el grupo ha recibido una capacitación especializada en huertas urbanas, estando próximos a recibir la certificación correspondiente. El proceso de sensibilización comunitaria comenzó con una estrategia de comunicación a través de WhatsApp, convocando a sesiones de aprendizaje en el salón comunal. Estas sesiones abarcaron tanto técnicas de cultivo como la transformación de residuos de cocina y la elaboración de productos de limpieza. La respuesta inicial fue prometedora, con aproximadamente 20 participantes que aprendieron a elaborar diversos tipos de jabones: para vajilla, de tocador, líquido para ropa y en polvo, todo sacado de la huerta”, mencionó.

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Sin embargo, el proyecto ha enfrentado desafíos económicos, ya que la transformación completa de residuos orgánicos en productos comercializables requiere la adquisición de insumos adicionales, lo que implica una inversión considerable. Esta limitación ha ralentizado temporalmente su avance, pero la comunidad mantiene una visión optimista y permanece atenta a oportunidades de financiamiento, como concursos de emprendimiento y convocatorias que permitan obtener la materia prima necesaria para expandir la capacitación y la producción.

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“A pesar de estos retos, el apoyo recibido ha sido significativo y diverso. Además del respaldo de la comunidad y la Universidad del Bosque, el Jardín Botánico de Bogotá entregó semillas en diciembre, mientras que los demás insumos han sido financiados con recursos propios de los participantes, reflejando su compromiso con la sostenibilidad del proyecto”, afirmó Buitrago.

Este respaldo ha permitido que la huerta trascienda su función inicial como espacio de cultivo, convirtiéndose en un modelo de autosuficiencia alimentaria y economía circular. Al transformar residuos en recursos valiosos, no solo se fortalece la producción agrícola, sino que también se mejora la salud ambiental del territorio. Con esta visión, desde la vicepresidencia de las Juntas de Acción Comunal de Kennedy se plantea replicar el proyecto en toda la localidad. Según Buitrago, la estructura organizativa actual, que integra secretarías de ambiente y desarrollo, ofrece el marco ideal para expandir su impacto y consolidar un modelo sostenible que pueda inspirar a otras comunidades.

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“Este proyecto representa un retorno a nuestras raíces agrícolas, adaptadas al contexto urbano contemporáneo. Recupera la sabiduría tradicional del campo, donde las familias mantenían cultivos tanto para el sustento económico como para el consumo directo. Esta visión histórica nos motiva a reimaginar formas de adaptar estas prácticas ancestrales a la realidad actual de la ciudad”, finalizó.

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Por Leidy Barbosa

Periodista de la Universidad Externado de Colombia, con énfasis en la producción audiovisual y en animación digital. Apasionada por temas medioambientales y sociales.@leidyramirezbLbarbosa@elespectador.com

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