Juanita Goebertus: “No veo las mayorías para reducir el salario de los congresistas”

Esta joven profesional con varios títulos, es una de las figuras más novedosas del Congreso de la República. Hija de holandés colombianizado, experta en resolución de conflictos, sorprendió con su volumen de votación, al nivel de los políticos curtidos en campañas. Pese a que la ubican en sectores de izquierda, se define como de centro. Y, desde esta óptica, analiza las nuevas formas políticas que irrumpen en el país.

Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
23 de septiembre de 2018 - 02:00 a. m.
 Juanita María Goebertus es representante a la Cámara por el partido Alianza Verde. 
/ Cristian Garavito - El Espectador
Juanita María Goebertus es representante a la Cámara por el partido Alianza Verde. / Cristian Garavito - El Espectador

¿Cuándo y cómo surgió la posibilidad de lanzarse? Por “pila” que usted sea, no parece fácil que la gente supiera quién era usted o que votara por un apellido que no reconocen como criollo.

Surgió en noviembre del año pasado, gracias a la invitación que Angélica Lozano y Claudia López me hicieron para trabajar con ellas en el Congreso. Como dijo Claudia en campaña, mi papá renunció a su nacionalidad holandesa porque se sentía plenamente colombiano. Así que poco importaba mi apellido. Además, la gente me conoce como Juanita, a secas.

Solo dos políticos curtidos obtuvieron más votos que usted en la capital: Edward Rodríguez, del uribismo, e Inti Asprilla, hijo de un influyente funcionario en la alcaldía de Petro. ¿Su volumen de votación cercana a la de ellos se debe a la popularidad de su fórmula al Senado (Angélica Lozano) o indica que los electores están buscando figuras jóvenes?

Un poco de ambas. El apoyo de Claudia López, Angélica Lozano, Sergio Fajardo y Antanas Mockus fue determinante para que fuera elegida. Ellos les transmitieron a sus seguidores confianza en mí. No obstante, en la medida en que los votantes son más maduros, la recomendación es efectiva hasta cierto punto: el buen acompañamiento pesa mucho, pero si el candidato no tiene posturas definidas y argumentación clara en los temas de interés ciudadano, no lo eligen.

¿Usted representa la clase alta del país en cuanto a los niveles educativo y académico?

No. Hoy existe un amplio sector de clase media que exige más de sus elegidos. Se trata de personas con criterio propio que no están dispuestas a vender su voto y que, antes de llegar a las urnas, se interesan por conocer las posiciones, las ideas y las actuaciones de quienes van a ser sus representantes en las corporaciones públicas.

Casos como el de su elección, las de otros congresistas jóvenes sin conexión con los grandes partidos como María José Pizarro y otros, y la altísima votación de la consulta anticorrupción, ¿son indicadores de que llegó una forma más moderna de hacer política?

El debilitamiento de los partidos tradicionales es evidente. Como le decía, creo que el crecimiento de la clase media en el país ha traído consigo votantes más educados y libres, que exigen más de sus elegidos. Sin duda hay cambios renovadores en el ejercicio político. Pero no creo en proyectos personalistas. Para que la transformación sea sostenible, es necesario reformar y fortalecer la institucionalidad de los partidos.

Por los fenómenos que se han presentado recientemente, da la impresión de que movimientos transversales con pensamientos políticos similares, aunque no necesariamente idénticos, como el de la consulta anticorrupción o la coalición Fajardo-Robledo-López van a sustituir el sistema partidista dominante. ¿Cree que eso puede ocurrir o el clientelismo dominará por mucho tiempo?

Ni lo uno ni lo otro. No creo en los cambios radicales ni en que sea posible sustituir los partidos por movimientos. Pero tampoco que estemos anclados en el clientelismo que, en mi opinión, ha venido perdiendo espacio, paso a paso. La Constitución del 91 contempla un modelo de democracia participativa que combina la representación partidista con la movilización ciudadana. Hoy, cualquier gobernante que pretenda dirigir el país sin involucrar a los ciudadanos en las decisiones que tome, y solo por el hecho de haber sido elegido popularmente, está destinado al fracaso.

