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Quienes conviven con perros suelen conocer bien esa reacción casi automática: apenas intentan tocarles las patas, el animal las retira con rapidez o incluso se aleja por completo. Aunque hay excepciones, para la mayoría de los perros el contacto en esta zona es incómodo o molesto. ¿Por qué sucede esto? La respuesta combina biología, experiencias previas y una dosis de instinto.
Las patas son una de las partes más sensibles del cuerpo de un perro. Están llenas de terminaciones nerviosas, sobre todo en las almohadillas, lo que las hace especialmente receptivas a estímulos táctiles, temperatura y presión. Esta sensibilidad es útil para que el perro se mantenga alerta al caminar por distintos tipos de terreno, pero también implica que el contacto humano en esa zona puede resultar invasivo o incómodo, especialmente si no hay confianza plena o si no se ha trabajado con el animal desde pequeño.
Además, las patas cumplen funciones esenciales: no solo permiten el desplazamiento, sino que también ayudan a regular la temperatura corporal. Los perros no sudan como los humanos; lo hacen principalmente por las almohadillas de sus patas y a través del jadeo. Esto convierte a las patas en una zona vital que el animal instintivamente protege.
Más allá de la sensibilidad física, hay un componente conductual importante. Los perros suelen sentirse vulnerables cuando se les toca en zonas que no pueden ver bien o que están lejos de su campo visual directo, como las patas traseras. Este tipo de contacto puede interpretarse como una invasión de su espacio personal, especialmente si ocurre de manera repentina o sin señales de afecto previas.
La historia del animal también influye. Un perro que ha tenido malas experiencias, como haber sido manipulado a la fuerza, maltratado o herido en sus patas, tenderá a asociar ese contacto con peligro o dolor. Incluso en perros que no han sido víctimas de abuso, el simple hecho de que una persona intente tomarles una pata puede generar desconfianza si no están acostumbrados o si la acción les recuerda visitas al veterinario o procedimientos incómodos como el corte de uñas.
El corte de uñas, precisamente, es una de las razones por las que muchos perros desarrollan aversión al contacto en las patas. Si esta rutina no se realiza correctamente o si el perro ha experimentado dolor, por ejemplo, si se le ha cortado de más y ha sangrado, la memoria asociativa juega en contra. Basta que vea las tijeras o que sienta una mano acercándose a su pata para reaccionar con incomodidad.
Sin embargo, esta sensibilidad no significa que los perros no puedan aprender a tolerar e incluso disfrutar que les toquen las patas. La clave está en el manejo positivo y progresivo. Los entrenadores y etólogos caninos recomiendan acostumbrar al animal desde cachorro a que lo manipulen con suavidad en distintas partes del cuerpo, incluidas las patas. Esto debe hacerse con paciencia, reforzando la conducta con premios, caricias y una actitud tranquila.
En perros adultos, también es posible trabajar la tolerancia, aunque requiere más tiempo. Acercarse lentamente, tocar la pata solo por unos segundos y premiar inmediatamente puede ayudar a cambiar la asociación negativa por una experiencia positiva. Nunca se debe forzar ni regañar al animal por retirar la pata o mostrar incomodidad. Lo ideal es leer sus señales y respetar su espacio.
Además, es importante tener en cuenta que algunas razas son más sensibles que otras al tacto o al manejo corporal. Por ejemplo, los galgos tienden a ser más reservados, mientras que los labradores suelen aceptar mejor el contacto. Sin embargo, esto varía según la personalidad individual y el contexto de vida de cada perro.
Entender esta reacción no solo mejora la convivencia, sino que también fortalece el vínculo humano-animal. Tocar las patas de un perro sin causarle estrés es, en realidad, un signo de confianza. Cuando un perro permite que lo manipulen en esa zona, está mostrando que se siente seguro. Pero si no lo permite, no es un acto de rebeldía ni mal carácter, sino una respuesta natural que merece ser comprendida.
En lugar de insistir, la recomendación es trabajar en la relación y la confianza, hasta que el perro decida, por voluntad propia, que puede bajar la guardia. Porque, al final, las patas no son solo un punto sensible: también son una extensión de su instinto, su experiencia y su forma de comunicarse.
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