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                                                                                                                              Clinton renovado

                                                                                                                              La audaz aparición del ex presidente lo fortalece como líder global. ¿Y Colombia?

                                                                                                                              Juan Camilo Maldonado T.

                                                                                                                              Algo de amargura debió sentir ese 20 de enero de 2001. El saliente presidente debía entregarle las llaves de la Casa Blanca a su sucesor, el vicepresidente Al Gore. Y sin embargo, tras meses de vertiginosa disputa, el presidente se vio obligado a entregarle el poder al ex gobernador de Texas, el señor George W. Bush.

                                                                                                                              Los próximos meses serían los peores para William J. Clinton. Había logrado sacar al país de una dura crisis económica, salía con una aprobación por encima del 60% y en las arcas del Estado quedaban millones de dólares de superávit en un país acostumbrado a vivir al debe.

                                                                                                                              El turno le llegó a su esposa. La Primera Dama guardó silencio cuando el mundo se enteró de su affair con la pasante Mónica Lewinski, y supo, con inteligencia, mantenerse a la sombra durante su mandato. Hillary Rodham Clinton, sin embargo, estaba dispuesta a salir de la Casa Blanca, pero no a mudarse de Washington. Por eso sería senadora por el estado de Nueva York, precandidata a la Presidencia y, tras su derrota, secretaria de Estado de Barack Obama.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Y vino entonces la depresión. “Antiguos asesores, amigos de Hollywood, ex secretarios de su gabinete, notaron que él no era el mismo. Estaba molesto y humillado, pues no estaba siendo admirado como un veterano hombre de Estado”, cuenta la periodista Carol Felsenthal, autora del libro Clinton en el exilio.

                                                                                                                              Esta semana, no obstante, lejos pareció quedar esa nostalgia de visibilidad y protagonismo. El miércoles 5 de agosto, mientras la secretaria de Estado llegaba a África en una casi invisible gira diplomática, su esposo regresaba a California con Euna Lee y Laura Ling. Las dos periodistas, empleadas de la agencia de noticias Current TV —fundada por su buen amigo y vicepresidente Al Gore—, llevaban 140 días retenidas por el gobierno de Corea del Norte acusadas de entrar al país de manera ilegal.

                                                                                                                              Serio, sobrio y prudente, Clinton respondió al llamado del régimen comunista (Norcorea había dicho que sólo entregaría a las mujeres tras entrevistarse con el ex presidente); llegó de sorpresa el martes a Pyongyang; se tomó la foto con el líder Kim Jong-il y logró que el gobierno que en mayo había roto una tregua nuclear de dos años y medio, les otorgara el perdón a las audaces periodistas.

                                                                                                                              Una comparación se volvió entonces recurrente. “Clinton puede que haya encontrado su vocación, como su predecesor Jimmy Carter, que le fue mejor de ex presidente que en la Oficina Oval”, escribió un comentarista en Washington. “Como Carter y Al Gore, Clinton también quiere un Premio Nobel de Paz”, escribió en su blog del Huffington Post Carol Felsenthal.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              En Colombia la reflexión no pasó inadvertida. Ambos tienen fundaciones por la paz y los derechos humanos (el Centro Carter y la Fundación William J. Clinton, respectivamente), y los dos, de alguna manera, se han involucrado en la región andina: el Centro Carter facilita desde el año pasado la infructuosa mediación entre Ecuador y Colombia; Clinton, entre tanto, tiene una cercanía natural y estratégica con el país, que pasa por el Plan Colombia, los niños vallenatos, su apoyo abierto al TLC (a pesar de la oposición de Hillary) y su cercana amistad con Luis Alberto Moreno, hoy presidente del Banco Interamericano de Desarrollo.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              ¿Cómo le iría a Clinton desempeñando un papel a la Carter? Para otro colombiano de sus afectos, el ex canciller Guillermo Fernández de Soto el experimento no es del todo descabellado. “Durante su presidencia demostró ser un excelente mediador, él incluso podría llegar a superar a Jimmy Carter... es un tremendo interlocutor en temas de paz y un hombre prudente y pragmático”.

                                                                                                                              Sin embargo, como esposo de una secretaria de Estado, Clinton deberá por ahora ceñirse a los dictámenes de su mujer, sobre todo si ésta continúa aspirando —como sostienen muchos— a volver a disputarse la Casa Blanca con Barack Obama. Así, deberá continuar con su prudencia obligada. Al menos mientras siga en efecto la venganza de Hillary.

                                                                                                                              Algo de amargura debió sentir ese 20 de enero de 2001. El saliente presidente debía entregarle las llaves de la Casa Blanca a su sucesor, el vicepresidente Al Gore. Y sin embargo, tras meses de vertiginosa disputa, el presidente se vio obligado a entregarle el poder al ex gobernador de Texas, el señor George W. Bush.

                                                                                                                              Los próximos meses serían los peores para William J. Clinton. Había logrado sacar al país de una dura crisis económica, salía con una aprobación por encima del 60% y en las arcas del Estado quedaban millones de dólares de superávit en un país acostumbrado a vivir al debe.

                                                                                                                              El turno le llegó a su esposa. La Primera Dama guardó silencio cuando el mundo se enteró de su affair con la pasante Mónica Lewinski, y supo, con inteligencia, mantenerse a la sombra durante su mandato. Hillary Rodham Clinton, sin embargo, estaba dispuesta a salir de la Casa Blanca, pero no a mudarse de Washington. Por eso sería senadora por el estado de Nueva York, precandidata a la Presidencia y, tras su derrota, secretaria de Estado de Barack Obama.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Y vino entonces la depresión. “Antiguos asesores, amigos de Hollywood, ex secretarios de su gabinete, notaron que él no era el mismo. Estaba molesto y humillado, pues no estaba siendo admirado como un veterano hombre de Estado”, cuenta la periodista Carol Felsenthal, autora del libro Clinton en el exilio.

                                                                                                                              Esta semana, no obstante, lejos pareció quedar esa nostalgia de visibilidad y protagonismo. El miércoles 5 de agosto, mientras la secretaria de Estado llegaba a África en una casi invisible gira diplomática, su esposo regresaba a California con Euna Lee y Laura Ling. Las dos periodistas, empleadas de la agencia de noticias Current TV —fundada por su buen amigo y vicepresidente Al Gore—, llevaban 140 días retenidas por el gobierno de Corea del Norte acusadas de entrar al país de manera ilegal.

                                                                                                                              Serio, sobrio y prudente, Clinton respondió al llamado del régimen comunista (Norcorea había dicho que sólo entregaría a las mujeres tras entrevistarse con el ex presidente); llegó de sorpresa el martes a Pyongyang; se tomó la foto con el líder Kim Jong-il y logró que el gobierno que en mayo había roto una tregua nuclear de dos años y medio, les otorgara el perdón a las audaces periodistas.

                                                                                                                              Una comparación se volvió entonces recurrente. “Clinton puede que haya encontrado su vocación, como su predecesor Jimmy Carter, que le fue mejor de ex presidente que en la Oficina Oval”, escribió un comentarista en Washington. “Como Carter y Al Gore, Clinton también quiere un Premio Nobel de Paz”, escribió en su blog del Huffington Post Carol Felsenthal.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Sin embargo, como esposo de una secretaria de Estado, Clinton deberá por ahora ceñirse a los dictámenes de su mujer, sobre todo si ésta continúa aspirando —como sostienen muchos— a volver a disputarse la Casa Blanca con Barack Obama. Así, deberá continuar con su prudencia obligada. Al menos mientras siga en efecto la venganza de Hillary.

                                                                                                                              Por Juan Camilo Maldonado T.

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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