Pero fíjese usted que un “proyecto personalista” -como lo describe antes-, y un gobernante autoritario que ha actuado convencido de que él representa la totalidad del país, define al dirigente de mayor volumen de votación en las últimas dos décadas. ¿Significa que hay dos Colombias, una moderna e insertada en el siglo XXI y otra premoderna y anclada en el pasado?

El país no está dividido en dos, sino en muchas Colombias. La enorme brecha entre el campo y la ciudad nos ubica, a pesar de las trasformaciones sociales de los últimos 20 años, entre los 10 países más desiguales del mundo. Los liderazgos personalistas y los caudillos son, sin duda, atractivos tanto para los sectores de izquierda como para los de derecha. Sin embargo, esa realidad refuerza la importancia de que les apostemos a proyectos colectivos que involucren a la ciudadanía.

En estos días antiguos y nuevos miembros del partido Liberal decidieron retirarse de esa colectividad pero usando formas también novedosas: presentaron renuncia mediante videos publicados en redes en que explicaban a sus audiencias por qué tomaron esa decisión, e hicieron uso de otros mecanismos digitales de divulgación ¿Están quedando atrás las grandes concentraciones, los discursos en plaza pública y la publicidad en vallas?

Que los partidos se dividan y se reorganicen no es un fenómeno nuevo. A partir de la Constituyente, Colombia pasó de ser un país de bipartidismo estricto, a un régimen multi-partidista extremo. Las reformas políticas desde entonces, han buscado encontrar el justo punto medio. Pero, insisto, la democracia depende de la existencia de partidos. La acción colectiva pasa por la construcción de consensos. Y también por la combinación de los distintos medios para difundir una candidatura y unas ideas: desde redes sociales hasta el volanteo de calle y, en mi caso, también con discurso en la plaza de la Perola, en la Universidad Nacional.

A tres meses de ejercer como parlamentaria, ¿cómo califica su experiencia en el más desprestigiado de los organismos nacionales, el Congreso?

El trabajo legislativo ha sido apasionante: sumergirse, de un día para otro, en temas tan diferentes como la segunda vuelta para elegir alcalde de Bogotá; la conexidad entre delitos políticos y delitos ordinarios; la reforma política, el derecho al agua, la cadena perpetua, la sustitución de cultivos, la castración química, el ministerio de la familia o la prohibición del matrimonio a menores de 18 años, es retador, pero supremamente enriquecedor. Si uno está interesado en participar, ahí encuentra un verdadero debate de argumentos. En cambio, la política menuda, la de establecer la agenda de cada sesión, tramitar impedimentos, y elegir, por ejemplo, a los miembros del Consejo Nacional Electoral o al contralor, me ha parecido frustrante y llena de mañas.

Seguramente en el Capitolio no debe gustar que usted se entere, por ejemplo, de cómo y a cambio de qué acordaron nombrar a los actuales miembros del Consejo Electoral o al contralor. ¿Se siente aislada?

Participé en las discusiones internas de mi partido y en las de la bancada de la oposición para la selección del nuevo Consejo Electoral y del contralor. Pero, a pesar de que intentamos garantizar la aplicación de criterios de méritos en esos procesos, en las plenarias terminaron imponiéndose otros intereses. Claro que no me enteré de cuáles fueron los pactos anticipados que primaron para escoger a esos funcionarios. De haberlo sabido, me habría correspondido denunciarlos.

Usted ve actuar todos los días a los políticos más representativos. ¿Cómo analiza su comportamiento y sus argumentos en los debates?

En el Congreso se ve de todo: personajes que nunca abren la boca, gente que habla para figurar en cámaras de televisión aunque no tenga mucho por decir, y personas que, proviniendo de los partidos tradicionales, sorprenden por ser técnicamente rigurosos y muy elocuentes. Existe, sin embargo, poca conciencia sobre la ausencia de legitimidad de la institución. Por ejemplo, a pesar de los casi 12 millones de votos de la consulta anticorrupción, no veo las mayorías para reducir el salario de los congresistas.

