Cacao, un fruto que da esperanza en Necoclí

La vida de una pequeña población en la región del Urabá cambió hace siete años con la llegada del cacao. Sus pobladores aseguran que por primera vez en décadas idealizan un futuro sin alejarse de sus tierras.

Nicolás Fernández Sánchez
14 de diciembre de 2018 - 03:19 p. m.
Cortesía
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Con más alegría que nostalgia, Jaimer Galindo recuerda su infancia. “Era mágica”, repite una y otra vez. Habla del lugar donde nació: Caribia, un pequeño corregimiento en Necoclí, dentro del Urabá antioqueño. Señala hacia todas las direcciones y enseña lugares que no se pueden ver. Con sus dedos indica granjas, cultivos y ríos que describe detalladamente.

“Esa era la casa de la familia más rica del pueblo. Era blanca, muy bella y tenía un espacio amplio con animales, frente a ella se hacían las fiestas patronales”, cuenta, mientras observa una modesta construcción azul, de madera y paja, en la que un hombre con el torso desnudo se mece sobre una hamaca. 

Dice que era feliz. Gira y mientras con una mano cubre sus ojos del sol de mediodía, con la otra, extendida, asegura que en aquel río invisible hay deliciosos camarones y pescados que se ven con tan solo asomarse a la orilla. “Corríamos, jugábamos, nos escondíamos y comíamos… Aquí nadie se muere de hambre, esta tierra es muy agradecida con todos”.

Comparte sus anécdotas. Travesuras e inocentes juegos dentro de los cultivos de yuca, plátano y ñame marcaron su vida hasta los ocho años, cuando al sonido de la brisa sobre el follaje de aquellos árboles que parecen cobijar a Caribia se le sumó el de los fusiles. La violencia llegaba a esta zona del Urabá, desplazando a jóvenes y adultos, obligándolos a abandonar sus orígenes, empujándolos a lo desconocido, a lo ajeno.

La cifra de quienes abandonaron sus tierras no es clara, pero los que aún la habitan aseguran que fueron decenas. Las familias que resistieron la guerra, tanto en este pequeño pueblo como en las veredas aledañas, aún se recuperan de las secuelas de un capítulo que los desangró y maltrató. 

Por años, el desempleo y el abandono se apropiaron de las vidas de quienes decidieron resistir y conservar sus tierras. En su mente, jóvenes como Silvia Luz Hoyos Verona, líder social local, idealizaban empleos en las principales ciudades cercanas. “Pensaba en alejarme de mi comunidad e irme a Medellín a trabajar en una oficina”, asegura.  

El cacao como solución

Más de tres décadas después de su partida, Galindo volvió al lugar en el que “vio la luz primera”. Lo hizo curioso y con inquietud. Regresó cargado de arte, con el objetivo de participar en la segunda edición de un festival que gira en torno al fruto que le devuelve la esperanza a la región: el cacao.

De la mano de Casa Luker y su proyecto “El sueño de chocolate”, poblaciones como las de Buenos Aires, Limoncito, Alto Carito y Caribia han encontrado en el cultivo de cacao una fuente de sustento, empleo digno y una oportunidad para capacitarse y trabajar la fértil tierra del Urabá.

“El proyecto comenzó en 2011 y en su momento fue la finca de cacao fino y de aroma más grande del país. Era una finca ganadera que empleaba a cinco personas, hoy emplea a 200 cuando llegamos al pico de producción. Tendremos 250 empleados el próximo año”, afirma Sergio Restrepo, gerente de mercadeo internacional de Luker. 

La reforestación productiva de la finca El Rosario cambió la mentalidad de quienes veían en las grandes ciudades el único medio para forjarse un futuro. El lugar demanda trabajadores de diversos perfiles. En Caribia habitan algunos de sus recolectores y encargados de la revisión y manutención de los árboles. 

“El cacao me motivó. Estudié una carrera técnica en agricultura orgánica y al darme cuenta de que en el campo está la riqueza, decidí estudiar una en cultivos agrícolas. Ya no pienso en irme de la comunidad, sueño con estudiar ingeniería y especializarme”, agrega Silvia Hoyos, cuya función en la plantación es monitorear la cosecha y revisar que esté libre de enfermedades y plagas.

El cacao como medio de unión

En diciembre, como homenaje al impacto que ha tenido el fruto en la región, los habitantes de Caribia realizaron el segundo Festival del Cacao. Una enorme cancha de fútbol fue el escenario de la fiesta.

Una tarima y varios estantes fueron las instalaciones del evento. Desde temprano los niños de la población realizaron actividades artísticas. Bailaron y pintaron en pliegos de cartulina los valores con los que buscan darle una nueva vida a su región. Respeto, solidaridad y paz estaban plasmados en tintas de todos los colores.

Es una región con una diversidad étnica invaluable. Blancos, mestizos, afros e indígenas compartieron durante horas algunas de sus piezas artísticas más recientes. Recibieron a sus visitantes con historias, expusieron los significados de sus figuras y compartieron e hicieron de la esperanza un sentimiento generalizado.

“Hoy vemos un futuro y queremos prepararnos para seguir trabajando nuestras tierras. Me alegra que las próximas generaciones crezcan con oportunidades, creyendo en sus sueños y trabajando por hacerlos realidad”, concluye la líder social.

Por Nicolás Fernández Sánchez

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