“Mi papel como artista es incomodar, no ir a comer a Palacio”: Camila Loboguerrero

La directora de cine más importante del país y pionera en la defensa de los derechos de los realizadores audiovisuales, critica al Gobierno que la invitó a hacer parte de la Misión de Sabios, grupo de intelectuales que formuló propuestas para los próximos 25 años. Aunque participó en el proceso, se negó a asistir al evento final y a la cena privada con el presidente y la vicepresidenta. Un artículo escrito por ella reveló su rebeldía.

Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
19 de enero de 2020 - 02:00 a. m.
“¡Qué susto encontrarme a Uribe en un corredor!”, dice Camila Loboguerrero sobre sus visitas al Palacio de Nariño. / Mauricio Alvarado - El Espectador
“¡Qué susto encontrarme a Uribe en un corredor!”, dice Camila Loboguerrero sobre sus visitas al Palacio de Nariño. / Mauricio Alvarado - El Espectador

Su crítica a la denominada “Misión de Sabios” 2019, de la que usted hizo parte, ha suscitado curiosidad y controversia en el mundo cultural. ¿Qué la impulsó a escribirla y hacerla pública?

La escribí para explicarles a mis compañeros del grupo de “sabios” mi ausencia en el acto final de la comisión a la que fui asignada dentro de la Misión. Venía acumulando una rabia y un dolor inmensos por lo que estaba pasando con el orden público del país, en particular, los intentos por socavar el Acuerdo de Paz, las sistemáticas muertes de líderes sociales y la respuesta oficial a las marchas. Y al pensar que, en esos mismos momentos, estaría cenando con el presidente, entendí que mi corazón no estaba en Palacio, sino con los que protestaban en la Plaza de Bolívar. Cuando varios amigos me preguntaron por mi ausencia en la “foto final”, decidí enviarles, por escrito, esas reflexiones, en parte motivada por mi insistente hijo. Y parece que gustaron…

Desde luego gustaron y llamaron la atención, debido a que la gente no suele ser tan sincera. ¿Cómo la motivó su hijo? ¿Qué le dijo?

Insistió en que publicara el texto. Al principio no le di mayor importancia. Entonces, me pidió autorización para ponerlo en Facebook. Un amigo de Matías lo leyó, le gustó y lo envió a Arcadia. La revista decidió incluirlo en su reciente edición.

Usted explica, de manera somera, en su carta-artículo por qué decidió no ir a la reunión de entrega de conclusiones de la Misión que conformó el presidente Duque en diciembre pasado. Y por qué tampoco quiso asistir a la cena en la Casa de Nariño con él y con la vicepresidenta. ¿Se habría sentido hipócrita si hubiera ido por compromiso social? Poca gente es capaz de ignorar a un jefe de Estado...

Soy bogotana pero me cuesta trabajo aceptar la “bogotanez” de sonreír y alabar a quien no me gusta. O sea, la hipocresía. En los días previos al acto final, me encontraba en Francia, pues había aceptado una invitación al Festival de Amiens para hablar sobre los fondos de apoyo al cine y el exitoso ejemplo colombiano. Desde allá seguí de cerca el paro y los posteriores cacerolazos, lamentándome de no estar aquí para poder integrarme a ellos. Con la mala conciencia de haberme perdido la primera semana de ese maravilloso estallido de expresión ciudadana —que me recordó el mayo del 68 francés, que viví de cerca—, asumí que mi pequeña contribución a la protesta era rechazar la invitación a cenar, por parte de un Gobierno en el que no creo.

En consecuencia, ¿fueron las marchas y los cacerolazos los que terminaron de despertar su conciencia?

Fueron los asesinatos de los líderes sociales, el bombardeo del Caguán, los homicidios y la persecución a los indígenas; comunidades que están siendo borradas, ignoradas. En la mesa que me correspondió, me sentaba al lado de Carlos Jacanamijoy, quien sufría el dolor por lo que estaba sucediendo a sus hermanos. Finalmente, lo que me golpeó fue la acumulación de horrores de la vida diaria.

