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Viveros comunitarios en Puracé: motor de conservación del páramo colombiano

En el Parque Nacional Natural Puracé, los viveros comunitarios impulsan la restauración ecológica del páramo mediante la propagación de especies nativas

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Leidy Barbosa
03 de julio de 2025 - 10:19 p. m.
Parque Nacional Natural de Puracé
Parque Nacional Natural de Puracé
Foto: GettyImages
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En los viveros no solo nacen plantas, también se cultiva el futuro de los ecosistemas. Estos espacios, a menudo silenciosos y discretos, son el corazón de muchas estrategias de restauración ecológica en Colombia. Cuando se emplean para recuperar páramos, bosques andinos o áreas degradadas, su papel va mucho más allá de sembrar semillas: ayudan a rescatar especies nativas, sostienen la fertilidad del suelo, protegen fuentes de agua y movilizan comunidades enteras alrededor de un propósito común.

Esto es precisamente lo que ocurre en el Parque Nacional Natural Puracé, donde una iniciativa liderada por el Ministerio de Ambiente marcó el inicio de un proceso de restauración ecológica que, aunque reciente, ya da frutos. Y es que desde 2021, se han implementado viveros que, si bien aún están en fase de fortalecimiento, albergan material vegetal de larga duración y sirven como base para la propagación de especies nativas del parque y su zona de influencia.

“Nuestro enfoque se basa en la restauración participativa, estableciendo alianzas estratégicas con instituciones educativas, comunidades indígenas y campesinas, corporaciones autónomas regionales, alcaldías municipales y el Ejército Nacional, que ha sido un aliado clave en este proceso. Estas articulaciones han fortalecido de forma significativa nuestro trabajo y nos han permitido construir una red colaborativa que trasciende las fronteras institucionales”, explica Faber Jiménez Anacona, taita, líder de la comunidad y técnico de la zona ecológica del parque.

Comprender la importancia del vivero en este ecosistema requiere conocer el contexto del Parque Nacional Natural Puracé, declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 1979. Este parque, de origen volcánico, toma su nombre del quechua “Puracé”, que significa “montaña de fuego”, una descripción precisa de su naturaleza activa y sus múltiples fuentes termales y sulfurosas. El territorio es además la cuna de cuatro de los ríos más importantes de Colombia —Magdalena, Cauca, Patía y Caquetá— y alberga más de 30 lagunas de aguas cristalinas que nutren el paisaje.

En su geografía sobresale la imponente cadena volcánica de los Coconucos, también conocida como la Serranía de los Coconucos, conformada por 11 volcanes. Entre ellos se destacan el Pan de Azúcar (5.000 m s. n. m.), el más alto; el volcán Puracé (4.780 m s. n. m.), único activo; y el cerro Coconuco (4.600 m s. n. m.), todos fundamentales para la dinámica ecológica del parque.

A comienzos del siglo XX, la serranía permanecía cubierta de nieve, pero hoy, ni siquiera su cima más alta conserva el antiguo manto blanco. Según lo relata Parques Nacionales en su página web, la cosmovisión indígena, fue el hacha del colonizador la que espantó a Jucas, el espíritu guardián de la nieve y el granizo. Este relato ancestral no solo explica la pérdida de los glaciares, sino que también subraya la urgencia de los esfuerzos actuales por restaurar y proteger este ecosistema único.

¿Cómo funciona esta restauración ecológica?

“Nuestro trabajo comienza con la identificación y visibilización del material vegetal que puede ser propagado para restaurar tanto el área protegida como su zona de influencia. Dentro del parque, una de nuestras especies principales es el frailejón, específicamente la Espeletia hartwegiana, que es la única especie de este género presente en el sitio. Esta especie emblemática del páramo requiere técnicas especializadas de propagación que hemos desarrollado con dedicación", aseguró Jiménez.

Explica que en la zona de influencia del parque, basándose en los diagnósticos realizados, han comenzado a propagar 16 especies nativas. Entre ellas destaca el cerote, un árbol de importancia crítica que se encuentra en peligro crítico de extinción debido al uso leñero, maderero y para la construcción de cercas ganaderas. Esta especie tan amenazada requiere estrategias especializadas de germinación que están implementando exitosamente.

“Para la propagación del cerote utilizamos reproducción sexual por semillas previamente maduras bajo condiciones de efecto invernadero. Nuestras técnicas incluyen escarificación por 24 horas y el uso de hormonas naturales elaboradas a base de cebolla y lentejas. Todo nuestro proceso se desarrolla de manera completamente natural y orgánica, respetando los principios de la restauración ecológica sostenible”, dijo el experto.

Algo importante para tener en cuenta es que el parque alberga una diversidad extraordinaria de especies amenazadas a nivel nacional, incluyendo el pino colombiano (Podocarpus oleifolius), el roble (Quercus humboldtii), la palma de cera (Ceroxylon spp) y el helecho arbóreo (Cyathea spp). Además, se han registrado más de 200 especies de orquídeas, lo que convierte a este territorio en un reservorio de biodiversidad de importancia mundial que justifica y motiva todos sus esfuerzos de conservación y restauración.

