Guillermo Mendoza Diago

Ejerció año y medio largo como fiscal general (e) y se le puede calificar como interino de lujo.

Ramiro Bejarano Guzmán / Especial para El Espectador
11 de diciembre de 2010 - 08:58 p. m.

Los últimos 16 meses han sido para Guillermo Mendoza Diago los más visibles de su larga vida como jurista y servidor de la justicia, pero también los más tempestuosos. Nadie esperaba que un Fiscal General de la Nación encargado fuera a durar tanto en interinidad ni que en ese lapso tuviese que tomar decisiones delicadas y trascendentales.

Si para un Fiscal en propiedad, que no teme que de un día para otro lo saquen de su cargo, resulta difícil acertar, con mayor razón para quien es interino. Aún así, el Fiscal saliente tiene resultados para mostrar en su corta gestión, tanto en lo administrativo como en los casos que conoció, aunque no todo es color de rosa, a juicio de algunos de sus críticos.

En efecto, si bien Mendoza Diago tomó la decisión de purgar la Fiscalía de la presencia de ciertos fiscales parásitos o de conducta cuestionable, y de llamar como Vicefiscal al reconocido jurista Fernando Pareja, muchos se siguen preguntando por qué le pidió la renuncia a una fiscal tan valerosa y competente como Ángela Buitrago, no obstante que condujo con éxito casos tan sensibles como contra los militares por la retoma del Palacio de Justicia, o el del hermano del ex ministro Valencia Cossio.

Algo similar ocurre con los procesos que durante su año y medio de encargo como Fiscal tocaron las puertas del búnker. En el caso de las investigaciones por las ‘chuzadas’ y seguimientos del DAS a la Corte, opositores y críticos, fue Mendoza Diago quien le imprimió trámite a este complejo asunto, al menos en lo que tiene que ver con la responsabilidad y el juzgamiento de los mandos medios que han servido para conocer detalles de ese gigantesco complot estatal. Pero aquí también hay inconformes, tanto por la fuga de la ex directora del DAS María del Pilar Hurtado, que algunos la atribuyen a la demora de la Fiscalía, como porque las otras investigaciones contra los aforados de la “Casa de Nari” no avanzaron suficientemente. A eso se suma que Mendoza fue el promotor de la pésima idea que terminó acogiendo la fiscal Viviane Morales, de retirar la audiencia de imputación a Bernardo Moreno y María del Pilar Hurtado, con el peregrino argumento de que los términos debían correrle íntegramente a la nueva titular, como si los pleitos que llevase el Fiscal fuesen personales y no institucionales.

Por supuesto, la crítica no altera al experimentado Mendoza Diago, quien ya tiene la piel curtida, porque desde hace mucho tiempo también aprendió que dejar completamente satisfechos a tirios y troyanos es un imposible, pues desde pequeño es tan Caribe como abogado.

Nació el Fiscal saliente en Ciénaga de Oro (Córdoba) el 5 de junio de 1949, en el seno de una familia tradicional costeña, con cuatro hijos. Como si tuviera que ver con su propio destino, nació en esa ciudad porque su padre, Guillermo Mendoza de la Espriella, era juez, por lo que el futuro Fiscal vivió en ese apacible lugar hasta cuando tuvo 12 años. Luego, en 1961, su progenitor fue nombrado juez penal del Circuito, por lo que su vástago pasó a vivir a Chinú (Córdoba) y a estudiar interno en el Liceo Bolívar en Sincelejo. Más tarde, en 1965, otra vez por los empleos de su padre, vivió en Montería como hijo del Procurador Judicial ante los Tribunales. En esas andaba cuando en 1966 la muerte sorprendió a su padre y toda la familia se trasladó a Cartagena, donde reside el tronco materno.

