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La operación que decidió la guerra

El desembarco aliado en Normandía, hace 65 años, marcó el comienzo del final de la Segunda Guerra Mundial.

Ricardo Abdahllah / Especial para El Espectador / París
06 de junio de 2009 - 10:00 p. m.

“No creo que estuviera previsto, porque todos avanzábamos al mismo ritmo. Fue cuando la barcaza se detuvo que escuchamos el grito del coronel Dawson”.

Leon Gautier tiene 86 años y está sentado en la sala de su casa en Ouistreham. Preside una asociación de veteranos y a veces da conferencias en colegios. A las 7 de la mañana del 6 de junio de 1944 estaba de pie en la barcaza número 523 frente a la costa de Normandía. A las cinco había rechazado la sopa del desayuno: “Era asquerosa”, dice. Algunos compañeros se habían mareado, pero había un buen ánimo. Un inglés había tocado la gaita toda la madrugada. El objetivo era la playa que antes se había llamado “La Breche” y ahora era “Sword Beach”, al fin y al cabo cuatrocientos ingleses viajaban en la 523 y su barcaza gemela la 527.

Pero el coronel Dawson gritó: “Primero los franceses”. Era a los 177 miembros del Comando Kieffer a quienes correspondía poner los pies en el suelo que iban a liberar. Gautier regresaba después de cuatro años combatiendo en África y Siria. Había dejado una novia en Inglaterra. Se llamaba Doris. No cerró los ojos cuando dio el primer paso. “Volver a pisar la tierra patria”, pensó. El agua lo cubrió casi hasta los hombros.

Los pros y contras

Las acciones de lo que hasta ese momento llevaba el nombre secreto de “Operación Neptuno” comenzaron dos años atrás, cuando la Resistencia Francesa hizo llegar a Londres un plan de defensa de la costa. “Fue gracias a ese informe que pudimos organizar el desembarco”, dijo alguna vez el general Bradley, uno de los coordinadores de la operación. El objetivo era crear un frente para avanzar desde el norte. Churchill hubiera preferido atacar desde el sur, pero pudo más la presión de Stalin, que sentía que los rusos estaban llevando todo el peso de la guerra.

El primer intento de desembarco, a cargo de las fuerzas canadienses en Dieppe en agosto del 42, había terminado con dos mil muertos y una retirada que recordaba a la de Dunkerque, cuando la décima parte de los cuatrocientos mil soldados que huían de los alemanes murieron o cayeron prisioneros tratando de embarcarse hacia Inglaterra. Cualquiera de las dos operaciones habría podido decidir la guerra. Si el desembarco en Dieppe hubiera funcionado, la habría acortado en tres años; si los alemanes no hubieran decidido a último momento posponer un día su ataque contra las fuerzas en retirada en Dunkerque, los aliados nunca hubieran podido recuperarse.

Los dos antecedentes habían convencido a los alemanes de que si los aliados intentaban un desembarco un sistema de muros y nidos de cañones bastaría para detenerlos. Una opinión que no compartía el general Erwin Rommel, que en enero de 1944 fue asignado a la defensa de la costa. “Van a atacarnos en un día con mal clima y ese será el día más largo” fue su comentario.

Contra la voluntad del general von Rundstedt, también a cargo pero menos preocupado por un desembarco, se reforzaron las barricadas en la costa. El choque entre los dos generales se dio en torno a la ubicación de las divisiones de tanques, que von Rundstedt quería en el interior y Rommel en la línea costera.

Rommel se había ganado el respeto del ejército con sus campañas en África, pero Hitler optó por una solución intermedia: ubicaría los tanques en diferentes puntos de la región. Una orden suya bastaría para moverlos. “Me sirve más una división el primer día que tres con 48 horas de retraso”, dijo Rommel. Cuando se suicidó, casi al final de la guerra, había sido el único general alemán que nunca estuvo implicado en crímenes contra la humanidad.

El día más largo

El objetivo de los bombardeos era debilitar la capacidad de respuesta alemana e impedir que pudieran recibirse refuerzos del interior. En el mismo momento en que los aviones británicos bombardeaban 100 kilómetros de costa, los combatientes de la resistencia realizaban sabotajes con explosivos en las vías férreas. Imposibilitados de comunicarse con Londres, el mensaje les había llegado en clave por la BBC como una frase dentro de un poema de Baudelaire que los alemanes habían detectado sin poder interpretar.

