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Francisco, el estratega

Cuba, un país con minoría católica –aproximadamente 6 % de su población–, marcado por un fuerte sincretismo religioso, en donde la santería convive con los ritos católicos y en los altares, santos, “orishas”, la Virgen y Yemanjá comparten espacios armoniosos, abrió sus puertas al papa Francisco, demostrando respeto a la fe católica, a la diversidad religiosa, y una Cuba en movimiento.

El Espectador
22 de septiembre de 2015 - 03:53 a. m.

En una Iglesia afectada por una profunda crisis sistémica, ética y de legitimidad, el papa Francisco ha alentado a millones de feligreses alrededor del mundo. De alguna forma, su carácter humanista los remite al imaginario fraterno de San Francisco de Asís, sobre todo por su lucha en beneficio de las personas desposeídas y por la preservación del planeta. San Francisco fue el santo que soñó con el derrumbe de la Iglesia, la cual él necesitaba reconstruir. Para muchos, el papa Francisco ya es el transformador de la Iglesia en el tercer milenio.

Pasará a la historia como el tercer papa en pisar el suelo cubano. En 1998, después de la disolución de la Unión Soviética, la isla recibió la visita del papa Juan Pablo II. En aquella ocasión, el pontífice expresó el deseo de que “Cuba se abriera con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abriera a Cuba” y, posteriormente, recibió la visita del papa Benedicto XVI en el 2012.

Su llegada a la isla ha congregado a militantes, trabajadores y turistas. En una de sus primeras declaraciones, con un tono conciliador, afirmó que sus palabras eran dirigidas a todos los cubanos dispersos en el mundo, lo que podría ser interpretado como un saludo cordial a aquellos que, por distintos motivos, salieron de la isla hace algunas décadas y, de alguna forma, dejar claro que no tendría una reunión privada con los disidentes cubanos.

El simbolismo de su visita es inmenso, no solo por ser el primer papa latinoamericano en aterrizar en Cuba, sino porque en los últimos años la isla ha sido protagonista y mediadora de importantes cambios continentales: la reaproximación diplomática de Cuba y Estados Unidos –a pesar de la vigencia del bloqueo y de Guantánamo– y las negociaciones del proceso de paz de Colombia en La Habana.

Es importante subrayar la relevancia de una misiva personal del pontífice, llevada a Washington por el cardenal de La Habana, Jaime Ortega, en diciembre pasado, para comprender el importante papel de mediador del papa Francisco en este proceso de deshielo de esa relación bilateral. Desde la Plaza de la Revolución, el papa Francisco instó a los cubanos a servir “a las personas y no a las ideas”. Sobre el conflicto colombiano expresó que no puede haber “otro fracaso”.

En Cuba, el papa Francisco logró mantenerse lejos del discurso de los cubanos de Miami, distante del régimen, a pesar de sus encuentros privados con el líder de la revolución Fidel Castro y el presidente Raúl Castro y de la generación Y de Yoani Sánchez, la bloguera cubana, que realiza fuerte oposición al régimen. El papa evidenció que no es solamente un ser iluminado, en el intento de construir un mundo mejor, sino también un estratega, con inmunidad diplomática “divina”.

Por El Espectador

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