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¿La nube de Chernóbil llegó a Francia?

Pacientes enfermos de la tiroides aseguran que la expansión radiactiva que produjo la explosión alcanzó Francia y produjo un aumento de los casos de cáncer. El Estado no habría tomado las medidas necesarias para aplacar los efectos.

Ricardo Abdahllah
26 de abril de 2016 - 04:09 a. m.

La frase nunca fue dicha, tanto así que el profesor Pierre Pellerin, que en 1986 era jefe del Servicio Central de Protección contra las Radiaciones Ionizantes, se dedicó hasta su muerte a demandar a quien se atreviera a afirmar que él había asegurado que “la nube radioactiva se detuvo al llegar a la frontera francesa”. No, no lo dijo, pero convertido de oficio en el portavoz de un gobierno que actuó como si eso hubiera ocurrido, Pellerin y su frase siguen siendo los símbolos de esa inacción, que, según las conclusiones de los informes oficiales, fue inadecuada, pero no tuvo consecuencias en la salud de los franceses

“Voy a tratar de explicarle lo que es vivir con un cáncer que hace metástasis”, dice Nell Gaudry. Luego, con la voz entrecortada, detalla los síntomas y los procedimientos quirúrgicos que ha tenido que sufrir desde que en el 2006 le fuera diagnosticado un cáncer de las papilas. Gaudry es copresidenta de la Asociación Francesa de Enfermos de la Tiroides, fundada en 1999 por seis pacientes que apenas estaban comenzando a ser conscientes de que las condiciones ambientales eran tanto o más responsables que los hábitos personales en el desarrollo de las enfermedades de esta glándula. Hoy en día la asociación reivindica casi 5.000 miembros y se ha centrado en una idea: demostrar que el aumento de cánceres de tiroides a partir de finales de los ochenta y el hecho de que la enfermedad se haya disparado en los jóvenes desde ese momento está relacionado con el paso de la “nube radioactiva” de Chernóbil sobre el territorio francés.

“Mientras en otros países se reaccionaba conforme lo requerían unos niveles de radiactividad muy altos, en Francia no hizo sino repetirse que todo estaba bien y ni siquiera se recomendó evitar el consumo de productos como leche y verduras frescas”, dice Gaudry. “Una instrucción tan simple como esa nos habría salvado”.

Las medidas tomadas en otros países de Europa incluyeron la prohibición a los niños en los países nórdicos de jugar en parques y patios de los colegios, una mora al sacrificio de ganado en Inglaterra y la prohibición de venta de leche y verduras en Grecia e Italia.

Gaudry, que tenía problemas de tiroides desde mediados de los años noventa, fue uno de los pacientes que, con el apoyo de la Comisión de Investigación Independiente sobre la Radioactividad, instaló una demanda para obligar al Estado a determinar responsabilidades en el manejo de la contaminación radioactiva en los días que siguieron al accidente de Chernóbil. Aunque el proceso tardó diez años y el número de pacientes inscritos como demandantes superó los doscientos, el fallo, pronunciado el 7 de septiembre del 2011, absolvió al Estado de cualquier responsabilidad. Gaudry, como el resto de los interesados, había recibido una convocación judicial para asistir a la lectura del veredicto, pero la policía les impidió a todos su ingreso a la sala.

“Suele decirse que las consecuencias en la Unión Soviética fueron tan graves porque no se informó a la población, pero aquí también se ocultó información”, dice Martial Chateau, un miembro de la ONG Sortir du Nucléaire. “Un manejo transparente de la situación. Una orden de no consumir leche y mantener los animales en los establos habría bastado para disminuir de manera importante la cantidad de cánceres”.

Tanto para la ONG Sortir du Nucléaire como para la Asociación de Enfermos de la Tiroides, es un hecho bien documentado que el entonces ministro del Interior, Charles Pasqua, “dio a los prefectos la orden de no tomar ninguna medida, aparte de informar a París en caso de problemas de orden público” y que en varias zonas de Francia se dio la orden de desactivar las alarmas de contaminación nuclear para evitar el pánico. El rol de Nicolás Sarkozy, quien, al frente de la misión gubernamental de lucha contra los riesgos químicos y bacteriológicos a partir del año 1987, fue responsable de manejar la comunicación durante los primeros cuestionamientos al manejo de la crisis, nunca ha sido completamente aclarado. Su paso por la misión, documentado ampliamente en su momento, no aparece en las biografías oficiales posteriores.