Gautier había combatido por primera vez en 1939, a los 17 años. En 1940, tras el armisticio en el que el gobierno francés aceptaba colaborar con los nazis, viajó a Londres. El 13 de julio del 40, una fecha que recuerda bien, se unió al grupo de voluntarios que se entrenaba para combatir en África. En el 43 decidió unirse al comando del oficial Philippe Kieffer y pasó su entrenamiento en Escocia, donde cada día veía las tumbas de los soldados muertos durante el curso que realizaba. Las tumbas eran falsas, pero no tenía de dónde saberlo. A partir de marzo del 44 el Comando Kieffer comenzó las prácticas de desembarco y el 25 de mayo los elegidos viajaron en tren al sur de Inglaterra. “Nos mostraron fotografías aéreas de las playas. No especificaban su ubicación, pero las reconocimos de inmediato. Cuestión de mantener el secreto, no nos permitieron volver a salir y nos la pasamos viendo películas hasta el día de la operación”.


Otras acciones se montaron para mantener la confidencialidad. Una de ellas fue hacer circular el rumor de que un ataque comandado por el general Patton se produciría en Calais. Siendo Patton una leyenda dentro de los aliados y Calais el puerto más cercano a Inglaterra, los alemanes se prepararon para ese desembarco, mientras los aliados minaban el mar para formar el corredor de 80 kilómetros de ancho por el que la fuerza de desembarco debía dirigirse hacia Normandía.

Todos los puertos del sur de Inglaterra participaron en las operaciones. Desde cada uno de ellos los barcos debían navegar hasta Piccadilly Circus. A las cinco de la tarde, Gautier recibió el tiquete de embarque “como si uno fuera de paseo”. Para diferenciarse de los ingleses, los franceses se negaron a llevar casco. En lugar de la playa de las fotografías vio las columnas de humo que los bombarderos aliados habían creado para que los alemanes no pudieran verlos, “pero nos disparaban a ciegas”, dice. “Yo no escuchaba nada cuando salté y un segundo después se oían disparos desde todas partes”. La consigna era avanzar. Los enfermeros les seguirían para recoger a los heridos. El primero fue Robert Piaugé, cuando un obús golpeó la barcaza y veintidós fragmentos de metal se le clavaron en el pecho.

“Yo miraba hacia atrás y veía decenas de barcos al fondo y una línea de barcazas y hombres que corrían por la playa. Uno tiene la impresión de que las balas le pasan por encima, hasta que el tipo que corre al lado también cae”.

Cada unidad tenía un primer punto al cual llegar. Una barricada, una calle o, como en el caso del Comando Kieffer, una batería de artillería. Hasta ese punto debían correr al descubierto. La escena se repetía a lo largo de toda la costa. Siete mil barcos habían salido de Inglaterra la noche anterior para desembarcar 185.000 hombres en Sword Beach y las otras cuatro playas hacia el Oeste, Juno, Gold, Utah y Omaha. La primera a cargo de los canadienses, que se reivindicaron de Dieppe, la segunda a cargo de los ingleses. Las dos últimas debían ser tomadas por los norteamericanos. 

Fue en Omaha, donde la inteligencia de los aliados dejó pasar un dato importante. A la división de infantería 716, constituida por soldados poco instruidos o incapacitados para el combate, Rommel había agregado la 352, que había minado la playa y ubicado baterías antiaéreas, muros de varios metros de alto, alambres de púas y barreras de acero. Los norteamericanos se encontraron de frente a una defensa de doce mil hombres. Al final de la tarde, menos del cinco por ciento del material había podido ser desembarcado y cinco mil soldados habían muerto en la playa.

A esa hora, el Comando Kieffer había destruido el nido de ametralladoras y tomado el casino que constituía su segundo objetivo y combatía las últimas posiciones alemanas en las calles de Ouistreham.

El Frente Norte, abierto en Normandía, decidiría el rumbo de la guerra, pero la guerra no había terminado; los alemanes en retirada ejecutarían a todos los habitantes de Oradour-sur-Glane; las fuerzas aliadas incendiarían Dresden, donde trescientos mil civiles morirían quemados.

Gautier combatió hasta el 27 de agosto, tres días después de que la División Leclerc expulsara a los nazis de París. Lo primero que hizo al regresar a Inglaterra fue casarse. Con Doris. Ciento cincuenta de sus compañeros habían caído muertos o heridos en los combates. “Cuestión de suerte. Juro que no lo hice a propósito”, dice.

Unos meses después, se dio cuenta de que el tren que lo llevaba no se detenía en su estación y decidió saltar para bajarse. Había sido uno de los pocos del Comando Kieffer en volver “con sus dos pies en la tierra” y el accidente lo alejó para siempre del ejército. ¿Continuará trabajando con su Asociación?, “Vamos a cerrarla”, dice, “ya quedamos muy poquitos”.

Por Ricardo Abdahllah / Especial para El Espectador / París

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