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¿Ha notado que su hijo se interesa por las plantas, juega con la tierra o hace preguntas sobre cómo crecen las flores? Si es así, tal vez sea el momento ideal para invitarlo a cultivar. No se necesita un gran jardín: basta con una maceta o un rincón soleado para empezar. La jardinería puede despertar su curiosidad natural y convertirse en una forma divertida de aprender.
Además de entretener, cultivar plantas ofrece beneficios profundos para su desarrollo. Les enseña a ser pacientes, responsables y observadores, al tiempo que reduce el estrés y fortalece su vínculo con la naturaleza. Una actividad sencilla que, con el tiempo, puede dejar raíces duraderas en su crecimiento físico, emocional y cognitivo.
Algunas ventajas de que un niño comience a cultivar
- Aprender sobre la naturaleza
“Una de las principales ventajas que un niño partícipe en las huertas urbanas, es que estas son mucho más que espacios para sembrar: son escenarios de aprendizaje en los que los jóvenes pueden establecer una relación directa y significativa con la naturaleza. Esta experiencia no se limita a observar, sino que involucra todos los sentidos y permite comprender, de forma práctica, cómo crecen las plantas y cómo funcionan los ciclos naturales”, dijo Yuly Forero, fundadora de Cultivando Vida, un emprendimiento santandereano que promueve la agricultura orgánica a través de servicios de capacitación.
Comenta que desde la germinación de una semilla hasta la formación del fruto, cada etapa del cultivo se convierte en una lección concreta sobre los procesos que sostienen la vida. Esta interacción fomenta un entendimiento profundo en los niños del funcionamiento de los ecosistemas, difícil de alcanzar solo a través de libros o recursos digitales.
“El acto de hundir las manos en la tierra, sentir la textura del suelo, oler la humedad después del riego y observar los cambios diarios en las plantas crea una intimidad con los procesos naturales que despierta una conciencia profunda sobre nuestra interdependencia con el mundo natural. Esta comprensión experiencial forma la base para el desarrollo de una ética ambiental genuina, basada no en conceptos abstractos, sino en relaciones personales y directas con los sistemas vivos que nos sustentan. La experiencia práctica de cultivo se convierte así en un puente hacia una comprensión más profunda de nuestro lugar en el ecosistema global y nuestra responsabilidad como cuidadores de la vida en la Tierra”, dijo la experta.
- Aprender sobre el origen de los alimentos
Forero en este punto menciona que la transformación en la relación con los alimentos representa uno de los beneficios más notables de la jardinería urbana, especialmente cuando se trata de niños. Los pequeños que inicialmente rechazan vegetales como el brócoli, la lechuga o el tomate experimentan un cambio radical en su actitud cuando participan activamente en el cultivo de estos alimentos.
“Este fenómeno ocurre porque el acto de sembrar, cuidar y observar el crecimiento de una planta crea un vínculo emocional único entre el niño y el alimento. La curiosidad natural de los pequeños se despierta cuando ven emerger las primeras hojas de una semilla que ellos mismos plantaron, y esta curiosidad se extiende naturalmente hacia el deseo de probar el fruto de su trabajo. El proceso de cultivo convierte lo que antes era simplemente “comida” en algo personal y significativo, rompiendo las barreras psicológicas que muchos niños tienen hacia ciertos alimentos", aseguró la experta.
Este tipo de experiencia activa vínculos positivos entre el cultivo y la alimentación, favoreciendo hábitos más saludables de forma natural. Además, refuerza la valoración por los productos frescos y locales, contribuyendo a una relación más consciente y sostenible con lo que se consume.
Por otro lado, consumir alimentos cultivados por uno mismo es una experiencia que va más allá de la simple nutrición. Forero menciona que la frescura de los productos recién cosechados ofrece sabores y texturas que difícilmente se encuentran en alimentos procesados o almacenados por largos periodos.
