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Los huertos van más allá de ser simples espacios de cultivo: son lugares donde se pueden conservan saberes ancestrales y tradiciones medicinales que son transmitidos de generación en generación. En ellos se cultivan plantas que, durante siglos, han sido utilizadas para tratar enfermedades y dolencias, aportando al bienestar y fortaleciendo la identidad cultural de las comunidades.
Una de estas huertas ancestrales se encuentra en el tercer jardín infantil afro de Bogotá, conocido como “Abriendo Caminos”. Este moderno edificio de varios niveles está estratégicamente ubicado en el barrio Granjas de San Pablo, en la localidad de Rafael Uribe Uribe, en donde más de 110 niños y niñas de diversas etnias, incluyendo afrodescendientes, mestizos e indígenas, encuentran un espacio educativo único. Su propuesta pedagógica se centra en la interculturalidad y en la preservación de las tradiciones ancestrales de las regiones del Pacífico y Caribe colombianos, promoviendo un aprendizaje que integra identidad cultural y respeto por la diversidad.
“Tenemos un equipo multidisciplinario, compuesto por profesionales de la educación y sabedoras tradicionales que se dedican a transmitir estos valiosos conocimientos culturales a los pequeños en sus distintos niveles: caminadores, párvulos y prejardín. Su objetivo principal es crear vínculos significativos con las raíces afrocolombianas. La visión es fomentar una conciencia colectiva sobre la riqueza de nuestra cultura y las tradiciones que traemos desde nuestros territorios de origen. Un ejemplo tangible de esto es el proyecto de la huerta, que conecta a los niños con prácticas ancestrales”, explicó Leidy Tatiana Palacios Urrutia, responsable del jardín.
Comenta que esta iniciativa surgió a partir de una curiosa experiencia durante las actividades pedagógicas, pues cuando las profesoras abordaban el tema de la alimentación, descubrieron que muchos niños asociaban el origen de los alimentos únicamente con la nevera. Esta situación mostró un patrón preocupante: la desconexión generalizada entre los niños y el verdadero origen de los alimentos que consumen, haciendo que esta falta de comprensión también explica, en parte, por qué algunos niños muestran resistencia a consumir los alimentos ofrecidos en los comedores escolares o en el jardín.
“Nos dimos cuenta de que era esencial enseñarles sobre la alimentación desde una edad temprana. Aunque trabajamos con niños muy pequeños, incluyendo caminadores desde un año de edad, decidimos iniciar su educación en la importancia de una alimentación saludable y el verdadero origen de los alimentos. Además, buscamos recuperar un valor fundamental que se ha ido perdiendo en nuestra sociedad: el amor por la tierra. A través de la huerta, los niños no solo aprenden sobre agricultura y nutrición, sino que desarrollan una conexión profunda con la naturaleza y sus ciclos, sentando las bases para una generación futura, más consciente y respetuosa del medio ambiente”, aseguró la docente.
¿Qué implica el proyecto?
La implementación de la huerta comenzó en marzo de este año, cuando se identificó que el jardín infantil contaba únicamente con algunas plantas ornamentales que necesitaban atención. El proyecto se consolidó gracias al apoyo de una sabedora tradicional, cuya labor va más allá de compartir conocimientos ancestrales. Ella trabaja estrechamente con las familias y los niños, promoviendo la preservación de las raíces culturales y el respeto por la diversidad. Este esfuerzo también reconoce y valora las tradiciones aportadas por campesinos y migrantes venezolanos, quienes enriquecen la iniciativa con sus saberes, muchos de los cuales están en riesgo de perderse debido al ritmo acelerado de la vida urbana.
“El inicio del proyecto presentó varios desafíos. El espacio disponible en el antejardín era limitado, y los recursos eran escasos. Sin embargo, gracias a la colaboración de una empleada de servicios generales, cuya familia posee un invernadero, pudimos obtener las primeras plántulas y tierra. Aunque esto representó una inversión económica, el equipo organizó actividades para recaudar los fondos necesarios para la compra de tierra, abonos y demás insumos”, contó Palacios.
Siguiendo los conocimientos ancestrales, respetaron los tiempos adecuados para trabajar la tierra, organizando cuidadosamente las actividades para que los niños tuvieran un contacto directo con ella, las plantas y organismos como las lombrices. Este enfoque no solo les ayudó a superar sus aprensiones iniciales, sino que también les permitió desarrollar una conexión más profunda con la naturaleza. Además, integraron elementos culturales significativos, como cantos y rituales dedicados a la tierra, bajo la creencia de que las plantas responden a las voces y energía. Esta experiencia se enriqueció aún más gracias al espacio musical del jardín, equipado con instrumentos tradicionales como cununos, bombos, xilófonos, marimbas, palos de agua y panderetas, que suman valor cultural y estimulan la creatividad de los niños.
“La preparación inicial, desde el acondicionamiento de la tierra hasta la primera siembra, tomó aproximadamente un mes. Las familias se involucraron activamente, aunque notamos que muchas desconocían la diferencia entre plantas aromáticas, medicinales y ornamentales. Esto nos llevó a organizar talleres de sensibilización con la sabedora, quien les enseñó sobre las plantas más adecuadas para el clima bogotano”, menciona.
Actualmente, la huerta está organizada en secciones que incluyen plantas medicinales, comestibles y ornamentales, ofreciendo un espacio diverso y funcional. Entre las especies cultivadas con éxito se encuentran hierbabuena, menta, tomillo y romero, que aportan tanto en la cocina como en la salud. En la sección medicinal destacan plantas como la insulina y el acetaminofén natural, utilizadas para aliviar dolores de cabeza cuando se consumen en las proporciones adecuadas.
