La historia del joven colombiano que murió mientras hacía turismo en Malta

El drama de las familias para traer a sus seres queridos que fallecen en el exterior. Partió con su equipaje repleto de sueños y regresa a la Ciénaga donde dormirá para siempre.

Laura Muñoz y César Fernández
16 de septiembre de 2019 - 05:42 p. m.
Archivo particular
Archivo particular

Era un día soleado, las aguas color turquesa de Coral Lagoon habían adquirido un brillo especial, un azul cristalino seductor que invitaba como nunca a disfrutar de ese encanto natural reconocido como uno de los principales lugares turísticos de la Isla de Malta en el Mar Mediterráneo. Pablo Muñoz eligió ese paisaje paradisíaco para celebrar su cumpleaños; hace 25 años nació a orillas de la Ciénaga de Zapatosa en jurisdicción de Tamalameque, pueblo que también está de cumpleaños en este mes de septiembre, y que reúne en su historia singulares anécdotas y leyendas.

Pablo había llegado en junio a la República de Malta para perfeccionar su inglés, pues su falta de dominio del idioma le había impedido obtener un buen empleo, pese a haber sido alumno sobresaliente en la Universidad Popular del Cesar, de donde egresó como Administrador de empresas. Era, además, excelente nadador, amante del deporte acuático, quizás por su contacto permanente con la naturaleza en su natal poblado de pescadores. El jueves anterior, junto con varios amigos se fue a Coral Lagoon a festejar su cumpleaños nadando en una de las piscinas naturales más hermosas de Europa. Con otros dos chicos, un mexicano y otro colombiano, dio el salto de siete metros que lo llevo a encontrarse con el agua de aquella cueva destechada, que de un momento a otro pasó de ser un pozo apacible a tormentoso concurrir de remolinos y olas violentas.

Cuando Pablo y sus amigos salieron nuevamente a la superficie no vieron ninguna playa; solo una roca saliente del acantilado que bordeaba aquella piscina natural, y al frente el mar inmenso, sin fin. Dos de los chicos alcanzaron aquella roca para ponerse a salvo, pero Pablo no llegó. La fuerza las olas lo alejaba cada vez más del punto que significaba su salvación; desplegó todo su conocimiento y toda su destreza de nadador, pero no lograba regresar hacia aquellas rocas. El agua, su compañera, su amada de tantos momentos, ahora le era infiel; sus brazos, con los que abrazó el sueño de culminar sus estudios de inglés y regresar a Colombia para ubicarse en un buen cargo profesional, los mismos que lo hicieron sobresalir en la natación, ahora resultaban impotentes para luchar con la furia del mar que lo quería para sí.

Recordó a Santiago el personaje de Hemingway en su aventura de soledad frente a la inmensidad del mar, y a Velasco, el náufrago protagonista de la obra de García Márquez; recordó su niñez en la Ciénaga, sus juegos en el colegio Martínez Zuleta, la leyenda de la “llorona” de Tamalameque rondando el río y gritando de angustia por haber perdido a su hijo; llegaron a su mente las palabras que su mamá Angela le había enviado en la madrugada de ese jueves, junto con una canción:  “Que Dios te bendiga hijo, te de vida y salud para que cumplas todos tus sueños”. Respiró profundo por última vez y se dejó llevar por el mar hacia esa distancia en donde se unía con el cielo, su hogar final.

No había terminado de despuntar el día, cuando Angela recibió una llamada de Rafael Ricardo Orozco, cónsul de Colombia en Roma, para comunicarle la triste noticia: Pablo había fallecido en el mar. También llamó la directora de la Escuela Education First para contarle que el plantel preparaba una ceremonia religiosa en memoria de quien había sido ejemplar estudiante.

La historia no culmina. Queda todavía el capítulo triste y difícil de la repatriación del cuerpo de Pablo, un trámite, además de penoso, por el que ya han pasado otras familias cuyos seres queridos han perdido la vida en el exterior. Los padres de Pablo tienen ahora que realizar, en medio del dolor, una serie de trámites costosos y fatigantes para traer a su hijo y darle sepultura en su tierra natal. El gobierno brinda alguna ayuda, pero siempre resulta insuficiente dado el altísimo costo de esta gestión. No obstante, Misael Muñoz y Angela Padilla hacen todo tipo de esfuerzos para traer a ese hijo que un día partió con su equipaje repleto de sueños y vuelve a la Ciénaga donde dormirá para siempre.

Por Laura Muñoz y César Fernández

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