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Adriana Ocampo, soñando con otros mundos

La geóloga planetaria estuvo a cargo de una de las misiones espaciales más importantes de la última década: el primer arribo a Plutón de una sonda construida por el hombre.

Juan Diego Soler, Especial para El Espectador
06 de diciembre de 2015 - 03:45 a. m.

Una pantalla gigante en una sala de control con paneles que revelan trayectorias y gráficos como electrocardiogramas. La escena tiene un tono azulado por la luz de los monitores atestados con paneles y botones. Frente a cada monitor, una persona, usualmente usando gafas, con la expresión de quien observa al hilo que sostiene al mundo. El jefe de operaciones escucha con seriedad los reportes de una maniobra definitiva. El director de la misión toma la decisión crítica junto al grupo de ingenieros que diseñó la nave espacial. Un grupo de científicos, en medio de tazas de café y cajas de pizza, identifica un detalle en una imagen o formula una ecuación que lo cambiará todo, mientras el encargado de relaciones públicas dirige una rueda de prensa para explicar lo que sucede a millones de kilómetros de nuestro planeta. Al otro lado del mundo, un niño o una niña observa cautivado toda la acción en las imágenes de un periódico.

Esa es la imagen de la exploración espacial que gracias al cine o a la televisión ahora parece familiar. Y estos son los personajes que hace falta recordar para entender las múltiples facetas de una persona como Adriana Ocampo, la geóloga planetaria y administradora del programa científico de la NASA que este año se convirtió en protagonista por su participación en la misión New Horizons, la primera sonda construida por el hombre en sobrevolar el planeta enano Plutón, el objeto más lejano que hemos explorado en nuestro Sistema Solar. Sin embargo, su historia, como la de New Horizons, va mucho más allá del instante en que se aproxima a Plutón y a los medios.

Adriana Ocampo habla con acento argentino, en inglés y en español, pero es orgullosamente colombiana. Nació en Barranquilla, en un hogar formado por una madre argentina, profesora en el método de Montessori, un padre colombiano, ingeniero eléctrico de la Marina, y dos hermanas. Su infancia, que transcurrió principalmente en Argentina, es una historia de sueños de viajes espaciales en medio de los tubos al vacío y los osciloscopios en el taller de su padre, noches viendo las estrellas desde el techo de su casa y lanzamientos de misiones imaginarias en las que ella y Tauro, su perro, partían hacia el infinito en naves hechas con cajas de cartón y sábanas.

Al igual que muchos niños y jóvenes alrededor del mundo, Adriana vio a los astronautas del Apolo 11 convertirse en los primeros seres humanos en pisar un cuerpo celeste distinto a nuestro planeta. Ese mismo año, ella y su familia se mudan a Pasadena, California (Estados Unidos), el hogar del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL por sus siglas en inglés), el centro de investigación donde se desarrolla gran parte de las operaciones y los equipos que permiten la exploración espacial.

Parte del programa de JPL es generar programas de integración para estudiantes de colegios interesados en ciencias, ingeniería o matemáticas, y en su primer año de secundaria, el equivalente a grado 11 en Colombia, Adriana se integró a este laboratorio en una pasantía de verano. No se iría de allí en los siguientes 10 años, pagando su carrera universitaria de geología a través de su trabajo en el laboratorio.

En 1976, fue testigo de la llegada de la sonda robótica Viking a Marte, la primera de muchas que desde entonces se han enviado al planeta rojo. Hasta ese momento, no existía una disciplina especializada en entender la geología de otros planetas a través de los sensores que viajan a bordo de estas sondas, revelando los detalles en las superficies de esos mundos muchas veces a cientos de kilómetros de altura. Al estudiar los cráteres y los accidentes geográficos encontramos una nueva forma de entender esas características en la superficie de la Tierra, y viceversa. Esa es precisamente la especialidad que traza la carrera de Adriana Ocampo como investigadora.