“Actualmente, contamos con cinco viveros distribuidos estratégicamente en la zona de influencia del parque. Uno se encuentra ubicado en la parte norte del parque, tres en la parte sur, y otro que está en proceso de instalación en el municipio de Santa Rosa, en la zona limítrofe entre el Parque Nacional Natural Puracé y el Parque Nacional Natural Complejo Volcánico Doña Juana Cascabel. Esta distribución nos permite cubrir de manera efectiva todo el territorio y facilitar el acceso de las comunidades locales”, dijo Jiménez.

La participación comunitaria ha sido un pilar clave en el modelo de restauración implementado en el Parque Nacional Natural Puracé. A través de conversatorios, los equipos técnicos explican a las comunidades su propósito: establecer viveros locales para propagar especies nativas. Las comunidades, por su parte, responden con compromiso, aportando mano de obra voluntaria en labores como siembra, embolsado, preparación de sustratos y otras actividades esenciales. Este proceso no solo fortalece el trabajo técnico, sino que genera un fuerte sentido de pertenencia y corresponsabilidad en la conservación del territorio.

Los beneficios de estos viveros de páramo son significativos. No solo contribuyen a la restauración activa y pasiva del ecosistema, sino que han fortalecido el vínculo entre la población y su entorno. Cada año se propagan alrededor de 20.000 plántulas, de las cuales la mitad se traslada al campo y el resto continúa su desarrollo en vivero. La alta demanda comunitaria de material vegetal, solicitada de forma constante para proyectos propios de restauración, es un indicador claro del impacto positivo y la apropiación que ha generado esta estrategia.

“Más allá de la simple entrega de material vegetal, realizamos un diagnóstico completo de los sitios donde se plantarán las especies, y acompañamos directamente el proceso de siembra. Esta metodología integral nos permite garantizar mejores condiciones para la supervivencia de las plantas cuando son trasladadas del vivero al ecosistema natural, asegurando que cada plántula tenga las mejores oportunidades de establecerse exitosamente en su hábitat definitivo”, aseguró.

¿Qué dificultades ha tenido los viveros?

“Una de nuestras principales limitaciones, que hemos compartido en encuentros de páramos de este año en Duitama, Boyacá, es la falta de recursos suficientes para contar con vehículos que faciliten el transporte del material vegetal. Esta carencia nos obliga a buscar alternativas como el uso de mulas, caballos o incluso el traslado manual a hombro hasta ciertos puntos de difícil acceso. A pesar de estas dificultades, realizamos el transporte con el mayor cuidado posible para minimizar el maltrato de las plantas", aseguró.

Han logrado mantener una tasa de mortalidad del 2 % durante el traslado de plántulas, un resultado notable si se considera el desgaste que implica recorrer largas distancias, sumado a los riesgos del cargue y descargue manual. A pesar de que cada pérdida representa una preocupación, dice Jiménez, las condiciones geográficas impiden el acceso vehicular a muchos de los puntos de restauración, por lo que, en varios casos, no existen alternativas más eficientes. Además, cuando las comunidades solicitan material vegetal, deben asumir los costos de transporte, ya que el proyecto no cuenta con recursos suficientes para cubrir estos traslados.

Sin embargo, el vivero enfrenta retos urgentes que requieren atención prioritaria. La principal necesidad es fortalecer la capacitación en manejo fitosanitario. Aunque la germinación de las especies no presenta mayores inconvenientes, se han detectado pérdidas durante la fase de mantenimiento, especialmente cuando las plantas alcanzan entre 30 y 40 centímetros de altura, el tamaño ideal para ser trasladadas al campo. Estas pérdidas se deben a la ausencia de protocolos de bioseguridad adecuados y a la falta de tratamiento especializado, lo que limita la supervivencia del material vegetal y compromete la eficiencia del proceso de restauración.

“Otra debilidad importante es el mejoramiento de la infraestructura de los viveros. Actualmente, algunos están construidos con guadua, material que no garantiza durabilidad a largo plazo. Necesitamos inversión para implementar infraestructura adecuada que asegure la calidad y permanencia de nuestros viveros. El tema del transporte sigue siendo nuestra mayor limitación operativa, afectando tanto la eficiencia como la cobertura de nuestros programas de restauración ecológica”, puntualizó.

Jiménez hace un llamado claro: que todos se sumen a la tarea colectiva de conservar. Este trabajo de restauración en el Parque Nacional Natural Puracé no es solo de una comunidad o de una institución, es una responsabilidad compartida. Cada persona, desde el lugar que habita, puede asumir un rol activo en la protección del entorno para que podamos pervivir en el tiempo y en el espacio.

“Nuestro lema lo resume todo: protejamos los espacios de vida. Así llamamos a la Madre Tierra, porque en ella nace y se sostiene la vida. Cuidarla no es solo una obligación ambiental, es una forma de garantizar el futuro de las nuevas generaciones", finalizó.

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Leidy Barbosa

Por Leidy Barbosa

Periodista de la Universidad Externado de Colombia, con énfasis en la producción audiovisual y en animación digital. Apasionada por temas medioambientales y sociales.@leidyramirezbLbarbosa@elespectador.com

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