En medio del ajetreo urbano, las huertas comunitarias se han convertido en espacios de transformación y esperanza. Más que simples parcelas de cultivo, representan una oportunidad para reconstruir vidas y fortalecer lazos sociales. Un ejemplo de ello es la Huerta Semillas de Vida, una iniciativa en la localidad de Rafael Uribe Uribe donde un grupo de adultos mayores que fueron habitantes de calle ha encontrado en la siembra una manera de recuperar su autonomía, compartir saberes y fomentar la soberanía alimentaria.
Este proyecto nació como parte de una estrategia entre 2022 y 2023 por parte del área de trabajo social del centro de cuidado transitorio Quiroga para fortalecer las redes comunitarias e institucionales. Según Vanessa Manrique, terapeuta ocupacional del centro, despues de eso la iniciativa creció tras identificar la historia ocupacional y de vida de las personas mayores, muchas de las cuales crecieron en entornos rurales o se identifican como campesinos. A través de la huerta, han podido reconectar con la tierra y revivir prácticas agrícolas que los vinculan con su infancia y su identidad.
“El interés de los participantes por reconectar con la tierra fue clave en el desarrollo de la iniciativa. Para ellos, sembrar, cosechar y arar no solo son actividades agrícolas, sino también un vínculo con su infancia y su historia de vida. Esta conexión con la tierra no solo les proporciona una ocupación, sino que también refuerza su identidad y sentido de pertenencia”, afirmó Manrique.
El proyecto se enmarca dentro del servicio Cuidado Transitorio Día-Noche ofrecido por la Secretaría Distrital de Integración Social, el cual está destinado a personas mayores habitantes de calle o en riesgo de estarlo. Este servicio busca promover, proteger y asegurar el reconocimiento y pleno goce de los derechos de esta población vulnerable a través de:
- Alojamiento transitorio y seguro con alimentación de calidad
- Aseo personal y acompañamiento interdisciplinario
- Promoción de hábitos saludables y buenas prácticas
- Orientación y acceso a servicios sociales
- Activación de rutas en caso de vulneración de derechos
- Participación en actividades ocupacionales y de desarrollo humano
Es importante destacar que este no es un servicio de larga estancia, por lo que las personas mayores que acceden a él no están institucionalizadas por la Secretaría Distrital de Integración Social.
“La huerta comenzó desde cero bajo la dirección de la trabajadora social Tania Forero, quien inició con un semillero básico. El proceso incluyó la recolección de materiales como maderas de la localidad y la búsqueda de apoyo de entidades locales que pudieran proporcionar plántulas, semillas, abono y otros materiales necesarios para la construcción. Este proyecto se documentó como una experiencia exitosa del servicio y posteriormente fue retomado como una iniciativa enfocada en la ocupación humana”, contó Manrique.
A medida que la iniciativa de la huerta fue madurando, el proyecto experimentó una evolución hacia el emprendimiento. Esta transición surgió como respuesta directa al éxito de la producción agrícola, donde la abundancia de cultivos, como las lechugas, cebollas, zanahorias y alfalfa, entre otras especies, crearon una oportunidad tangible para las personas mayores participantes. La comercialización de los productos cosechados cumplía un doble propósito: primero, generar recursos que pudieran reinvertirse en la compra de nuevos insumos, y segundo, permitir el embellecimiento y mejora del espacio destinado para la huerta. Este enfoque estableció un ciclo sostenible de producción y reinversión.
“Esta actividad no solo representó una fuente de ingresos para la sostenibilidad del proyecto, sino también un espacio de visibilización, dignificación y reconocimiento social para las personas mayores participantes, quienes transitaron de beneficiarios pasivos a agentes activos de su propio desarrollo económico y social”, dijo la terapeuta.
Un aspecto fundamental que caracteriza y condiciona el desarrollo del proyecto es la naturaleza del Centro y su población beneficiaria. De las 62 personas mayores que asisten al servicio, solo un grupo focal específico manifiesta afinidad, habilidad e interés por las actividades relacionadas con la huerta. Este grupo, compuesto tanto por mujeres como por hombres, aporta su experiencia, conocimientos y su historia ocupacional relacionada con labores agrícolas.
