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El festival nocturno en Cali, plaza de toros Cañaveralejo, tradicional evento taurino

El tradicional evento taurino, en honor a la Virgen de La Macarena, contó con la actuación de ‘Paco’ Perlaza, ‘El Juli’, ‘El Cid’, Cayetano Rivera, Santiago Naranjo y el rejoneador Andy Cartagena.

Alfredo Molano Bravo
02 de enero de 2011 - 09:00 p. m.

La banda, la buena banda de Cañaveralejo, tocaba El Barcino, del maestro Villamil. La plaza estaba llena, a reventar. Ni un claro en graderías. Ambiente de fiesta, ganas de goce. De repente cesa la música, se apagan los reflectores, se encienden velas y velas por los tendidos. Silencio. Una casulla con obispo sale por la puerta de toriles y detrás la Virgen de La Macarena, la misma de Sevilla, llevada en andas por los matadores de la noche. A paso lento dan la vuelta al ruedo, mientras Francesco, un cantante valluno, entona el Ave María, de Schubert. Una procesión en forma, como aquella que se debió organizar a favor de Franco en Las Ventas para celebrar la victoria sobre los republicanos en agosto del año 39. El obispo bendijo a los diestros y les deseó suerte. Después el “Oh Gloria inmarcesible…” Y para rematar, el “Salve Valle del Cauca, mi tierra…”

En verdad, la suerte les fue esquiva a los toreros de a pie. A El Juli le tocó un novillón —novillo grande— de Ernesto Gutiérrez, que huyó y buscó brincarse las tablas. Entendió que en un festival se brinca todo: los toros pueden salir afeitaditos, las orejas otorgarse sin mérito o volver la corrida una capea de locos. El Juli, como de costumbre, estuvo suave y airoso con la capa. Con la muleta, preciso, justo; con la espada no tanto: pincha, pero luego entró la espada como si Lavandero, su toro, fuera de mantequilla. Quedan para regustar un par de redondos templados y completos. Oreja.

Paquito Perlaza salió a jugársela toda. Burbujita, un mediotoro saltón, creó el desorden total: tumbó al caballo, revolcó feo a Paco cuando hacía una saltillera, cogió a un banderillero. Total, organizó el caos. El torero, sacándole quites a la conmoción cerebral, pinchó, resbaló una delantera y terminó apelando al verduguillo. Después a la clínica.

Lo mejor del festejo fue el tercio de capa que El Cid le sacó a un toro negro y lustroso, noble, bravo y con casta. El mejor. A la verónica el torero enseñó al animal —también a nosotros, el público— que es eso del tiempo y del ritmo. Fueron unos pocos lances, pero exactos y sin pausas. Temple se le llama también a esa maravilla. Después, mal picado, el toro revolcó a un subalterno como si envolviera un tapete. Por una u otra cosa el animal quedó baldado de la mano izquierda. El Cid aplazó sin razón el uso del acero. Mal hecho sabiendo tanto.

Salvo por un par de verónicas aseadas y una chicuelina bien hecha, Cayetano hizo lo mismo que había hecho y que hace: torear con el apellido. La afición no lo reconoce. Agrego, no lo aplaude, devuelve el desdén. Mata al toro, cierto. Se le agradece.

Santiago Naranjo volvió a mostrarse ganoso de aplausos con un novillo muy aceptado. Abrió con siete verónicas y unas chicuelinas al paso —a buen paso— hasta la última, en la que se le atraviesa a un toro que va en busca del caballo. Después, unos quites por navarras desarregladas. Con la muleta vuelve, como ayer, al estribo. Nada. Un circular, un pase de pecho, mira al público, regatea aplausos. Se los dan. Es un festival. Hace una especie de chicuelina usando la muleta como capa. Feo y extraño. Es un festival. Ayudados por lo alto, aplausos frenéticos. Es un festival. Entra a matar, pincha y en el segundo ensayo, sale ensartado por el toro. Al aire, a la arena, a los cuernos. Tornan el desorden y el pavor. Naranjo salió a la Blas de Lezo y con el traje hecho girones. Aplausos, muchos aplausos y una oreja de festival.

Andy monta unos caballos bellos, ágiles, bien amaestrados, pero le tocó un toro sin celo y con doble afeitada, la del festejo y la del número. Se lució el de Benidorm —donde se firmó el siniestro Frente Nacional— con las cabriolas de Fortuna, un tordo pataconeado; también con las banderillas al violín, con las cortas, con las a dos manos, con los rejones. Se lució. No es muy difícil en una feria donde las cabalgatas duran seis horas y desfilan 1.000 caballos. Aquí se quiere al caballo. La presidencia le dio una oreja que yo, por lo menos, no vi pedir.

En resumen, la gente se divirtió en el Festival Nocturno. Y no llovió. Y se compitió con Rubén Blades, que se presentaba en el estadio del Deportivo Cali.

Por Alfredo Molano Bravo

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