Cursar un posgrado: el orgullo o el sinsabor manifiesto

Son tantas las preguntas que nos asaltan a la hora de escoger una profesión, sobre todo si aparece el fantasma de si con lo que se quiere ser es posible alcanzar una vida digna.

Luis Germán Perdomo
26 de noviembre de 2018 - 05:26 p. m.
Getty Images
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Estamos viviendo en la era del conocimiento. ¿Cuál es el verdadero significado de esta aserción al momento de escoger una profesión y de la mano de ella soñar un proyecto de vida? ¿Qué de lo que quiero ser le es necesario a la sociedad y de qué manera ésta me retribuirá, para hacerme partícipe y protagonista de la vida misma? Son tantas las preguntas que nos asaltan a la hora de escoger una profesión, sobre todo, si en el medio aparece el fantasma ese de si con lo que yo quiero ser podré alcanzar una vida digna.

Si bien es cierto que ese primer paso está lleno de incertidumbres, también lo es que una vez terminada la carrera éstas adquieren una dimensión diferente, puesto que ya obtenido el grado se cierne sobre nosotros la certeza surgida de las exigencias del mercado laboral con la que se refuerza la idea de que con el título obtenido hasta ahora no se es un buen candidato para ocupar una buena posición. Posición que permita obtener unos ingresos con los que satisfacer no solo las necesidades básicas, sino que ofrezca la posibilidad de imaginar un proyecto de vida.

Ante la inminencia de mejorar el CV, se desata todo un abanico de presupuestos, los cuales, una vez tenidos en cuenta, llevarán a tomar una decisión al respecto. ¿Hacia dónde, entonces, dirigir los esfuerzos?

Lamentablemente, a todos no nos embargan por igual las mismas urgencias y no es tan claro el espectro de posibilidades con el que se cuenta. No pretendo hacer un análisis cuantitativo, tan solo busco, al amparo de las experiencias escuchadas a lo largo de mi vida, tanto como estudiante como profesor, enunciar algunas apreciaciones al respecto.

¿Qué se busca? Para muchos la necesidad de cursar un posgrado está asociada a la consciente conclusión de que es importante ampliar el espectro del conocimiento, porque en su desempeño profesional encuentra vacíos que le impiden cumplir a satisfacción con las exigencias de la posición que ocupa y que así mismo será muy difícil aspirar a desempeñar otros cargos de mayor responsabilidad y distinción.

En muchos casos se puede caer en disquisiciones de todo tipo, como, por ejemplo, la de cursar un posgrado cuyo objeto de estudio difiere en esencia del estudiado en el pregrado, logrando con esto generar más una desconfianza que una fortaleza y evidenciando una ausencia manifiesta en sus objetivos profesionales.

De otra parte surge también el fantasma ese que persigue a quienes han obtenido su título en una institución de bajo perfil, aquellas señaladas como “universidades de garaje”, que en la práctica generan una incontable cantidad de situaciones proclives a impedir que este profesional encuentre valía en el mercado laboral. Por esto, el poseedor de esta clase de títulos se ve abocado a lo que popularmente se ha denominado “lavar el cartón”. Desde luego, hay que admitir que esta estrategia ha venido funcionando de tiempo atrás y los resultados para muchos han sido notorios.

Ya adentrándonos en otros menesteres, uno importante sería preguntarnos hasta qué punto las universidades con su oferta de programas de posgrado contribuyen al desarrollo de las regiones al ofrecer programas que, además de brindar herramientas que fortalezcan el perfil profesional de los graduados, permitan que estos aporten de manera significativa a la especificidad productiva de la región. En este aspecto valdría la pena hacer un examen más concienzudo que bien podría llevarse a cabo a futuro.

Otro aspecto que se debería tener en cuenta a la hora de escoger un posgrado sería indagar por las estadísticas en las que se encuentre una información veraz sobre la valía que obtiene en el mercado laboral quien ha cursado tal o cual posgrado. Esto sin duda aumentaría los niveles de certeza en la toma de decisiones.

Igualmente importante es averiguar por el perfil académico y profesional del grupo de personas que integran la planta de profesores que van a impartir el pénsum del programa. Esto, en apariencia un sinsentido, es, muy por el contrario, otra de las fortalezas al momento de elegir, pues constituye una variable primordial en el proceso de estructuración de los objetivos.

En todo este contexto, no se puede dejar de lado lo concerniente a la exigibilidad del programa, que debe estar muy por encima del facilismo y la vaguedad de muchas de las ofertas con estos ingredientes que abundan en el mercado. Se debe, por lo tanto, si los objetivos son claros y concisos, escoger un posgrado que a futuro satisfaga por completo la inversión en dinero y tiempo y, por sobre todo, que en el futuro inmediato y lejano, la inmensa cuota de ilusiones depositada esté más cerca del orgullo exaltado que del sinsabor manifiesto.

Por Luis Germán Perdomo

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