Precisamente en su carta usted asegura que aunque aceptó la invitación gubernamental, después tuvo “una crisis”. ¿La forma como se desarrolló el trabajo durante todo 2019 —una tarea nada fácil, por la cantidad de personas y temáticas abordadas— contribuyó a esa especie de contradicción?

No. Acepté hacer parte de la Misión en su componente cultural, porque se trataba de formular recomendaciones para los próximos 25 años: propuestas de largo aliento para el Estado y no solo para el Gobierno de la tal economía naranja. Los 43 “notables” estábamos divididos en comisiones. La nuestra, denominada de Industrias Culturales y Creativas (ICC), la formábamos, aparte mío, otras cinco personas de las mayores cualidades intelectuales. Nos reuníamos cada quince días, los lunes, a lo largo de un año. Era un grupo chico trabajando alrededor de una serie de temas muy bien organizados y con una gran riqueza de insumos, materiales de lectura y experiencias compartidas. No tengo ninguna queja: los adoré y aprendí mucho de ellos. Mi crisis vino de afuera.

Entonces, ¿la metodología que se empleó en los ocho grupos que conformaron la Misión era la adecuada? El número de 43 integrantes parece excesivo. ¿No resultaba imposible concretar, en medio de esa complejidad, unas metas certeras, aplicables y prácticas?

Cada comisión trabajó independientemente, en grupos reducidos y con su propia metodología, y hubo dos reuniones plenarias: una, en Medellín, en junio, a los pocos meses de iniciado el proceso; y otra, en Cartagena, en octubre, ya cerca del final. A mí me pareció apasionante oír las recomendaciones de los distintos sectores, unas más aterrizadas que otras. Pero en un país tan diverso como Colombia, creo que fue un acierto el que hubiera muchas voces distintas.

Y la composición de “sabios”, es decir, la selección de los nombres, ¿fue acertada? Había unos personajes cuya fama intelectual es indiscutible, pero, al parecer, no todos tenían la condición de sobresalientes en conocimientos.

No supe cómo escogieron a los miembros de la Misión ni tampoco me enteré sobre la razón para que me hubieran invitado a mí. En las intervenciones que pude escuchar, constaté que había gente realmente sabia y, además, maravillosa. También oí voces serias que se expresaron en contra de algunos de los seleccionados. Por ponerle un ejemplo, María Victoria, la Toya, Uribe (antropóloga, investigadora e historiadora) fue muy crítica de algunos de los invitados que trajeron del exterior, en materia de ciencias sociales.

Imagino que usted participó en la elaboración de las conclusiones a que llegó el sector que le correspondió. ¿Esas conclusiones le dejaron la sensación de inutilidad en cuanto a las recomendaciones, puesto que no se sabe si después se aplicarán?

Creo que hicimos recomendaciones en exceso. Vengo del mundo de la imagen, lo que me obliga a desarrollar una buena capacidad de síntesis. Por eso, me hubiera gustado haber podido resumirlo todo en un par de sugerencias. Se hicieron muchas propuestas. Ojalá, alguna cuaje. Pero lo que sí diría es que no hay que inventar nada. El Ministerio de Cultura ha tenido programas magníficos que luego abandona el o la titular de esa cartera en cuanto llega al cargo. Le menciono algunos de esos programas: la red de apoyo en los municipios con las Casas de Cultura, las maletas de cine, la enseñanza del arte y la cultura en las escuelas normales, etc. Si el éxito del cine colombiano es el ejemplo a poner, ello se debe a la continuidad de una misma política apegada a la Ley de Cine y a un mismo equipo director.

A propósito, se cree que ese tipo de misiones, comisiones o grupos de estudio conformados para enfocar un problema específico no son operativos ni creativos. Y que terminan siendo una “pantalla” para aparentar que se está haciendo algo sobre determinado problema mientras, en realidad, se dilata la solución. ¿Esto sucedió con la Misión de Sabios de Duque?

No sé si, realmente, el presidente les irá a parar bolas a nuestras recomendaciones. Al inicio se criticó —y pienso que con razón— que se nos convocara después de que el Gobierno había presentado al Congreso su Plan de Desarrollo, de modo que existe el riesgo de que nuestras conclusiones se conviertan en “saludos a la bandera”, y que terminen engavetados. El tiempo lo dirá. Ojalá me equivoque.

