Corea y el frágil equilibrio de la diplomacia

El ex ministro de Asuntos Exteriores de la República de Corea del Sur y profesor emérito de Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de Seúl, analiza la transición 2018-2019.

Yoon Young-kwan, Especial para El Espectador, Seúl
02 de enero de 2019 - 12:51 a. m.
Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte, no abandonará sus armas nucleares hasta no estar seguro de que su régimen puede prosperar sin ellas. / EFE
Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte, no abandonará sus armas nucleares hasta no estar seguro de que su régimen puede prosperar sin ellas. / EFE
Foto: EFE - KCNA

Corea del Sur probablemente soportó más turbulencia política que casi cualquier otro país en 2018. En el frente doméstico, el nuevo gobierno liberal del presidente Moon Jae-in avanzó con medidas para encarar la corrupción arraigada, e implementó políticas económicas progresistas (y acaloradamente debatidas) para favorecer a la gente de bajos ingresos. Pero estos cambios importantes se vieron opacados por la ola de disrupción proveniente del exterior.

Pocos surcoreanos esperaban que el presidente norteamericano, Donald Trump, demostrara tal determinación a la hora de minar el orden internacional liberal de posguerra. Ese orden ha servido como un cimiento para el crecimiento económico y el desarrollo democrático de Corea desde los años 1960. Ahora que ese orden está bajo amenaza, los surcoreanos se preguntan ansiosamente si Trump será un caso atípico de un solo mandato o si será un agente de cambio permanente.

Después de la amenaza de Trump de abril de 2017 de “terminar” con el “horrible” acuerdo de libre comercio que durante una década ha respaldado una alianza estratégica con Estados Unidos que ha durado más de medio siglo, los surcoreanos se sintieron aliviados al ver que Trump y Moon firmaron un acuerdo revisado en septiembre. Aun así, la guerra comercial de la administración Trump con China seguramente le asestará un golpe económico duro a Corea del Sur.

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“Será una de las economías más afectadas en el mundo si estalla una guerra comercial declarada”, advirtió un alto funcionario del área de comercio –y esto se produciría cuando la economía ya se está desacelerando-. Si Moon no logra abordar los desafíos de una población en edad laboral que se achica y una creciente desigualdad, Corea del Sur podría terminar teniendo su propio Trump.

Desde un punto de vista más positivo, los temores de un conflicto militar en la Península de Corea han amainado. En noviembre de 2017, algunos expertos en política exterior de Estados Unidos advirtieron que las posibilidades de una guerra con Corea del Norte eran del 50%. Hoy, en cambio, Estados Unidos y Corea del Sur están trabajando con Corea del Norte para encontrar una fórmula viable para la desnuclearización y una paz duradera. En este sentido, 2018 fue un año crucial. La transición de crisis a diplomacia comenzó cuando el líder norcoreano Kim Jong-un respondió favorablemente en un discurso de Año Nuevo a la apertura de Moon; pero le debe gran parte de su impulso a la estrategia política audaz de Trump.

Moon venía dando señales de su apertura a un diálogo con Corea del Norte desde que asumió el cargo en mayo de 2017, invitando inclusive a atletas norcoreanos a participar en los Juegos Olímpicos de Invierno en Pyeongchang en febrero de 2018. Esto sentó las bases para un diálogo entre las dos Coreas. Durante una visita de un enviado especial surcoreano a Pyongyang, Kim indicó por primera vez que podría abandonar su programa nuclear, y que quería reunirse con Trump para discutirlo. Desde entonces, Kim ha dicho que abandonará la “línea byungjin” –el desarrollo paralelo de armas nucleares y de la economía norcoreana- para centrarse exclusivamente en el desarrollo económico.

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Después de tres rondas de reuniones cumbre entre las dos Coreas, Moon y Kim firmaron la Declaración Conjunta de Pyongyang el 19 de septiembre. Ambas partes se comprometieron a convertir a la Península de Corea en “una tierra de paz sin armas nucleares y amenazas nucleares”; y Corea del Norte prometió desmantelar su sitio de pruebas de misiles y plataforma de lanzamiento en Dongchang-ri. Ambas partes también acordaron “expandir el cese de las hostilidades militares en regiones de confrontación”, incluida la zona desmilitarizada en la frontera y la Línea de Límite Norte en el Mar Occidental. Dicho esto, la declaración conjunta representa un progreso significativo hacia una menor probabilidad de una confrontación militar convencional, que en verdad es más probable que una guerra nuclear.