Para mantener la operatividad de la huerta a pesar de la variación en tiempos de sus participantes, se ha implementado un sistema de roles específicos. Y es que si bien existe un núcleo de personas que asisten con regularidad, también se presentan aquellos que tiene un carácter más transitorio. Por ejemplo, algunos participantes que habían realizado contribuciones significativas al proyecto ya no retornan al servicio, pero otros toman ese rol innovando o aportando otro punto de vista generando un flujo constante de conocimientos y habilidades que entran y salen del ecosistema del proyecto.
“Adaptándose a esta realidad, la huerta se oferta permanentemente como un espacio de intercambio de saberes y ocupación significativa dentro del servicio. La organización se fundamenta en encuentros frecuentes que permiten a los participantes actuales disfrutar y contribuir al proyecto, independientemente de su permanencia futura en el mismo. De hecho, la formación técnica representó un componente fundamental en este proceso. La articulación con el Jardín Botánico, a través de su representante local, proporcionó capacitación especializada en diversos aspectos esenciales para el mantenimiento y optimización de la huerta”, dijo.
Algunos de estos aspectos fueron:
- Control y manejo de plagas
- Beneficios y técnicas de compostaje
- Sistemas de cultivo urbano
- Diseño, estructuración y ornamentación de huertas urbanas
- Importancia ecológica y social de las huertas urbanas en el contexto bogotano
“Esta colaboración no se limitó al conocimiento técnico, sino que también facilitó la obtención de recursos materiales indispensables como tierra, herramientas para arado, palas, plántulas y diversos elementos que aseguraron la continuidad operativa del proyecto. Además, el alcance colaborativo se expandió aún más mediante la articulación con la Universidad Nacional. Estudiantes de terapia ocupacional realizando sus pasantías se integraron al proyecto, asumiendo junto con el equipo coordinador la responsabilidad de desarrollar el componente de emprendimiento. Esta sinergia entre instituciones educativas, entidades públicas y beneficiarios creó un ecosistema de apoyo multidimensional” dijo.
El proyecto ha pasado por varias etapas de desarrollo, adaptándose a la naturaleza transitoria tanto del servicio como de sus participantes. Tras la finalización del trabajo académico de estudiantes de la Universidad Nacional el año pasado, el equipo coordinador inició una nueva fase centrada en la organización del espacio. Como parte de este proceso, se realizó un inventario botánico que incluyó tanto los cultivos sembrados como la vegetación preexistente, identificando plantas ornamentales, posibles malezas y árboles frutales.
Paralelamente, se ejecutó un mantenimiento integral y exhaustivo que se extendió por dos semanas. Este proceso comprendió múltiples actividades de recuperación y embellecimiento del espacio:
- Praderización de áreas específicas
- Eliminación sistemática de maleza
- Trabajos de pintura y renovación estética
- Actividades complementarias de embellecimiento del entorno
“Este proyecto es esencial porque ofrece múltiples beneficios para las personas mayores participantes, todos ellos interconectados y enfocados en mejorar su calidad de vida desde un enfoque integral. Por ejemplo, el aprovechamiento del tiempo se transforma en una experiencia de propósito cuando las personas mayores se reintegran a actividades productivas. Este retorno no se da desde una lógica laboral tradicional, sino desde un enfoque de disfrute y satisfacción personal. La huerta proporciona un espacio donde las personas mayores pueden sentirse útiles y productivas, elementos fundamentales para el bienestar psicológico y emocional en cualquier etapa de la vida, pero particularmente significativos durante la vejez”, aseguró Manrique.
Menciona que la participación en la huerta es voluntaria y responde a los intereses y motivaciones de cada persona. Aunque el servicio atiende a varios adultos mayores, solo aquellos con una conexión significativa con lo rural se involucran activamente, ya que esta actividad les permite revivir recuerdos de su infancia o adolescencia en el campo. Más que una simple ocupación, la huerta se convierte en un espacio de significado personal, donde pueden reconectar con su historia y encontrar propósito. Además de brindar una actividad con resultados tangibles, también fortalece su sentido de dignidad y reconocimiento social, desafiando la visión tradicional que desvaloriza la vejez.
