Publicidad

Sobre caminatas en la Luna y otras hazañas del pasado

El 20 de julio de 1969 concluyó una de las mayores empresas de la humanidad: tocar la superficie lunar.La pregunta en el aire es cuál será el próximo destino de nuestros paseos por el espacio.

Jorge Zuluaga *
15 de julio de 2009 - 11:00 p. m.

Érase una vez cuando los hombres viajaban a la Luna cada seis meses y caminaban sobre ella como en la comodidad del más terrestre de los desiertos. Cuando turistas y ejecutivos adinerados volaban a más de dos veces la velocidad del sonido sobre el Atlántico en cómodos sillones de cuero. Cuando grupos de pilotos, científicos, sexagenarios y hasta turistas volaban al espacio en un cohete y regresaban a la Tierra en un planeador reutilizable.

Como lo reconocerán casi todos, no son estas las afligidas remembranzas de un personaje en una novela de ciencia ficción. Aquellas son sólo las más paradójicas situaciones que en los últimos decenios ha vivido el vuelo tripulado y la exploración humana del espacio más allá de la atmósfera.

Se cumplen 40 años desde que un hombre (o el hombre) puso por primera vez un pie sobre la Luna. Tan lejana para casi todos, pero tan cercana para los astrónomos, para quienes está apenas en el zaguán de nuestra morada espacial. Este momento memorable de la noche (en Colombia) del 20 de julio de 1969, que tuve la poca fortuna de perderme como todos los de mi generación y posteriores, fue también el comienzo de una serie de misiones que llevaron casi de manera rutinaria por esos mismos años a un total de 12 hombres a recorrer algunos rincones absolutamente vírgenes de nuestro satélite natural.

Esta fue y ha sido por mucho tiempo la más increíble aventura de exploración de todos los tiempos, comparable sólo con los primeros pasos que nuestros antepasados hace más de 1.000 siglos dieron sobre el que desconocían era el continente asiático, después de abandonar su hogar en África. Aquella transmisión del 20 de julio de 1969 sólo se me ocurre comparable también a lo que habría sido la que se llevó a cabo en vivo y en directo de la llegada de los primeros españoles y portugueses a América abriendo una ruta de comunicación (tal vez no muy afortunada al principio) entre un viejo y un nuevo mundo.

Pero casi tan rápido como comenzó la aventura (1957 a 1963) término también (1969-1972). En tan sólo tres años y medio (menos de lo que separa un mundial de fútbol del siguiente) los hombres dejaron de visitar la Luna. La última de las misiones, Apollo 17, se realizó el diciembre 7 a 19 de 1972.

Las noticias de aquella época en la que los hombres iban y volvían a la Luna casi con la misma frecuencia con la que se repite el campeonato de fútbol nacional (6 meses), me llegaron muchos años después, a través de innumerable material documental y las experiencias de familiares y amigos que estando muy pequeños, estrenando televisor o en televisor ajeno, presenciaron el milagro.

¿Pero qué pasó? Nuestra generación no tuvo la suerte de vivir esa época maravillosa. Han pasado 40 años (y parece que pasarán otros 10) y no hemos visto la hazaña repetirse.

Para mí la situación se me antoja similar (guardadas las debidas proporciones) a lo que está pasando ahora con la generación que nació después de 2003. Mi hija (que tiene ahora tres años) no sabrá (probablemente por un buen rato) que hubo una época (27 años para ser exactos, casualmente desde el fantástico 1969 hasta cerca de ese fatídico 2003) en la que era posible viajar cómodamente en un avión, el Concorde, a más de dos veces la velocidad del sonido. No tendrá ella la suerte que tuve yo de presenciar el despegue de una máquina tan fabulosa de la que salía fuego de sus motores mientras los pasajeros disfrutaban de una champaña y se tomaban fotos al lado de un “velocímetro” que marcaba la asombrosa velocidad de cerca de 2.100 km/h viajando cerca de la estratosfera (18.300 metros sobre el nivel del mar).

