En muchos hogares, la sábila —o aloe vera— ocupa un lugar especial. Ya sea en una maceta junto a la ventana o colgada en el patio, es una de esas plantas que han acompañado la botánica casera de la abuela por generaciones. Y es que su fama no es casual: es resistente, agradecida y crece con muy pocos cuidados.
Sin embargo, incluso una especie tan noble puede dar señales de alerta. Una de estas señales es cuando ese verde intenso que la caracteriza empieza a tornarse marrón, por lo que a su cuidador lo lleva a preguntarse casi instantáneamente: ¿Por qué la sábila se pone negra o morada y qué significa?
Aunque una hoja marrón y seca de vez en cuando forma parte de su ciclo natural, si observa varios cambios al mismo tiempo conviene revisar su entorno y los cuidados que recibe. Aquí le contamos por qué la sábila puede volverse marrón y qué aspectos debe tener en cuenta para entender lo que está ocurriendo.
Revise la luz
La luz es uno de los factores que más influyen en la salud de la sábila. Cuando no recibe suficiente iluminación, la planta empieza a estirarse en busca del sol, lo que se conoce como etiolación, un fenómeno común en suculentas. Además, pierde su forma compacta y las hojas se vuelven flácidas y alargadas. El Jardín Botánico de Nueva York señala que esta falta de energía solar afecta su crecimiento y debilita su estructura, haciendo que luzca marchita y sin vigor.
Pero ojo, el problema también puede venir del exceso. Aunque al aloe le gusta la luz brillante, la exposición directa e intensa —como la de una ventana— puede quemar sus hojas. En estos casos, comienzan a aparecer manchas amarillas o marrones que, con el tiempo, se secan.
¿Cómo evitarlo? Una manera sencilla es retirar las hojas dañadas y reubicar la planta en un espacio donde reciba buena luz, pero siempre filtrada. Se trata de encontrar ese punto medio: ni demasiado sol directo ni demasiada sombra. Una cortina ligera y translúcida puede suavizar la intensidad de los rayos, o simplemente puede optar por un lugar donde la luz sea brillante sin incidir de forma directa sobre el aloe.
El riego es un importante factor
El riego es otro de los puntos que exige equilibrio. Aunque el aloe almacena agua en sus hojas carnosas, el exceso de humedad es una de las causas más comunes de que sus hojas se tornen marrones. Una tierra que permanece empapada —sobre todo en épocas de poca luz— debilita la planta, decolora el follaje y puede llevar a la pudrición de las raíces.
Según la institución antes mencionada, si nota hojas amarillas, blandas o con un tacto acuoso, lo mejor es suspender el riego, dejar que el sustrato se seque por completo y retirar con cuidado las hojas afectadas. En casos más severos, un trasplante a una mezcla arenosa y de drenaje rápido, o incluso a una maceta de terracota, puede marcar la diferencia.
Pero, de nuevo, ojo. No es que vaya a regar ahora mucho menos, pues esto también tiene consecuencias. Y es que aunque el aloe puede tolerar descuidos, no es invencible: largas temporadas sin agua, especialmente bajo luz intensa, hacen que las hojas se arruguen, pierdan firmeza y muestren puntas amarillas o marrones. Cuando esto ocurre, conviene regar profundamente desde arriba, asegurándose de que el sustrato quede bien hidratado sin que el agua se acumule sobre las hojas ni dentro de la roseta.
Como regla general:
- El aloe necesita que la tierra se seque por completo entre riegos.
- Un riego abundante, hasta que el exceso salga por el orificio de drenaje, es más efectivo que humedecer ligeramente la superficie.
- Revisar platos y bandejas para evitar encharcamientos e incluso usar un medidor de humedad puede ayudarle a encontrar ese punto medio que mantiene a la planta sana y estable.
Enfermedades
Otro problema, esta vez un poco más grave, es notar si esas coloración marrón aparece como manchas en las hojas y la extensión que tiene en estas. La causa más común de estas manchas —conocidas de forma general como mancha foliar— suele ser un hongo, aunque algunas bacterias o incluso plagas pueden provocar síntomas similares. En ambientes cálidos y húmedos, las esporas llegan impulsadas por el viento o la lluvia, se adhieren a la superficie de la hoja y comienzan a liberar toxinas que destruyen el tejido vegetal. Esto genera las zonas necróticas que vemos como manchas marrones. Con el tiempo, la planta se debilita, pierde hojas de manera prematura y se vuelve más susceptible a otras enfermedades.
En la mayoría de los casos, solo afectan unas pocas hojas y no representan una amenaza inmediata. Sin embargo, si la enfermedad avanza sin tratamiento, las manchas se agrandan, se fusionan y pueden cubrir toda la hoja hasta hacerla caer.
Suelen surgir en zonas húmedas, como las hojas inferiores o el interior de la planta, y en etapas más avanzadas pueden volverse amarillas en los bordes y mostrar diminutos puntos negros, señales de que el hongo ya comenzó a reproducirse.
¿Cómo frenarla?
- Puede comenzar con tratamientos orgánicos para frenar la propagación, como una mezcla de bicarbonato y jabón suave aplicada cada dos semanas, o un fungicida a base de cobre para evitar que las esporas germinen.
- En situaciones más serias, un fungicida de amplio espectro puede ser necesario.
- La prevención es su mejor aliada: retire hojas caídas, evite regar por encima, favorezca la circulación de aire, limpie las herramientas después de podar y mantenga la planta fuerte con buena luz, riego adecuado y un sustrato saludable.
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