- Contribuye a ser más curioso e investigar
El cultivo en casa se convierte en una oportunidad ideal para que los niños aprendan de forma práctica sobre alimentación saludable y cuidado del entorno. Según Forero, es una mini escuela, pues ellos al darse cuenta de que todo lo que aplican a las plantas terminará, en muchos casos, en su propio plato, comienzan a hacerse preguntas, a investigar y a desarrollar una conciencia natural sobre la importancia de usar métodos seguros y respetuosos con la vida. Esta reflexión no nace de imposiciones externas, sino del razonamiento simple y personal de evitar consumir productos con sustancias dañinas. Esa curiosidad inicial suele ser el punto de partida para explorar temas como el cultivo orgánico, el uso de abonos naturales y el impacto de los químicos en la salud.
Además, al observar lo que ocurre en una huerta, los niños descubren un pequeño ecosistema lleno de relaciones entre plantas, insectos y otros organismos. Lo que al principio puede parecer una molestia —como encontrar insectos en las hojas— se transforma en una oportunidad para aprender. Con el tiempo, diferencian entre plagas y aliados naturales del jardín, comprenden el papel de cada especie y comienzan a valorar la biodiversidad como parte esencial del equilibrio ecológico. Este tipo de observación activa su curiosidad científica y los motiva a buscar respuestas, investigar por su cuenta y desarrollar una comprensión más profunda de la naturaleza.
- Desarrollo motriz y social
El trabajo en huertas e invernaderos promueve un desarrollo integral en los niños, estimulando diversas áreas del crecimiento físico, cognitivo, emocional y social. Estas son algunas de las principales habilidades que se fortalecen a través del cultivo:
- Motricidad fina y gruesa: Las tareas de siembra, trasplante, riego y cosecha ayudan a mejorar la coordinación mano-ojo y las destrezas manuales. Actividades como manipular semillas pequeñas o podar plantas desarrollan movimientos precisos y repetitivos que fortalecen tanto la motricidad fina como la gruesa.
- Habilidades sociales: El trabajo colaborativo en el cultivo enseña valores como la cooperación, el respeto y la responsabilidad compartida. Los niños aprenden a turnarse, compartir herramientas y espacios, y a trabajar juntos por un objetivo común, como cuidar las plantas o celebrar la cosecha.
- Desarrollo cognitivo: A través del cultivo, los niños se familiarizan con conceptos matemáticos como el conteo de semillas, la medición del crecimiento o la proporción de agua y nutrientes. Estos aprendizajes surgen de manera natural y contextualizada, lo que favorece su comprensión.
- Estimulación sensorial: Las huertas ofrecen una experiencia sensorial completa. El contacto con plantas aromáticas como la albahaca, el romero o la menta estimula el sentido del olfato y fortalece la memoria sensorial. Además, la observación detallada del crecimiento de las plantas y los insectos fomenta la atención, la paciencia y la curiosidad.
- Desarrollo físico y autonomía: La jardinería al aire libre ofrece un espacio ideal para que los niños corran, salten y se muevan con libertad, fortaleciendo sus músculos y mejorando la coordinación motora general. Esta actividad favorece no solo el crecimiento físico, sino también el desarrollo cognitivo, la confianza en sí mismos, la autoestima y la autonomía. Al explorar sus capacidades físicas en un entorno lúdico, los niños crecen de manera integral mientras disfrutan de la actividad.
Estas vivencias no solo enriquecen el aprendizaje diario, sino que también crean conexiones neurológicas complejas que contribuyen a un desarrollo intelectual más sólido y duradero.
- Aprender sobre los procesos económicos
“El aspecto económico y de valoración del trabajo que introduce la jardinería urbana proporciona lecciones prácticas sobre el valor real de los alimentos y los recursos naturales. Los niños que participan en el cultivo desarrollan una comprensión visceral sobre el tiempo, esfuerzo y recursos necesarios para producir alimentos, lo que naturalmente reduce el desperdicio y aumenta la valoración de lo que consumen”, afirmó la experta.
Es así, que los niños aprenden sobre conceptos económicos básicos como inversión inicial, cuidado continuo y retorno de la inversión de manera práctica y tangible. Esta educación económica temprana, basada en experiencias reales en lugar de conceptos abstractos, sienta las bases para una relación más consciente y responsable con el dinero y los recursos en la vida adulta
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