Fue en el ‘Corralito de Piedra’ donde Guillermo Mendoza se hizo bachiller en el Gimnasio Bolívar y, como era de esperarse, para quien creció al lado de un dedicado juez y procurador, la vocación del derecho lo llevó a matricularse en la Universidad de Cartagena, donde cumplió en 1973 el sueño de hacerse también abogado como su padre.

Muerto su padre, Guillermo Mendoza Diago tuvo que trabajar y estudiar. Sin saberlo selló su futuro desde estudiante, pues mientras asistía a clases dio sus primeros pasos en la Rama Judicial, primero como notificador de un despacho judicial, más tarde escribiente y para cuando se recibió como abogado, ya era oficial mayor.

Gracias a ese recorrido en los despachos cartageneros, era apenas obvio que en 1973 lo nombraran juez promiscuo municipal en la isla de Providencia, en donde permaneció hasta su nombramiento como juez penal municipal en Sincelejo. Allí, además, fue juez de Instrucción Criminal y juez penal del Circuito hasta 1979, año en el que regresó a Cartagena como juez superior.

Al regresar a Cartagena, Mendoza Diago fue de visita al juzgado donde había trabajado siendo estudiante y advirtió que a pesar de los años que habían pasado, seguían utilizando la máquina de escribir que él  reparó en sus años de escribiente, adaptándole un caucho para que funcionaran las mayúsculas. Desde entonces comprendió las condiciones en las que han de sobrevivir los jueces y sus destartalados despachos.

En Cartagena ocupó otros importantes cargos, hasta cuando en 1994 Alfonso Valdivieso lo trajo a Bogotá como fiscal delegado ante la Corte Suprema de Justicia. Allí empezó otra fase de su vida.

Cuando Guillermo Mendoza Diago llegó a la Fiscalía, ya era un funcionario cocinado en muchas aguas, por eso sus primeras actuaciones brillaron y generaron confianza a los sucesivos fiscales, de los que en mayor o menor grado fue mano derecha. En 2006 fue ascendido a coordinador de fiscales delegados ante la Corte, más tarde ascendido a Vicefiscal y estando en ese cargo le tocó montarse en el potro de la Fiscalía General, como encargado, donde el país lo conoció y se acostumbró a su hablar pausado.

Son muchísimos los expedientes que han pasado por las duras manos de este juez. Acusó a Diomedes Díaz, cuando eso era impopular. También a uno de los Rodríguez Orejuela y a varios involucrados en la parapolítica, como Jorge Luis Caballero, entre otros. Y como Vicefiscal conoció en segunda instancia de los procesos por desaparición forzada del holocausto del Palacio de Justicia.

Al lado del ejercicio del derecho, su tiempo libre lo dedica con pasión a su familia, conformada por Nora Vélez, la mujer de su vida, ella sí cartagenera, con quien se casó en 1978. De esa unión nacieron Guillermo Fernando, Carlos Alberto, Andrés Felipe y Julián Enrique, entre los cuales ya hay un abogado. Sus otras pasiones son los aviones, la ciencia y la Segunda Guerra Mundial, a las cuales presta la atención que su escaso tiempo libre le permite.

Al retirarse del alto empleo que ha ejercido en los últimos 16 meses, son más sus aciertos que los tropiezos. No era fácil conducir desde la interinidad una Fiscalía que aún está ensayando el Sistema Penal Acusatorio. Al final recibió un injusto sablazo del ex presidente Uribe, quien lo cuestionó por no ofrecer garantías a sus amigos comprometidos en las ‘chuzadas’ del DAS, ante lo cual, con buen tono y pulso firme, contestó: “Uribe opina sin fundamento”.

Han pasado casi 40 años de dedicación al oficio de investigar y administrar justicia, que a Mendoza Diago ya le han hecho merecedor de una pensión de jubilación que, sin embargo, no le será suficiente, por lo que ahora en edad adulta confiesa que se despojará de la toga y se pondrá las botas de litigante para mejorar sus ingresos. Buen viento y buena mar.

Por Ramiro Bejarano Guzmán / Especial para El Espectador

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