“El Darién sigue siendo tan peligroso como antes”: Médicos Sin Fronteras

La organización médica y humanitaria internacional da testimonio sobre los casos de migrantes que han conocido en el paso por la selva del Darién. La entidad ha notado un aumento en el número de gente que requiere servicios en salud mental, con un promedio mensual de 1.500 consultas médicas.

Médicos Sin Fronteras
04 de mayo de 2022 - 11:44 p. m.
Migrantes de varias nacionalidades cruzan el Tapón del Darién, en la frontera con Panamá, para viajar hacia Estados Unidos.
Migrantes de varias nacionalidades cruzan el Tapón del Darién, en la frontera con Panamá, para viajar hacia Estados Unidos.
Foto: El Espectador - José Vargas

Helmer Charris lleva once años trabajando en Médicos Sin Fronteras (MSF) en diferentes posiciones, como médico de terreno, coordinador adjunto de misión o referente médico y, entre otros, ha intervenido en Sierra Leona, en el conflicto en Tigray (Etiopía), ha trabajado en México, Yemen, Sudán del Sur y su última cooperación ha sido en Panamá. En este último país, Helmer trabajó desde diciembre hasta finales de marzo y ha podido observar la evolución del flujo migratorio en el Darién, la frontera selvática que separa a Panamá de Colombia, cuya peligrosidad, lejos de remitir, continúa. Más allá de las dificultades de la propia selva tropical, los migrantes se enfrentan a bandas criminales de extrema violencia que los roban y agreden, y que, en un número elevado de casos, se ceban con las mujeres a las que vejan y violan brutalmente. Este es su relato:

En diciembre, cuando llegué, la situación era diferente. El número de personas que cruzaban el Darién había descendido notablemente, después de un año récord. En el centro de salud de Bajo Chiquito ya no teníamos pacientes. Como el descenso había sido paulatino desde noviembre, se decidió reducir el equipo allá. A la vez, se cambiaba la ruta migratoria y ahora, en vez de llegar a la población de Bajo Chiquito, llegaba más al norte, a Canán Membrillo. Parecía que la ruta era más segura, no se reportaban incidentes de violencia y, al ser más corta, de tres días, se reducía, asimismo, la dureza de un camino que antes suponía sortear montañas, precipicios, acantilados, ríos con crecidas súbitas, muy peligroso. Eso tenía consecuencias obvias en el estado físico de los migrantes y sus necesidades médicas, que se reducían significativamente.

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Sin embargo, eso empezó a cambiar de nuevo en febrero. Nosotros nos habíamos concentrado en las estaciones de recepción migratorias de Lajas Blancas y San Vicente, principalmente en esta última, dado que Lajas Blancas se cerró para reformarla. Allá llegan los migrantes y se concentran una vez superada la selva y pasan un par de días antes de seguir camino hacia el norte, hacia Costa Rica. Pero ya nos empezaron a llegar pacientes que nos explicaban que habían estado más días en la selva, ya nos contaron que habían sido asaltados, ya nos decían que habían sufrido violencia sexual de unas características muy brutales. El problema al que nos enfrentábamos, asimismo, es que de Canán Membrillo a San Vicente, las mujeres agredidas tardaban en llegar y, entonces, ya no podíamos ofrecer la profilaxis necesaria tras una violación, que debe administrarse en las 72 horas siguientes a la agresión, y que pretende evitar infecciones y embarazos no deseados.

La nacionalidad de los migrantes también ha sufrido un cambio con respecto a 2021. Si antes el grupo más numeroso estaba conformado por haitianos, ahora más de la mitad son venezolanos, muchos de ellos, previamente, asentados en Colombia o Perú, que ya llevaban tiempo planeando hacer la travesía hacia el norte. Había muchas familias, aunque menos, y seguimos teniendo familias procedentes de África: de Camerún, Congo, Senegal.

Desde febrero, se producen varios picos de violencia y violencia sexual. Puede ser pronto para determinar un patrón, pero sí se ha repetido que primero nos llegan migrantes que dicen que les han robado, luego llegan mujeres, generalmente africanas o haitianas, que dicen que las han violado y luego llegan mujeres, generalmente venezolanas, que explican haber sido sometidas a un maltrato de una brutalidad enorme, con un ánimo de humillación, casi de venganza y que, obviamente, impacta en su salud física y en su salud mental, con sufrimiento mental de importancia.

Por supuesto, nuestra intención es evaluar la situación en Canán Membrillo, pero no recibimos la autorización del Ministerio de Salud para trabajar en esa zona. Nos preocupa, sobre todo, la situación de las mujeres agredidas y que no puedan recibir la profilaxis, así como el trato médico y psicológico necesario. En total, hemos atendido por violencia sexual a 396 mujeres, desde abril de 2021 hasta marzo de 2022, 68 en lo que va del año. Las necesidades de protección son todavía inmensas: “el Darién sigue siendo tan peligroso como antes.

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Lo que nos dicen los pacientes es que ahora, aunque vayan por la nueva ruta de Canán Membrillo, los guías los llevan por caminos en círculos. Incluso, algunos nos han relatado que han pasado por la notoria Loma de la Muerte, que no deberían atravesar si van a Canán, pero sí a Bajo Chiquito, y que es famosa por lo duro que es salvarla. Como la ruta es más larga, también les cobran más: pasó de 300 dólares por persona a 900 dólares por cada una.

No ha habido un cambio enorme en las afectaciones físicas que sufren los migrantes, pero sí hemos notado un aumento en el número de gente que requiere nuestros servicios en salud mental, con un promedio mensual de 1.500 consultas médicas. Entre ellas, 150 son de salud mental, la mayoría de las cuales corresponden a pacientes en situación de riesgo, la violencia sufrida en el camino y más de la mitad presentan estrés agudo. Entre ellos, también hay que incluir a aquellos que han perdido algún familiar en el camino, cuyo allegado ha muerto por algún accidente, por deshidratación o porque se ha separado en la ruta. Entendemos que en las estaciones migratorias, los migrantes ya se sienten más preparados y más seguros para poder pedir la consulta que en Bajo Chiquito, donde aún tenían el tramo final por recorrer hasta poder iniciar una nueva etapa en el camino.

¿Lo que más me ha impresionado? Además de la brutalidad y la violencia sexual, impresiona siempre saber de los muertos en la ruta: un joven de 17 años, angoleño, con la familia ahora dispersa; unos en la frontera con Costa Rica, el papá en Canán Membrillo y su hermano, algo más joven, ahogado en un río. Otros dos hermanos, uno de ellos falleció, no sabemos si deshidratado o por inanición, porque les habían robado todo lo que llevaban encima. Eso deja a los equipos muy tocados emocionalmente y también dice mucho de lo necesario que somos, pero, específicamente, de lo necesaria que es nuestra petición de que se proteja a esta población y de la necesidad de crear rutas seguras, pasen por el Darién o no.

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Por Médicos Sin Fronteras

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