Argentina vista desde las protestas sociales de cada día
Crónica de una visita de una semana a la capital de un país afectado no solo por la recesión, sino por la desesperación a casi
un mes de las elecciones presidenciales.
Nelson Fredy Padilla * / Enviado especial
Aterrizo en Buenos Aires a las siete de la mañana del miércoles 4 de septiembre. Es invierno. Temperatura: cero grados. En el aeropuerto internacional de Ezeiza, los Sindicatos Aeronáuticos Unidos exhiben cartulinas con su “plan de lucha”: “Garantías laborales, mejores salarios, que nos devuelvan la plata que nos sacaron”. Aviso para turistas: “Bienvenidos al fin del mundo, al comienzo de Argentina”.
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Aterrizo en Buenos Aires a las siete de la mañana del miércoles 4 de septiembre. Es invierno. Temperatura: cero grados. En el aeropuerto internacional de Ezeiza, los Sindicatos Aeronáuticos Unidos exhiben cartulinas con su “plan de lucha”: “Garantías laborales, mejores salarios, que nos devuelvan la plata que nos sacaron”. Aviso para turistas: “Bienvenidos al fin del mundo, al comienzo de Argentina”.
La camioneta que me lleva al Hotel Madero evade “los piquetes del día”, las manifestaciones que desde las elecciones primarias de agosto son permanentes por la devaluación, $60 por dólar (el doble que hace un año); la inflación, que se calculaba en un máximo de 40 %, va para 55 % y el desempleo superó el 10 %. Los periódicos informan: la Bolsa cayó 11,9 %, el riesgo país subió 2.542 puntos, el Producto Bruto Interno no será de 1,5 % sino de 1,3 %, la inversión disminuyó 15 % en un semestre, las reservas cayeron en US$2.000 millones en dos días y los depósitos en dólares bajaron en 15 %. “Andamos juntado moneditas para llegar a fin de mes”, me dice el chofer.
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Aparecen vallas políticas: Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, sonrientes candidatos a la Presidencia y la Vicepresidencia. Primeros en las encuestas por 25 puntos. Lema: “El futuro es con todos”. Mauricio Macri, presidente del país y candidato a reelección. Lema: “Juntos por el cambio”. Fernández insiste en que el país está en recesión y culpa a Macri de la quiebra de empresas como la estatal petrolera YPF, cuyas acciones se derrumbaron a escala internacional.
A pie por el bello Puerto Madero, a lo largo del brazo del río de La Plata, parece que no hubiera problemas. Cada cincuenta metros hay eucoles del gobierno Macri anunciando nuevos acueductos, energía solar, seguridad, incautaciones de drogas... Pero basta caminar diez minutos hacia el centro de la ciudad y el panorama cambia: aparece la Casa Rosada en obra negra, “por remodelación”, cuenta un obrero a través de la reja. Una cuadra más allá vuelan papelitos blancos. Atrapo y leo: “Macri tiene que renunciar”. “Así no llegamos a diciembre”. “Basta de saqueo”. “Macri, andate ya”. El rastro me lleva hasta una protesta frente al Banco Central de la República. Veo carteles de la Organización de Líderes del Pueblo (OLP) y Los Pibes, Organización Social y Política.
¿Cómo se llama? “Sebastián”. ¿Por qué protestan? “Laburamos y no nos alcanza para vivir”. ¿Por qué se encadenó a la puerta del banco? “Para que nos escuchen y nos ayuden”. ¿Con quién trabaja? “Con una cooperativa. Vendemos madera y la gente no compra nada porque la plata no alcanza ni para los alimentos. Macri nos destruyó”. Lo respaldan miembros de la Cooperativa Aceitera La Matanza y los de la Casa Popular El Fogón. Gritan: “El hambre no se aguanta”. Cuando no hay protestantes, hay fila de ahorradores intentando mover pesos y dólares, a pesar de las restricciones que impuso el gobierno.
Sigo a pie hasta la avenida 9 de Julio. Está bloqueada por ciudadanos que piden “declaratoria de emergencia alimentaria”. Montaron carpas para aguantar todo el día. Los líderes portan banderas de Argentina con letreros de Barrios de Pie y Polo Obrero, piqueteros movidos por el kirchnerismo, que es la oposición y desde el triunfo de agosto ha intensificado la presión social contra el gobierno de Macri. Los respaldan los “cayetanos”, integrados por la Rama de Trabajadores de la Vía Pública y la Corriente Clasista Combativa.
El jueves y viernes no ceden. La coalición de ONG por la niñez Infancia en Deuda denuncia que “se agravó la situación económica por la aceleración inflacionaria y su efecto sobre salarios y vida familiar”. Reportan desafiliaciones familiares a medicina prepagada para depender del sistema de salud pública. Igual ocurre con matrículas en colegios y universidades privadas. Hay sobrecupo en los públicos, pues aquí la educación y la salud son gratuitas. De esto se sirven miles de colombianos y venezolanos. Hablo con Pascual Mele. Llegó desde Caracas hace un año y medio. Allá trabajaba en el Metro y aquí con Cabify. “Mi hijo de catorce años está en el colegio y el plan es que también vaya a la Universidad de Buenos Aires sin costo”. Hay rumores de que el próximo gobierno tendría que empezar a cobrar para detener el déficit fiscal. Los manifestantes creen que “se incendiaría el país”.