Volvamos a sus reflexiones: la parte más clara y fuerte de sus argumentos es aquella en que se pregunta “¿qué hacía yo en una comisión (llamada pomposamente ‘de sabios’) de la cual se espera que pensemos qué queremos para el país para dentro de 25 años? Pero, ¿para qué niños estamos soñando si los estamos matando?”. Dos preguntas se hizo usted ahí. Se las reformulo: primero, ¿qué hacía usted en esa comisión?

Después de trabajar casi cincuenta años en el campo audiovisual como creadora, pero también como gestora y funcionaria pública, sentí que podía aportar algo debido a mi experiencia. No me gustan los artistas encerrados en su palacio de cristal criticando todo sin comprometerse. Siempre he luchado por mi gremio y me pareció que esta era una manera de seguir haciéndolo. Por eso acepté. Y, en últimas, también sentí que era una gran oportunidad para luchar por la inclusión de la educación cultural y artística a partir de la escuela primaria. Para entender quiénes somos, debemos entender también cómo nos hemos representado en el arte.

En su segunda pregunta usted inquiría para cuáles niños se puede proyectar un país si, en sus palabras, “¿los aniquilamos a punta de metralleta o condenándolos a morir de hambre al fumigar sus cosechas con glifosato?”. Es tan desesperanzadora su reflexión que nos lleva a la conclusión de que Colombia no tiene salida. ¿Nos rendimos?

Es cierto que este país, a veces, lo descorazona a uno y como que se cierra el horizonte. Pero de nada sirve lamentarse, solamente. Por eso fue tan maravilloso para toda Colombia lo que vino después del 21 de noviembre: nos devolvió la esperanza, las ganas de luchar; sentimos que las cosas sí pueden cambiar y que es importante decirlo sin temores. Siempre he considerado que mi papel como artista es incomodar, poner el dedo en la llaga, señalar lo que está mal; no ir a comer a Palacio. Además, ¡qué susto encontrarme a Uribe en un corredor!

(Ja, ja, ja) ¿No le diría nada? ¿No aprovecharía para hacerle alguna de sus francas reflexiones, como la que produce esta entrevista, al expresidente senador?

Creo que no le diría absolutamente nada, porque ese señor da susto.

La cabeza gubernamental encargada del funcionamiento y la coordinación de la Misión y sus ocho subgrupos fue la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez. En su texto usted hace una crítica indirecta contra ella cuando se refiere al glifosato: “Ese pesticida supuestamente inocuo, en palabras de la vicepresidenta; la misma que nos convocó a pensar en un mejor país”. Con toda franqueza, ¿la denominada Misión de Sabios no se reducía a un anuncio de autobombo publicitario más que uno para pensar en una hoja de ruta para el futuro del país?

En honor a la verdad, debo reconocer que la vicepresidenta demostró inteligencia y capacidad de convocatoria. Estaba interesada en la discusión, buscando, de manera genuina, una ruta para el futuro. Nos acompañó con todo juicio a las plenarias, cosa que, para mi sorpresa, no hizo la ministra de Cultura, a quien nunca le vimos la cara. No tengo críticas en contra de la vicepresidenta en cuanto a su interés por el funcionamiento adecuado de la Comisión en que me correspondió trabajar ni creo que, para ella, el tema se redujera a un acto social. Por eso no logro entender sus salidas en falso. Y sí la critico, pero por otro motivo: porque pertenece a un Gobierno que nos está regresando a un pasado que nos llena de vergüenza y dolor.

Esa apreciación es muy dura. ¿Qué encuentra aceptable de esta administración o del presidente?

No le veo nada bueno, porque, paso a paso, nos está volviendo a la violencia de los años 90 y 2000, al dolor de Bojayá, en donde las comunidades, otra vez, están advirtiendo que las están amenazando. Y, otra vez, el Gobierno que reparte dulcecitos afirma que no ve nada. Es copia de lo que sucedió en la Bojayá de hace 17 años. Cuando se descubren otras chuzadas, cuando se sabe que se bombardeó a unos menores y cuando el Gobierno se niega a reconocer que había sido advertido, con las alertas de la Defensoría, de que había niños que estaban siendo reclutados y se encontraban en el campamento atacado; cuando no hay de parte de la administración Duque una condena fuerte contra los militares desviados ni contra los paramilitares, ¿qué puede pensar uno?: que volvimos al 2002.

