Aprender a aprender en la red

La concentración y el foco en el interés son definitivos, pues aventurarse a navegar es tomar el riesgo de refundirse entre tanta información.

Luz Helena Rodríguez Núñez*
29 de septiembre de 2018 - 02:51 a. m.
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Defender la idea de que el contacto con la tecnología generaría nuevas formas de aprender y pensar de las que tuvieron generaciones anteriores parecía, hace 30 años, una falacia propia de las películas futuristas o de ciencia ficción, en donde los humanos mutaban. Hoy en día es una realidad cierta y no solo para los jóvenes, sino para todos los que estamos expuestos a la gran cantidad de dispositivos que conforman las nuevas tecnologías: celulares inteligentes, computadoras, tabletas y videojuegos, entre otros. Pero aunque esta verdad sea parte de nuestra vida cotidiana, no estamos excluidos de aprender a aprender en la red, pues lejos de lo que pareciera, esta no es una habilidad natural para los llamados nativos digitales (por haber nacido después del boom de Google) ni para los migrantes digitales, (quienes vinimos al mundo antes de la era digital) (Prensky, 2001). En efecto, para sacar provecho de la información que circula libremente en las redes hay que desarrollar algunas competencias que permiten ejercer esa suerte de ciudadanía digital a la que todos tenemos derecho.

Es tal la importancia de comprender la lógica del aprendizaje contemporáneo, que existe una teoría, el conectivismo (Downes y Siemens, 2011), que explica cómo se adquiere el saber en este mundo social-digital de rápida evolución. Por ejemplo, se estima que siete de cada diez personas poseen un aparato tecnológico. Esto hace que existan grandes oportunidades de acceder a la información, pero esto no es suficiente. El individuo debe saber aprender en internet, tener una necesidad de conocimiento y estar dispuesto a resignificar modos clásicos de enseñanza, basados en la trasmisión del conocimiento más que en su descubrimiento, en la innovación y creatividad.

Así, en el mundo digital se interactúa por varios canales de manera simultánea y se habla ya de la existencia de nuevos patrones mentales, cuyo derrotero es el pensamiento hipervinculado (Prensky, 2001). El lenguaje también es diverso, pues el propio de estos medios es multimodal, (construido no solo con palabras, sino también con imágenes y símbolos) y su organización es más espacial, visual e hipertextual (un texto siempre se enlaza con otros textos)

Apoyados en esta evidencia, entre otras, los autores del conectivismo analizan que el aprendizaje en internet se realiza, ante todo, a partir de conexiones entre redes. La metáfora que utilizan es la de los sistemas que se desarrollan por nodos y por relaciones entre las partes de dichos nodos. Se basan en la teoría del caos, ya que en el desorden de lo que pareciera circular por la web hay cierto orden que se debe encontrar para que este cobre significado, en compromiso con una tarea de autorregulación de quien busca el saber. Por ello, es importante aprender a encontrar vínculos entre aquello que se va hallando de enlace en enlace, conformar con ellos redes de información especializada y así ir construyendo, a medida que la persona va tejiendo su propia red, el conocimiento que busca.

Para lograrlo, es aconsejable estar abierto a mover las bases y estar atento a las diferentes miradas que se pueden encontrar sobre cada temática. La concentración y el foco en el interés son definitivos, pues el aventurarse a navegar en la red es tomar el riesgo de refundirse entre tanta información, como Odiseo, quien se demoró en seguir su periplo embebido por el canto de la sirenas, que en el mundo virtual equivalen a los múltiples íconos, chats, publicidades, definiciones y avisos que, titilantes, llaman al lector para que les siga hasta una parte muy lejana del ciberespacio, pudiendo perder el norte de la búsqueda inicial.

Igualmente importante es tomar conciencia de que ahora la información se renueva continuamente. En la actualidad se considera que el conocimiento ya no tarda décadas en volverse obsoleto sino apenas años o meses (González, 2004), por lo que cobra relevancia diferenciar cuál es la información útil y reciente y cuál la accesoria o lista para caducar, o cuándo lo nuevo altera las determinaciones ya tomadas con base en información pasada. Por ello, es adecuado mantener e incrementar las conexiones, de sitios y de personas, que se han creado en la búsqueda de un saber, pues allí se actualizará sobre los avances e innovaciones que la internacionalización de la ciencia permite.

De tal suerte, al decir que el mundo digital trae consigo nuevas formas de aprender y de pensar no es cosa de relatos futuristas y va mucho mas allá de ese sueño logrado de ver al otro, en línea, mientras se habla por teléfono. Este tipo de aprendizaje deja atrás la idea del monje solitario que guarda el saber a costa de la vida misma, como ocurre en El nombre de la rosa, de Humberto Eco. Por el contrario, y si bien es cierto que la tecnología nunca suplirá la esencialidad del aprendizaje cara a cara, su uso pedagógico ayuda a cerrar brechas (quien tenga un celular y la disposición y necesidad para aprender puede hacerlo), promueve la diversidad de opinión, la liberación del saber y la participación activa de las personas en redes de conocimiento, todo lo cual pone en juego un tipo de pensamiento abierto, exige la autogestión y, para salir bien librado, necesariamente una postura crítica que avale las decisiones que se tomen frente a lo que se encuentra en internet.

Así pues, estos cambios en el perfil de cómo puede aprender hoy el ser humano ya no son cosa de mutantes, sino de la modificación de un paradigma que, bien entendido y si se hace un uso intencionado de las TIC para adquirir y producir conocimiento, permite ser más universal y cooperativo y mejorar las competencias personales, profesionales o vocacionales. Bien vale la pena tomar la decisión y dedicar un rato a aprender a aprender en la red, para no correr el riesgo de naufragar en el intento de ser parte activa de la actual economía del conocimiento.

*Asesora en educación. 

Por Luz Helena Rodríguez Núñez*

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