Durante su tesis de maestría, trabajó en la identificación del cráter Chicxulub en la península de Yucatán, la huella del impacto de un meteorito que marcó la extinción de los dinosaurios y de más del 50% de las especies que habitaban nuestro planeta hace más de 65 millones de años. Los científicos habían identificado que el exceso de iridio encontrado en esta región de México era la evidencia del impacto de una gran roca proveniente del espacio y en 1996 un grupo de investigadores, entre los cuales se encuentra Adriana, identificó en las imágenes satelitales un gran número de cenotes, pozos de agua dulce comunes en esa parte de la Tierra, dispuestos en un patrón circular alrededor del lugar de impacto y los reconocieron como el resultado del progresivo hundimiento de la superficie en la pared del cráter.

Como todos los científicos, Adriana no solamente se dedica a analizar observaciones y a discutir sus resultados, gran parte de su trabajo es promover las relaciones que permiten el desarrollo de nuevas investigaciones. Entre 1998 y 2002, trabajó en la oficina de ciencias del espacio y en la oficina de relaciones internacionales de la NASA, coordinando la colaboración con las agencias espaciales de Europa, Rusia y Japón. Tal vez esa experiencia internacional es la que le brinda la firme convicción de que la creatividad y la curiosidad por descubrir el mundo no deben estar determinados por la latitud en que nacen las personas.

Adriana Ocampo es la directora ejecutiva del Program New Frontiers de la NASA que incluye tres misiones espaciales: New Horizons, que llegó a Plutón en julio de este año y explorará las regiones más apartadas del Sistema Solar; Juno, viaje al planeta Júpiter que llegará a su destino en Julio de 2016, y OSIRIS-REx, cuyo lanzamiento está previsto para septiembre de 2016 y busca alcanzar un asteroide para tomar muestras y luego devolverlas a la Tierra. Su trabajo es supervisar el desarrollo técnico de cada misión para garantizar los objetivos científicos y asegurar su éxito manteniendo los costos previstos. Pero en lo que resta de su tiempo, una de las mayores preocupaciones de Adriana Ocampo está aquí en la Tierra.

Cientos de millones de personas vieron a los astronautas del Apolo 11 y muchas de ellas soñaron con participar en esa tarea de explorar el universo, pero Adriana Ocampo lo logró y por eso se siente afortunada. Su experiencia le ha enseñado que la tecnología y la exploración permiten cerrar las brechas económicas y sociales que separan a los habitantes de nuestro planeta y es firme en su voluntad de generar oportunidades como aquellas que la llevaron a ella a cumplir sus sueños. Por eso participa en programas de tutoría que aproximan a muchas personas a sus sueños de explorar el universo, entre ellos 24 niños del Centro Educativo Paraísos de Color, en la Comuna 4 de Medellín, que gracias a su apoyo fueron invitados a conocer el Centro Espacial Kennedy, en la Florida, en 2013.

Por estas iniciativas y por su ejemplo de dedicación, se ha hecho merecedora de múltiples reconocimientos y menciones en los Estados Unidos y nuestro país. Pero, como buena científica, sabe que la palabra logro no es más que un sinónimo de la palabra desafío. Llegamos a Plutón, pero ahora sabemos que hay miles de mundos helados en esa región del Sistema Solar que esperan ser explorados. Logramos la colaboración entre algunas naciones para preparar misiones que extienden los límites del conocimiento pero muchas otras naciones permanecen al margen de las iniciativas que nos llevan a explorar el universo y a desarrollar tecnologías que nos permiten mejorar nuestra calidad de vida en la Tierra.

Más allá de nuestra atmósfera, las fronteras y divisiones entre los humanos parecen diluirse en la inmensidad del espacio. Nos une nuestra naturaleza humana, nuestra curiosidad y nuestro deseo de explorar. Al tiempo que sueña con mundos inexplorados y nos cuenta sobre las hazañas que nos han llevado a alcanzarlos, Adriana Ocampo anhela y trabaja por un mundo en que esos sueños puede hallarse al alcance de todos los que, como ella, estén dispuestos a seguirlos más allá de su imaginación.

 

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Por Juan Diego Soler, Especial para El Espectador

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