Plan de acción 2018 para responder al populismo

El exministro de Asuntos Exteriores de Polonia analiza este fenómeno en la política global.

Radoslaw Sikorski / Especial para El Espectador / Varsovia
19 de enero de 2018 - 02:00 a. m.
Sikorski dice: “Los populistas explotan el malestar de los ciudadanos” ante un “‘establishment’ incapaz”.  / AFP
Sikorski dice: “Los populistas explotan el malestar de los ciudadanos” ante un “‘establishment’ incapaz”. / AFP

¡Dos hurras por el presidente estadounidense Donald Trump! Sin él, Occidente seguiría pensando que el populismo es un problema exclusivo de Europa central y oriental. Pero la presidencia de Trump demuestra a las claras el hecho de que el populismo no es meramente un producto de la presunta “inmadurez” de los países poscomunistas.

Se atribuye a León Tolstoi haber dicho que cuanto más lejos está uno de los acontecimientos, más inevitables le parecen. Es lo que sucede con la actual oleada populista. No era inevitable que el partido Ley y Justicia (PiS) de Polonia llegara al poder con el 38 % de los votos en 2015; ni era inevitable que Trump ganara la Presidencia de EE. UU., pese a haber recibido casi tres millones de votos menos que su rival. En ambos casos, influyeron la suerte y la incompetencia de los competidores, así como en la llegada al poder de fuerzas decididamente liberales en Francia en 2017.

Sin embargo, empezando 2018, debemos reconocer que se anuncia otro año de turbulencia populista. Después de todo, la política populista en las democracias, antiguas o modernas, no es algo nuevo. En el siglo XIX, el movimiento a favor de la libre acuñación de la plata dividió a EE. UU. casi como el Brexit divide a Gran Bretaña hoy.

Los populistas medran explotando el malestar de los ciudadanos con un establishment incapaz de responder a algún desafío importante, por ejemplo, el bajo precio de las cosechas y la deflación de deuda en los Estados Unidos de la década de 1870 o la migración en la Unión Europea de hoy. Suelen proponer soluciones sencillas a problemas complejos. Y una vez en el poder, suelen incumplir sus promesas, pero sólo después de gastar todo el dinero público. Los políticos del establishment inteligentes hacen lugar a algunos argumentos populistas en sus programas; tras estas concesiones, las emociones tienden a calmarse y es posible restaurar la estabilidad social.

¿Cuáles son, entonces, los principales reclamos actuales de los populistas? Por lo que ocurre en países como Polonia y Hungría, giran en torno de al menos tres aspectos: resentimiento de clase, desesperanza demográfica y amenazas a la identidad. Cada uno de estos reclamos tiene una base legítima y todos necesitan respuesta.

Contra lo que suele creerse, ninguno de los reclamos es estrictamente económico. En Polonia hace 25 años que los ingresos están en aumento y disminuyen las desigualdades. Pero al mismo tiempo, el ciudadano de a pie desconfía cada vez más de unas élites que “lo tienen fácil”, mientras todos los demás tienen que hacer malabares para llegar a fin de mes.

Parte del problema es que las expectativas superaron la realidad. Y cuando las expectativas quedan insatisfechas, la gente empieza a sospechar que el contrato social es injusto en sí mismo. Esta sensación de injusticia, mucho más que los niveles de ingreso, es lo que alimenta el apoyo a los movimientos populistas. Después de todo, se puede ganar mucho más que el salario mínimo en Polonia y aun así sentir resentimiento ante el hecho de que los más ricos del mundo escondan billones de dólares en paraísos fiscales o que las multinacionales evadan sistemáticamente sus obligaciones impositivas.

Además, los populistas, dejando de lado su retórica racista en materia de migraciones, no se equivocan cuando intuyen que un Estado de bienestar generoso es incompatible con la apertura de fronteras. En la otra orilla del Mediterráneo hay mil millones de personas a las que no se puede culpar por querer vivir en un Estado de bienestar europeo. Muchas de ellas viven en países donde no hay bienestar ni tampoco un Estado funcional.

Pero Europa no puede recibir a todos. Es legítimo que se discuta acerca de flujos migratorios tolerables, capacidad de absorción de los países desarrollados y controles fronterizos. Además, es justo preguntar si hay formas mejores que la migración en masa para responder a los problemas asociados con el envejecimiento poblacional, por ejemplo, la ampliación de las prestaciones por hijo y la licencia parental. Lo más irritante para los populistas y sus simpatizantes es que el solo hecho de plantear estas preguntas lo exponga a uno a ser acusado de intolerante, como mínimo.

En cuanto al tercer reclamo populista, era predecible que los rezagados de la era de la globalización y la meritocracia recurrirían a la identidad colectiva en busca de dignidad. Tendencia que en Polonia y en EE. UU., en particular, se refuerza por la disminución de la religiosidad. El nacionalismo es el último refugio de quien teme perder su estilo de vida. Es en parte una reacción de mayorías amenazadas que no quieren convertirse en minorías. Además de estos reclamos hay que considerar el hecho de que cada revolución de las comunicaciones a lo largo de la historia condujo a una revolución política. En un mundo de redes sociales desreguladas, los demagogos populistas no tienen que esforzarse mucho para atizar la confusión, la paranoia y el cinismo que ya se agitan en el electorado.

A futuro, los gobiernos y las dirigencias políticas deben encarar las inquietudes fundamentales que los populistas explotaron. En primer lugar, tenemos que corregir el capitalismo para que la recompensa de los aportes a la sociedad sea más adecuada que en la actualidad. Incluso concediendo que los financistas aportaran a la sociedad más que los médicos, ¿realmente tenemos que creer que su aporte es mil o diez mil veces mayor?

También es hora de mostrar la tarjeta roja a empresas y personas que tengan cuentas en países designados por la OCDE como paraísos fiscales. Y la UE no se equivoca al insistir en que las multinacionales paguen impuestos donde sea que hagan negocios. Los estados miembros deben apoyar las propuestas de controles más estrictos.

En segundo lugar, los gobiernos deben reafirmar el control sobre las fronteras nacionales (o en el caso de la UE, supranacionales). Los ciudadanos quieren tener voz en cuanto a quién viene a vivir con ellos y en qué condiciones. Y quieren estar seguros de que los que vengan lo hagan con intención de ser buenos vecinos.

En tercer lugar, los políticos deben dejar de explotar el nacionalismo barato en busca de ventajas electorales tácticas. Tienen que explicar a los votantes por qué sus intereses están mejor protegidos con el multilateralismo. Esto vale especialmente para la UE, que necesita cultivar un mayor patriotismo europeo, tal vez mediante la acción militar conjunta en la periferia.

Finalmente, hay que regular internet, las redes sociales y otras tecnologías nuevas, sea presionando a las empresas para que se pongan reglas ellas mismas o aprobando leyes nuevas. Como cualquier invento transformador, las tecnologías digitales también tienen un costado negativo que no es posible ignorar.

Son metas difíciles, pero alcanzables. Pese al derrotismo imperante, contamos con medios democráticos para aprobar leyes y regulaciones que den respuesta a los problemas que los populistas han identificado. Pero tenemos que apurarnos, porque si no actuamos, lo harán los populistas, y los resultados serán mucho peores.

Traducción: Esteban Flamini.

Copyright: Project Syndicate, 2017.

www.project-syndicate.org

Por Radoslaw Sikorski / Especial para El Espectador / Varsovia

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