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En plazas y restaurantes se habla más que nunca de economía, del dólar oficial y el “blue”, el paralelo. Viven con pesos y piensan en dólares. “El que te llega va para debajo del colchón”. Desde “el corralito” de 2001 no confían en los bancos. Se quejan. Y lo hacen con autoridad. En la Plaza de Mayo encuentro a Eliseo Cabral, vendedor de almendras de 75 años. No tiene pensión y debe ayudar a su familia. Me explica: “Veníamos mal y ahora el quilombo es por la falta de circulante. Y si no hay circulante no hay consumo”. Me muestra su fajo de pesos de las ventas del día, que equivale a US$3. Otra vez “la confianza pública quebrada como un plato rajado”, otra vez “el calvario” del “país promesa”, de los buenas vidas “soñándose europeos”, “a los que la realidad se les niega”, como analiza Jorge Lanatta en su libro Argentinos.
En las escalinatas que conducen a Puerto Madero, encuentro tomando mate a Antonio Juárez, setenta años, pensionado del sistema judicial. “Estamos bien. Tengo mi jubilación ($25.000, unos US$450) y me alcanza para todo porque vivo solo. Los argentinos nos quejamos demasiado. Cada diez años hablamos de crisis y seguimos cobrando”. Mariano Kestelboim, de Bae Negocios, opina: “Enfrentamos el deterioro económico más acelerado de la historia”.
De 44 millones de argentinos, once millones son pobres. Se evidencia camino al sector de Palermo. Junto al nuevo y moderno Paseo de El Bajo, del que se ufana Macri, está la miseria de 40.000 habitantes de la Villa 31, que también salen a las vías a pedir alimentos y trabajo. En Palermo Soho, plaza Cortázar, en la feria de los fines de semana, un grupo de universitarios promocionan la reelección de Macri. Me entregan un folleto que habla de “prosperidad”, de 18.000 policías y 12.000 cámaras para mejorar la seguridad, tres nuevos viaductos y treinta escuelas. Al lado, Any, vendedora de tejidos de croché, se muestra de acuerdo: “Los periodistas solo dan noticias malas”.
Voy al Hipódromo de Palermo, porque me gustan y según Bukowski las carreras de caballos son el mejor termómetro de una sociedad. En las afueras hay una feria de la provincia de San Juan. Me cuentan que les va muy bien porque el turismo internacional se ha duplicado por el cambio favorable del dólar. El sector creció casi 20 % en el último año a escala nacional. Es verdad. Comida y transporte, en especial, resultan muy favorables. Al lado de la pista de arena el preparador de caballos Díaz me habla de buenos tiempos, porque se venden purasangres argentinos a Estados Unidos en dólares. Mercedes Rodríguez, aficionada de la tribuna popular: “Y qué te digo. Sobrevivo con mi familia y siempre me juego unos pesos a ver si la suerte me toca”.
El lunes, en medio de la lluvia, quienes se levantan y bloquean las avenidas del centro son los agentes de tránsito, luego de que el domingo un periodista atropelló y mató con su carro a una uniformada y dejó herido a otro. El martes las protestas me sorprenden en el centro comercial Alto Palermo a través de megáfonos: “Exigimos la emergencia alimentaria porque los pibes y pibas en los barrios se cagan de hambre”. Mostraban avisos de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular y la Rama de Trabajadores de la Vía Pública. Pasó lo mismo en Recoleta Urban Mall, Patio Bullrich y Galerías Pacífico.
Al tiempo, en la Plaza de Mayo miembros de la Asociación de Trabajadores del Estado en coordinación con CTA Autónoma convocaban a un paro nacional de agentes estatales. Centenares marcharon con chalecos blancos y verdes y letreros de “Exigimos un plan económico social opuesto al impuesto por el FMI”. El Fondo Monetario Internacional le aprobó un préstamo récord a Argentina de US$56.000 millones. Frente al Ministerio de Desarrollo Social, decenas de miembros de la Federación Nacional Territorial pedían empleo: “En el país del trigo el hambre es un crimen”.
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¿Qué hace el gobierno? Populismo. El presidente Macri anunció ese día que, después de veinte años de negociaciones, Argentina venderá a China harina de soja, el principal producto de exportación. Acordaba con empresarios un bono de $5.000 para empleados del sector privado en un plan de “reconciliación” con la clase media que, según las encuestas, fue la que más castigó al gobierno en las elecciones pasadas. Eliminó el IVA para catorce productos de la canasta familiar, entre ellos pan, leche, huevos, arroz, harina y hasta el mate, y negociaba con farmacéuticas congelar precios de medicamentos hasta fin de año. Esta semana irá a la Asamblea de las Naciones Unidas a reclamar la soberanía de las Islas Malvinas, bajo soberanía inglesa. De fondo nada distinto a buscar “la estabilidad cambiaria” y un “reperfilamiento de la deuda pública”.
El miércoles 11, camino al aeropuerto, el taxista me advierte que hay gente acampando en la avenida 9 de Julio. En el Día del Maestro los profesores salieron a reclamar un bono de urgencia de $5.000. En la Avenida de Mayo hay bloqueo por “ollas populares”. La Unión Industrial Argentina y la Confederación General del Trabajo pactaban con el candidato Fernández un potencial acuerdo de precios y salarios en caso de que sea elegido presidente. Los sueldos han perdido veinte puntos de poder adquisitivo desde que llegó Macri, en 2015, según la CGT.
Más que la crisis social, la amargura de los argentinos también la sentí en la sede del tradicional periódico Clarín, del que fui corresponsal en Colombia hasta 2006. Frente a la entrada hay una pancarta del Sindicato de Prensa Buenos Aires, de las marchas “en contra de los despidos y la explotación laboral”. Los periodistas ironizan sobre la situación: “Solo nos salvará un milagro del papa Francisco”. Me señalan una frase pegada a modo de titular en un escritorio: “La única salida es Ezeiza”.