La sección de comestibles incluye perejil, lechuga, acelgas y plantas de tomate que están a punto de dar su primera cosecha. Además, se han sembrado especies esenciales para las tradiciones culturales, especialmente aquellas vinculadas al trabajo de las parteras, como el llantén y la caléndula, cuyas propiedades son ampliamente reconocidas y valoradas en la medicina ancestral.
“Cuando el Jardín Botánico realizó su primera visita, aproximadamente dos o tres meses después de iniciado el proyecto, nuestras plantas ya estaban próximas a dar su primera cosecha. Este avance tangible los inspiró a aumentar significativamente su apoyo. Lo que inicialmente se planteó como una contribución de 10 a 20 bultos de tierra y abono, se convirtió en una generosa donación de 80 bultos, además de una amplia variedad de plantas, incluyendo diferentes tipos de lechuga, tanto verde como morada”, dijo Palacios.
Sin embargo, han surgido algunas dificultades, principalmente relacionadas con el trabajo manual y el conocimiento técnico. Un ejemplo de ello es el proceso de trasplante, que implicaba extraer cuidadosamente las plantas existentes para dar espacio a la nueva siembra, una tarea que requiere delicadeza y conocimiento. Conscientes de que no cualquiera puede manejar las plantas con el cuidado necesario, identificamos entre nuestras maestras a aquellas con experiencia previa en cultivo, especialmente quienes provienen de territorios donde las azoteas y eras (espacios tradicionales de siembra) son comunes.
“La mayoría de nuestro equipo docente proviene del Chocó, aunque algunas maestras tienen raíces en Buenaventura. A pesar de las diferencias en las prácticas de cultivo entre Chocó, Buenaventura y Tumaco, todas comparten una conexión profunda con nuestra herencia cultural afro y la agricultura, fundamental para la supervivencia de nuestros ancestros. En las comunidades afro de Colombia, el concepto de las azoteas es común, aunque varía en su implementación: algunos cultivan directamente en el suelo, otros usan camas elevadas, o reutilizan materiales domésticos para sembrar. Sin importar el método, lo que une estas prácticas es el amor y la gratitud por la tierra, que nos considera parte de la naturaleza”, menciona la docente.
El proceso de renovación, que se extendió desde junio hasta la actualidad, incluyó la cuidadosa extracción de las plantas, la distribución de la nueva tierra, la preparación inicial del suelo con abonos específicos, y finalmente, la resiembra. Esta nueva etapa ha sido tan exitosa que nos ha permitido compartir nuestra cosecha no solo dentro del jardín infantil sino también con la comunidad. Muchas familias han solicitado esquejes de nuestras plantas, lo que ha expandido el impacto del proyecto más allá de nuestras instalaciones.
“La huerta se ha convertido en un catalizador extraordinario para el desarrollo educativo integral de los niños la cual va mucho más allá del simple cultivo; es una herramienta pedagógica que incorpora la expresión corporal a través de bailes y cantos durante la siembra. Este enfoque nos permite explorar aspectos culturales como los carnavales colombianos, las fiestas patronales, nuestra vestimenta tradicional y nuestro léxico particular. El impacto ha sido tan positivo que incluso familias no afro solicitan específicamente que sus hijos permanezcan con las maestras afro. No buscamos crear divisiones, sino mostrar que nuestra forma de cuidar y educar trasciende las diferencias étnicas” resaltó.
¿Cuál es el futuro del proyecto?
Este año, el proyecto de la huerta del jardín infantil fue postulado a los “Premios por la Niñez” de la Secretaría de Integración Social, no con el objetivo de obtener reconocimiento, sino para difundir un mensaje clave: cualquier persona en Bogotá puede crear su propia huerta urbana, sin importar el espacio disponible o su nivel de experiencia en jardinería. De hecho, la visión de la iniciativa va más allá de su espacio actual, buscando que toda la localidad de Rafael Uribe se convierta en un territorio de huertas urbanas, donde cada hogar y centro educativo integre el cultivo como parte de su vida cotidiana.
“Un ejemplo inspirador de esta integración ha sido el trabajo de nuestra sabedora con las familias, enseñándoles la elaboración de productos medicinales tradicionales. Las sesiones han incluido la preparación de ungüentos y pomadas utilizando plantas como la caléndula para diversos usos terapéuticos, y el yantén para tratar hematomas. Este conocimiento no solo preserva nuestra medicina ancestral sino que también abre posibilidades de emprendimiento para las familias, especialmente aquellas con recursos limitados”, aseguró Palacios.
La docente concluye destacando que su propósito a futuro es que todas las familias bogotanas reconozcan el valioso legado que la cultura afro tiene para ofrecer a la sociedad. La comunidad continúa compartiendo sus saberes y tradiciones, preservando conocimientos ancestrales que han demostrado su capacidad para transformar vidas. Su deseo es que este impacto no se limite a una sola localidad, sino que se expanda por toda la ciudad, para que más personas se enamoren de la tierra, de su historia y de sus raíces.
“Un claro ejemplo de este legado que queremos dejar son las parteras que tenemos en un kilombo aquí cerca, ellas son mujeres sabias que han acompañado el nacimiento de generaciones, asegurando el bienestar de madres e hijos a través de prácticas ancestrales y que nos han ayudado un montón trasmitiendo conocimientos de las plantas que usan. Esta sabiduría de nuestras comunidades que tratamos de trasmitir a tráves de la huerta actúa como un puente entre el pasado y el presente, demostrando que el conocimiento ancestral sigue siendo relevante y valioso en la sociedad contemporánea”, finalizó.
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