Probablemente mi hija tampoco va a recordar el último lanzamiento de una de las más complejas máquinas construidas por el hombre en toda su historia: el transbordador espacial. Capaz de transportar tripulación y carga a bordo de un “avioncito” (el transbordador) con una tanque de combustible más grande que él mismo y un par de “voladores” adosados (cohetes de combustible sólido). Esta máquina tiene la increíble (y casi irrepetible) característica de volver en “una sola pieza” planeando a la Tierra y lista para ser preparada para la siguiente misión.

El reemplazo, que conocerá mi niña y los de su generación, parece ser la mucho menos romántica cápsula “Orión”, más parecida a una lavadora sofisticada que vuela en el espacio y lejos de las fantásticas líneas del ahora envejecido transbordador espacial.


¿Qué pasó entonces con nuestros deseos de viajar cada vez más lejos, ir a Marte y más allá? ¿Por qué detenernos en la Luna y abandonar el intento por más de 40 años? ¿Y qué de los sueños de hacerlo en vehículos que desafiaran las reglas convencionales o nos brindaran casi la comodidad de medios de transporte más convencionales?

Ninguno de esos sueños, de esos propósitos, ha desaparecido por suerte. Desde mi punto de vista, el programa Apollo, el Concorde y el transbordador espacial fueron fantásticas máquinas del tiempo que nos mostraron el que probablemente será el futuro un par de décadas a partir de ahora de los viajes tripulados y la exploración espacial. Tal vez fueron máquinas del tiempo que vivieron épocas no tan aptas para su existencia.

Las misiones Apollo eran extremadamente costosas para la época. El costo total del programa se estima en cerca de unos $150.000 millones de dólares actuales, es decir, casi todo el producto interno bruto de Colombia en un año, pero apenas 1/6 del costo de la guerra en Irak.

El dinero fluyó mientras duró el interés de los contribuyentes y los políticos estadounidenses en una carrera espacial en plena Guerra Fría. Tan pronto se volvieron rutinarias las visitas, con el “rating” de los alunizajes en picada y una Unión Soviética derrotada por el más fantástico logro espacial conseguido por el ser humano (aunque no rendida, otras hazañas les esperaban a sus naves robóticas en planetas vecinos) el costo del programa lo hacía insostenible y su extensión en el tiempo muy poco viable.

Para muchos quien ganó finalmente la carrera espacial fue la NASA, la Administración Espacial Aeronáutica de los Estados Unidos. Lo hizo en el momento en que Armstrong pronunció aquellas palabras en el Mar de la Tranquilidad. Pero no todo terminó ahí. Durante los últimos 40 años, la agencia espacial ha dedicado sus esfuerzos a loables propósitos científicos.

Ha explorado la totalidad de los planetas del Sistema Solar (sólo falta el planeta enano Plutón y ya una sonda de la misma administración está en camino), ha puesto dispositivos artificiales en la superficie de más de tres cuerpos diferentes a la Luna, ha levantado un mapa de la superficie marciana más detallado que cualquiera de los que se conocen de la Tierra, ha mantenido dos décadas en órbita al más exitoso de todos los instrumentos científicos desde el primer encendedor de pedernal, el telescopio espacial Hubble y ha construido (recientemente con la ayuda de sus nuevos amigos) dos estaciones espaciales permanentes (el Skylab en los 70 y la ISS en el presente).

Todas, entre otras hazañas que seguramente no he enumerado aquí. No han sido entonces 40 años en vano. A la luz de esto, el retiro del transbordador parece entonces, más que un retroceso, la finalización exitosa de una época de viajes tripulados que da paso a una nueva era en la que veremos tal vez vehículos más fantásticos.

Pero es hora de volver a la Luna y no sólo la Nasa lo sabe. La India, China, Japón e incluso decenas de grupos privados saben que nuestro satélite está ahí esperando el regreso de los visitantes que una vez en 1969 se posaron atrevidos sobre su superficie y profirieron palabras que sólo pueden ser comparables al Veni, vedi, venci de Julio César. Las pronunció Neil Armstrong, en el Mar de la Tranquilidad de la Luna, el 20 de julio de 1969 a las 9:56 p.m. hora colombiana: “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”.

*Director del Programa de Astronomía de la Universidad de Antioquia.

Por Jorge Zuluaga *

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar