Para un diseñador, madurar un concepto suele ser un proceso más lento que el vertiginoso ritmo de estructurar una colección cada temporada. Por ello, trabajar un concepto por capítulos es una estrategia valiosa: permite contrarrestar esas velocidades y explorar un tema con mayor profundidad y calma. De esta manera, las ideas dejan de ser elementos desechables colección tras colección y se transforman en hilos que tejen una narrativa continua, desafiando la creencia de que la moda deba reinventarse por completo en cada nuevo comienzo.
Desarrollar un concepto por capítulos es resistir al vértigo de la moda: convertir ideas en raíces, no en desechos de temporada. Esa fue la apuesta de La Petite Mort con su colección “Alirio - Capítulo 2 / Temporada de Sol”, con la que abrieron las pasarelas de Colombiamoda 2025. Una propuesta que prolonga el camino trazado en sus últimas presentaciones: la sastrería como lenguaje y las historias de la vida rural como inspiración. Relatos que evocan una Medellín que, aunque ya no existe, se preserva a través de emblemas identitarios como el silletero, el arriero y el campesino.
Aunque en esta ocasión el motivo central eran los silleteros —Jonathan Cortés y Andrés Durán, creadores de La Petite Mort—, hicieron confluir todos aquellos emblemas en su colección, vinculando piezas clave de su indumentaria tradicional, más allá de la reconocidísima ruana. Vale la pena desencriptar un par de ellas. Por ejemplo, hubo evocaciones al tapapinche, esa especie de delantal que usaban arrieros y silleteros para proteger tanto el pantalón como sus partes íntimas (de ahí deriva el nombre). Así, una prenda hecha tradicionalmente de lona gruesa se reinterpreta aquí en clave de sastrería meticulosa para convertirse en faldas genderless, transitando entre lo masculino y lo femenino.
Los diseñadores también recurrieron al testal, esa banda de tela ajustada a las sienes que permite al silletero distribuir el peso de su silleta en la cabeza. Lo transformaron en un elemento estilístico esparcido en varias de las prendas, al igual que los manojos de flores —confeccionados con los mismos textiles de la colección, monocromáticos y dispuestos en cinturas y espaldas a modo de silletas.
Una de las claves más llamativas de su trabajo fue el tratamiento que dieron a los cuellos y puños, sumado al aspecto crujiente de la camisería. Este tratamiento evoca las imágenes capturadas por fotógrafos de la Medellín del cambio entre los siglos XIX y XX, donde el traje campesino se fusiona con el uniforme del orden social burgués, adoptando una nueva imagen, altiva y sincrética. Sin embargo, lejos de hacer una simple reproducción, estos elementos aparecen sobredimensionados, superpuestos y deconstruidos, dando lugar a una colección que se sitúa en un punto de encuentro entre lo experimental, lo vernáculo y lo técnico, fortalecida tanto en lo textil como en el ensamblaje mismo de las prendas.
Finalmente, cabe mencionar la manera en que los diseñadores subvierten el uso de técnicas como el ganchillo y el croché, traduciéndolas en corbatas y piezas decorativas sobre chaquetas desestructuradas. En resumen, La Petite Mort demuestra que en Colombia es posible hacer un diseño de autor que no solo revisa sus propias tradiciones para darles un alcance global sino que suma nuevos códigos visuales a la imagen de la moda colombiana.
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