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Macrolingotes

Óscar Alarcón
15 de abril de 2014 - 02:51 a. m.

Mucho se especula sobre el poder terrenal del procurador, no sólo haciendo uso de sus facultades constituciones y legales, en las que se extralimita, sino además influyendo en nombramientos de magistrados, consejeros de Estado, presidentes de esos organismos y hasta de los futuros jefes de los órganos de control. Nunca los representantes de Dios en la tierra, más exactamente en nuestra tierra, tuvieron tanto poder como el que le otorgan al altísimo jefe del Ministerio Público.

En nuestro país, en la primera mitad del siglo XX, obispos, arzobispos y sacerdotes sólo influían en la escogencia del presidente de la República. Hasta ahí tenían poder. Gracias a esos buenos oficios llegaron a la jefatura del Estado José Vicente Concha, Marco Fidel Suárez, Pedro Nel Ospina, Miguel Abadía Méndez, entre otros. Desde los púlpitos monseñor Ismael Perdomo y otros daban la orden de por quién se debía sufragar. La gente votaba por hábito. En 1925 la postulación del candidato conservador debían hacerla miembros del Congreso y se la disputaban Alfredo Vásquez Cobo y Miguel Abadía Méndez. A pesar de que el primero aparentemente contaba con la mayoría, el segundo tenía la ventaja de ser el ministro de Gobierno del presidente Ospina. Valido de esa condición hizo rodear el Capitolio de ejército y policía, y en el Patio de Mosquera mantuvieron detenidos a unos diez representantes hasta cuando terminó la sesión. Este episodio, que se conoció como la “encerrona de los mariscales”, se reflejó en el resultado y significó la derrota de Vásquez Cobo.

Molesto por lo que le habían hecho quiso protestar, pero el arzobispo llamó a Vásquez y le dijo, pasándole la mano por el lomo:

—Déjele el paso libre al doctor Abadía porque la próxima le toca a usted.

Tan de malas Vásquez porque la “próxima” no fue de él sino de Enrique Olaya Herrera, quien inició una serie de gobiernos liberales en los que no intervino el más allá sino el más acá. Entonces no tenían cura. Desde entonces a monseñor Perdomo comenzaron a llamarlo monseñor Perdimos.

 

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