¡No diga! No es extraño. No obstante, el mensaje popular fue tan claro, que creo que esa agua sucia salpicaría al Gobierno y deslegitimaría, aún más, al Congreso…

Lo triste es que el Gobierno puede disculparse con el argumento de que lo intentó. Al Congreso, la ciudadanía no se lo va a perdonar.

¿Los límites de la moral social -tan laxos en el país- están tomando importancia con efectos en la práctica política?

Los resultados de la consulta anticorrupción demuestran que hay un sector muy amplio de la sociedad que no está dispuesto a seguir depositando su voto por personas que traicionan sus propuestas de campaña, que no dan la cara a la ciudadanía, que no rinden cuentas de su trabajo o que buscan ser elegidas solo para defender sus intereses personales. Los colombianos de muy distintas orientaciones están votando por servidores públicos que no se lucren ni se atornillen en el poder, que no repartan contratos entre sus amigos y que lleguen a servirle a la ciudadanía.

Los debates en el Congreso, en casos como el de la consulta anticorrupción, el clientelismo en los puestos públicos, la repartición del presupuesto y otros han determinado que parlamentarios con carácter fuerte, como Claudia López, sean etiquetados como “comunistas”, “mamertos”, “revoltosos”, etc. ¿Estos calificativos también definen su propia ideología?

Quien califique a Claudia López de “mamerta”, simplemente no la conoce. Sus libros permitieron posicionar la idea de que era necesario no solo construir Estado, sino mercado en las regiones más azotadas por el conflicto armado: nada más lejos de una visión radical de izquierda. Soy una persona de centro. Estoy convencida de que la productividad y el crecimiento económico son la base para poder financiar políticas públicas progresivas y redistributivas que permiten reducir la desigualdad y mejorar las oportunidades y condiciones de vida de los colombianos.

En tales calificativos con acento despectivo se descubren dos fenómenos: la polarización y la agresividad. En su opinión, ese ambiente que viene de atrás y que se ha incrementado con la llegada del gobierno Duque, aunque este no lo haya incentivado, ¿puede detenerse?

El país viene sufriendo las consecuencias de un ambiente polarizado y de fragmentación política desde hace unos seis años. En mi opinión, esto se debe, principalmente, a dos factores: a la difusión de información falsa que no nos permite tener una base fáctica común sobre la cual argumentar. Y, segundo, a la incapacidad de nuestros líderes políticos de establecer narrativas integradoras mediante las cuales se pueda reconocer lo bueno y lo malo del gobierno Uribe, y lo bueno y lo malo del gobierno Santos. La elección del presidente Duque, sin duda, estuvo contaminada con esa polarización y agresividad. La pregunta es si el jefe de Estado será capaz de construir lo que él llama la movida al centro o si nos esperan cuatro años más de que unos y otros nos echemos culpas y no avancemos.

A usted misma, por haber vivido de cerca el proceso de paz y por haber sido asesora del exconsejero presidencial Sergio Jaramillo, la ven como una “izquierdista” y complaciente con los “terroristas”. ¿Le molesta esa imagen?

Sergio Jaramillo escribió la política de seguridad democrática del gobierno del expresidente Uribe. De nuevo, quien lo tilde de “complaciente con los terroristas”, no lo conoce. Sergio es, ante todo, institucionalista. Creo, como él, en la consolidación del Estado de derecho en todo el país mediante la oferta de bienes y servicios públicos por parte de las instituciones, la participación activa de los ciudadanos y el fortalecimiento de las autoridades locales. Uribe restituyó la seguridad en el territorio. Santos logró el fin de la guerra con las Farc. Pero a ambos les hizo falta la consolidación del Estado en el territorio nacional.

Me sorprende encontrar tanta gente joven de ideas tradicionalistas que vota por candidatos de esa tendencia por cuanto esa edad casa con el pasado sino con el progresismo, las transformaciones y las audacias ¿Qué explica semejante volumen de partidarios conservadores menores de 40 años?