A pesar que no todos los departamentos franceses manejan de la misma manera las estadísticas sobre el número de cánceres de tiroides, hay un consenso sobre un aumento constante en el número de casos a lo largo de los años ochenta y noventa. Quienes insisten en que no existe una relación directa con el accidente de Chernóbil afirman que el aumento viene desde finales de los setenta y que se debe a las mejoras en los métodos de diagnóstico. Esa es la posición oficial de la Sociedad Francesa de Energía Nuclear.

“Nosotros abordamos el problema al revés. Gracias a un allanamiento de los laboratorios Merck, logramos comprobar que la cifra de ventas de la hormona Lévothyrox se disparó en los ochenta y en el 2010 el número de enfermos que por su condición depende de esa hormona se había multiplicado por cinco”, afirma Gaudry.

La asociación cita también un informe de la Universidad de Génova, realizado por encargo de las autoridades locales de Córcega, una región que sufrió fuertes lluvias en el momento en que la contaminación de Chernóbil alcanzó la zona del Mediterráneo. Los investigadores concluyeron que a partir de 1986 el cáncer de tiroides aumentó en cerca de un 30 % y los casos hipertiroidismo se duplicaron.

El estudio de Córcega es el único realizado sobre una población específica fuera de la zona contaminada, y más allá de esa área en particular no existe un consenso en cuanto al número de casos de “cánceres en exceso” (es decir, más de los “normales”) que el accidente pudo provocar en Europa. Para la OMS, no serían más de 4.000. Una cifra controvertida, toda vez que todos los reportes de la OMS sobre temas nucleares deben contar con el visto bueno de la Organización Internacional de Energía Atómica. El Partido Verde Alemán ordenó un estudio a un grupo de científicos británicos que concluyeron que el número podría elevarse a 60.000. Para Greenpeace, el número podría acercarse a los 300.000. Elif Hindié, del Servicio de Medicina Nuclear del Hospital Saint Louis de París, cita dos estudios realizados en la zona contaminada. En uno de ellos se comprobó un aumento de casos de leucemia infantil en Ucrania, pero no en zonas mucho más contaminadas en Bielorrusia. Otro muestra, en cambio, que los casos de cáncer de seno se duplicaron en las zonas más contaminadas de los dos países alrededor de diez años después del accidente.

“Si se realizaran más estudios como el de Córcega en otras regiones, tendríamos más elementos de juicio. Es extremadamente complicado establecer una relación de causalidad porque los estudios son largos y costosos y no hay voluntad para facilitarlos”, afirma el biólogo Alain Dubois. “Pero de todas maneras hay que tener en cuenta si el cáncer es una consecuencia muy visible a mediano plazo. Hay una no menos grave que son los cambios a nivel genético”.

Dubois habla de efectos inmediatos en las personas expuestas a la radiación a altas dosis, que mueren en un tiempo corto, y a dosis menores, que desarrollan cánceres a mediano plazo.

“Luego están los abortos espontáneos, que sabemos que se multiplican en una zona muy extensa alrededor de la fuente de radiación y con frecuencia no son declarados, pero lo más preocupante son las mutaciones. No le hablo de ‘fenómenos’ o de monstruos, sino de genes modificados cuyos efectos no serán visibles en esta generación sino en algunas más, en particular cuando se trata de genes recesivos. No hay una ‘dosis mínima’ para que se produzcan mutaciones, y si partimos de la cantidad de personas expuestas a la radiación en Chernóbil, lo vemos en un período lo suficientemente largo y lo sumamos a las personas irradiadas por las pruebas nucleares, es claro que el patrimonio genético de la humanidad fue afectado de manera irreversible”.

Por Ricardo Abdahllah

 

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