“Los estereotipos que retratan a las personas mayores como improductivas, pasivas, retiradas, y carentes de agilidad son confrontados directamente a través de la participación en la huerta. Este espacio permite demostrar, tanto a los participantes como a la sociedad, que la vejez puede ser una etapa de actividad, aprendizaje, productividad y contribución social. La dignificación de la participación se materializa al valorar el saber experiencial de las personas mayores y al reconocer cómo sus acciones producen resultados concretos y hermosos: el crecimiento de una planta, la cosecha de un fruto, la transformación de un espacio. Estos resultados tangibles refuerzan la autoestima y el sentido de eficacia personal, elementos frecuentemente vulnerados durante la vejez”, puntualizó la terapeuta.
De hecho, gracias a una alianza con el Jardín Botánico, los participantes han recibido capacitaciones en temas como el pH del suelo y la agricultura urbana, lo que les permite desarrollar habilidades útiles y aplicables en otros espacios. Esto ha llevado a que los adultos hayan vivido uno de los momentos más significativos del proceso, que fue la entrega de diplomas en agricultura urbana, ya que muchas de estas personas nunca habían recibido un reconocimiento académico formal.
“Para quienes han vivido en la calle o han enfrentado múltiples barreras educativas, recibir un certificado no solo valida sus conocimientos, sino que también refuerza su autoestima y su sentido de pertenencia. La ceremonia de entrega, organizada con el apoyo del Jardín Botánico, fue un acto de dignificación que valoró su esfuerzo y compromiso, diferenciando esta formación de una simple actividad dentro del servicio”, aseguró.
Actualmente, el proyecto se encuentra en una fase de espera productiva, respetando los ciclos naturales de crecimiento de los cultivos sembrados. Especies como la cebolla, lechuga y rábano requieren periodos de desarrollo superiores a tres meses, por lo que el equipo aguarda pacientemente la posibilidad de cosechar los primeros frutos de este renovado esfuerzo. Esta espera se complementa con la planificación para retomar la participación en ferias locales donde comercializar estos productos orgánicos.
Sin embargo, Manrique comenta que la huerta enfrenta varios desafíos que requieren creatividad y trabajo en equipo para superarse. Uno de los principales es la falta de recursos, ya que, al ser un programa social sin ánimo de lucro, cuenta con un presupuesto limitado. Muchas veces, las ideas para mejorar la huerta no pueden llevarse a cabo por falta de materiales o apoyo financiero, lo que obliga a buscar soluciones alternativas.
“Otro reto importante es el escepticismo de algunas personas mayores sobre la viabilidad de la agricultura en la ciudad. Existen dudas sobre si el clima, la calidad del suelo y la infraestructura urbana son adecuados para el cultivo. Además, persisten creencias como la idea de que solo algunas personas tienen “buena mano” para las plantas o que la agricultura solo puede hacerse en el campo. Para superar estas barreras, se han promovido actividades que demuestran con hechos el éxito de la huerta y fortalecen la confianza en el proyecto”, señaló la experta.
La continuidad y la paciencia también son un desafío, ya que la huerta requiere cuidados constantes y los resultados no son inmediatos. Al inicio, dice Manrique, algunos participantes se desmotivaron al no ver crecer rápidamente sus cultivos. Por ello, el equipo psicosocial ha trabajado en la gestión de expectativas y en el acompañamiento del proceso, fomentando la perseverancia y el compromiso con el ciclo natural de las plantas.
A pesar de las dificultades, el proyecto ha logrado importantes avances, como la participación en ferias locales y la comercialización de plantas ornamentales. Gracias al apoyo de la comunidad y de instituciones como la alcaldía y la Universidad Nacional, la huerta ha encontrado nuevas formas de crecimiento. La iniciativa “Arte y Vida Mayor”, en la que los adultos mayores venden su producción, es un claro ejemplo de cómo los desafíos pueden convertirse en oportunidades.
“Nosotros buscamos mantenernos en el tiempo, asegurando que la huerta siga siendo un espacio de aprendizaje accesible para quienes quieran participar. Se planea ampliar la formación a temas como compostaje y lombricompostura, además de continuar con la certificación para nuevos integrantes. La meta es que, más allá de los cambios en la asistencia de los participantes, la huerta permanezca como un entorno estable donde puedan aprender, compartir conocimientos y mejorar su calidad de vida”, finalizó Manrique.
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