Mientras tanto, en la histórica cumbre entre Trump y Kim en Singapur el 12 de junio, Estados Unidos y Corea del Norte alcanzaron un acuerdo de cuatro puntos que expresa “el deseo de los pueblos de los dos países de paz y prosperidad”. Pero si bien este comunicado conjunto marcó un giro importante en la diplomacia norteamericana, fue criticado por no incluir detalles sobre el cronograma y el método de desnuclearización. Para abordar estas cuestiones, el Secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, siguió reuniéndose con los norcoreanos y visitó Pyongyang en cuatro oportunidades en el transcurso del año.

Después de regresar de su última visita, cuando se reunió con Kim durante tres horas y media, Pompeo informó que se había hecho un progreso no especificado hacia la desnuclearización de Corea del Norte. Pero muchos especialistas y observadores son escépticos. El régimen de Kim, después de todo, todavía tiene que tomar medidas serias a pesar de la avalancha de conversaciones.

Lo que suceda a continuación es una incógnita. Pero hasta los escépticos en Estados Unidos concordarían en que una diplomacia continua es preferible al cascabeleo de sables de 2017. De cara al futuro, gran parte dependerá de la voluntad de los hacedores de las políticas públicas en Estados Unidos de ser pragmáticos a la hora de lidiar con el régimen de Kim. Resolver la amenaza de una Corea del Norte con armas nucleares es una cuestión de percepción tanto como de disuasión. Un país pequeño, aislado y económicamente devastado que está rodeado por grandes potencias se sentirá inseguro bajo cualquier circunstancia.

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Así, Kim no abandonará sus armas nucleares hasta no estar seguro de que su régimen puede prosperar sin ellas. Pero mientras que muchos hacedores de políticas públicas de Estados Unidos ya saben que abordar las cuestiones de seguridad del régimen es un requisito previo para la desnuclearización, todavía no se ha emprendido ninguna acción real en este frente. Es más, aún está por verse si la administración Trump puede movilizar el respaldo necesario del Congreso para hacer avanzar el proceso.

Por ejemplo, Estados Unidos podría considerar una declaración de paz para poner fin a la Guerra de Corea. Si eso no es posible, podría establecer una oficina de enlace en Pyongyang, o extender la ayuda humanitaria a Corea del Norte (fuera de las sanciones económicas). O podría invitar a equipos deportivos, artistas, burócratas y estudiantes norcoreanos a participar en eventos culturales o buscar oportunidades educativas en Occidente, exponiéndolos así a la democracia liberal y a una economía de mercado. Ninguna de estas opciones debilita las sanciones, que pueden seguir en vigencia hasta que el régimen de Kim cumpla con la desnuclearización.

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Kim ya ha permitido que Moon le hablara a 150.000 norcoreanos, algo que se decidió en una visita sin precedentes a Seúl, e invitó al Papa Francisco a Pyongyang. Estos gestos sugieren que tal vez quiera convertirse en el Deng Xiaoping de Corea del Norte. Sí, todo cuidado que se ponga es poco cuando se trata con el régimen de Kim; pero tampoco debería sorprendernos que un líder joven pueda buscar una estrategia diferente de la de su padre.

Deng pudo concentrarse en el desarrollo económico sólo después de que la diplomacia con Estados Unidos había creado un contexto externo más favorable para China. Si existe la más mínima posibilidad de que Kim hable en serio respecto de avanzar hacia un estado normal y una economía del siglo XXI, la comunidad internacional no debe interponerse en su camino. En ese caso, 2019 podría ser un año de progreso continuo hacia una Península de Corea pacífica y sin armas nucleares.

Copyright: Project Syndicate, 2018.

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Por Yoon Young-kwan, Especial para El Espectador, Seúl

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