Un alto número de jóvenes involucrados en los asuntos públicos y sociales, constituye un cambio benéfico para el país, independientemente de su ideología. Por el contrario, me preocupa la apatía y el abstencionismo de la gente joven, más que su conservadurismo o tradicionalismo. Las generaciones anteriores han insistido en que quienes tenemos entre 20 y 40 años, somos la esperanza. Sin embargo, entre nosotros subsisten los debates morales y la polémica por los derechos porque tener la misma edad no nos hace pensar igual. La buena noticia es que podemos tramitar esas discusiones de manera democrática ante el Congreso y en las cortes, en vez de hacerlo con balas en un conflicto armado.

Pues ese gran avance (no tener que disparar, sino escuchar al otro) se debe a un hombre de más de 60 años: Santos. ¿Usted es optimista o pesimista con el futuro del Acuerdo de Paz? A mí me parece que naufraga por falta de voluntad política.

El proceso de paz se encuentra en situación crítica. De las acciones del gobierno Duque depende que aprovechemos la oportunidad de terminar el conflicto armado para dedicarnos a generar mejores condiciones de vida para todos o que retrocedamos 25 años y que nuestra única prioridad sea cómo, en esa época, reducir el homicidio y disminuir el número de hectáreas de los cultivos de coca.

 

Una novata política con 83 mil votos

¿Cómo explica que, siendo la primera vez que se lanzaba, hubiera logrado conseguir más de 83 mil votos en Bogotá, la plaza más difícil del país?

Repartimos periódicos en la calle, dimos clases en las universidades, participamos en debates y programas de opinión, y visitamos, todas las noches, casas de personas que convocaban a sus amigos para conversar. También buscamos movilizar a los jóvenes, a las mujeres, a quienes no creen en la política tradicional y a los que apuestan por la construcción de paz. Ese resultado me honra y me obliga a actuar con enorme responsabilidad.

¿Por qué a una profesional con las puertas abiertas a interesantes trabajos y a universidades nacionales y del exterior, le interesa meterse al barrizal del ejercicio político clientelista?

Porque a partir del campo académico y con reflexiones técnicas se puede contribuir mucho mediante estudios y recomendaciones pero no se compara con arremangarse y tratar de transformar la institucionalidad desde adentro. No hay nada más satisfactorio que trabajar en el sector público. Ya lo había experimentado cuando estuve en el Ejecutivo durante nueve años y allí siempre se hablaba de lo podrido que estaba el Congreso. Pero si la gente  se queda detrás de la baranda, las cosas nunca van a cambiar. Así que decidí asumir el reto.

 

“Hay mucho por hacer en el Congreso”

Su preparación y experiencia se centran en la solución pacífica de conflictos ¿Esta no es la peor época del Acuerdo de Paz?

Esta es la época en que resulta más importante proteger el proceso. En mi caso, hay mucho por hacer en el Congreso: tranqué un proyecto del Gobierno que restringía la reincorporación institucional de los excombatientes; radiqué  otro, de transporte escolar rural para permitir que en las zonas periféricas del país, los municipios puedan contratar servicios seguros y adecuados al contexto del campo.  Y con la Comisión de Paz de la Cámara iniciamos un proceso de seguimiento multipartidista del Acuerdo.

¿En qué consiste su proyecto de transporte escolar rural?

En que los municipios que no cuentan con empresas de este servicio legalmente constituidas, puedan contratar transporte escolar atendiendo las particularidades rurales y siguiendo lineamientos del ministerio en materia de garantías de seguridad para los niños. Dependiendo de las circunstancias, en el proyecto se contempla el uso de pangas, yipaos, mulas, bicicletas, entre otros vehículos.  Esto debido a que, históricamente, el transporte escolar se ha diseñado en Bogotá sin considerar que en las zonas rurales, ni las condiciones geográficas ni el mercado permiten proveer el servicio con los parámetros citadinos.  

 

Por Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador

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