Perdone insisto para terminar, pero en su escrito usted señala, en su extremo más franco, que no se sintió capaz de sentarse “a manteles” con el presidente y la vicepresidenta porque “solo oyen sus propios discursos”. Y añadió que “no quería dañarles la cena”. Parece que usted terminó sintiéndose muy incómoda. ¿No cree que fue un desaire no ir a la clausura?

Es importante que quede claro que jamás me sentí incómoda con mis pares de la Comisión de Industrias Culturales y Creativas (ICC). Insisto en que llegamos a ser buenos amigos. No conozco o conozco poco a los miembros de las demás comisiones, aunque admiré a muchos de ellos por sus obras o por sus escritos, como Llinás, Wasserman o la nueva ministra de Ciencia, quien hizo una inolvidable intervención en una plenaria, en defensa de los saberes tradicionales. En cuanto a lo otro, lo de los “manteles”, reitero que no me sentí capaz de ir a Palacio y sonreír y brindar mientras afuera el país clamaba que el Gobierno lo escuchara y este, simplemente, le respondía con el Esmad.

Las recomendaciones de la Misión de Sabios “pueden estrellarse con la realidad”

Todavía se menciona la Misión de Sabios del presidente Gaviria en su Gobierno (1990 – 1994). Y también se sabe que fue inútil a pesar de que quienes la conformaron eran de la talla de García Márquez y Rodolfo Llinás: ninguna de sus propuestas se aplicó en estos 25 años.

Esta también puede fracasar cuando comience a estrellarse con la realidad política. Recuerdo que después de tanta alharaca que se hizo sobre la eliminación de la materia de historia en la educación secundaria, el expresidente Santos se dio la pela y presentó un proyecto que se convirtió en ley, para impulsarla. Cuando se iba a retomar su enseñanza en los colegios, el ministerio de Educación dijo que no había profesores preparados para dictar esa clase. Esta es, solo, una de las muchas posibilidades de lo que puede suceder. Por ejemplo, si recomendamos otra materia importante, la educación artística que incluye la apropiación cultural de nuestra historia desde las expresiones del arte, seguramente va a pasar lo mismo: que los maestros disponibles desconocen la historia del cine, del teatro de la pintura. Y hasta ahí llega la propuesta. Es lo que temo. Mi primera carrera fue Bellas Artes; la segunda, Historia del Arte y la tercera, Cine: así que lloro por la herida.

“No me arrepiento: escuché gente muy talentosa”

¿Volvería a participar en otra Misión de Sabios o en un grupo similar? ¿Cuál es su conclusión definitiva?

No sé si me vuelvan a invitar pero no me arrepiento de haber hecho parte de ella. Aprendí mucho, leí y escuché a gente muy talentosa. Me conmovió mucho ver tantas mentes  brillantes trabajando arduamente sin recibir ningún pago a cambio y solo por el deseo de aportarle a este país lo mejor de su saber y su experiencia. Pienso que fue muy positivo el hecho de que fuera ad honorem pues nos dio una enorme independencia. En cuanto a mis conclusiones: lamento que no hubiera un mayor esfuerzo por divulgar las recomendaciones. Espero que este o un próximo Gobierno busque los mecanismos concretos para ponerlas en práctica.

Usted dice en su escrito crítico que “los artistas debemos hacer preguntas más que el dar respuestas” ¿Algunos de sus compañeros compartían sus pensamientos?

Éramos varios entre artistas y gestores y con algunos de ellos compartimos ciertas inquietudes, especialmente en ámbitos menos oficiales. Pero, en particular, resalto al pintor y admirable ser humano Carlos Jacanamijoy, siempre lúcido y conciso en sus intervenciones, sin “carreta”, con gran sutileza y sabiduría ancestral y sin dejar de ser crítico en ningún momento.

Por Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador

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