La necesidad del liderazgo colectivo

El Centro de Justicia, Derecho y Sociedad (Dejusticia), aliado de El Espectador, recibió esta semana el Premio Nacional de Liderazgo que otorga la revista Semana, la Fundación Liderazgo y Democracia y Telefónica. Estas fueron las palabras de su director.

César Rodríguez Garavito* - Especial para El Espectador
13 de octubre de 2017 - 02:38 p. m.
Parte del equipo de Dejusticia, premiado en el Club El Nogal "por lograr transformaciones jurídicas que han tenido impactos sociales a través de combinar academia con activismo". / Cortesía
Parte del equipo de Dejusticia, premiado en el Club El Nogal "por lograr transformaciones jurídicas que han tenido impactos sociales a través de combinar academia con activismo". / Cortesía

En nombre de todo el equipo de Dejusticia, agradezco el honor que nos hacen con este reconocimiento.

Más allá de la escogencia de Dejusticia, quisiera agradecer la idea misma de estimular el trabajo colectivo, que tanta falta hace en un país y en un planeta donde el individualismo, y aún el narcisismo, vienen en ascenso.

Mucho antes de que una epidemia de selfies se tomara el mundo, los colombianos inventamos esa cumbre del egoísmo que es el undécimo mandamiento. El sálvese quien pueda, el no dar papaya, fueron las expresiones más claras de nuestra desconfianza mutua, que nuestra indecente desigualdad social acuñó y nuestra guerra acentuó. No es que nos faltaran ganas o talentos: es que nos ha faltado trabajo en equipo. Como lo dijo Yu Takeuchi, el legendario profesor de matemáticas de la Universidad Nacional, “un colombiano es más inteligente que un japonés, pero dos japoneses son más inteligentes que dos colombianos.”

Así estábamos cuando Narciso resurgió de las aguas y reencarnó en los Trumps y las Kardashians del mundo. Junto con las oportunidades de conexión, las redes sociales trajeron la autopromoción y los egos desmedidos. Según un estudio de la profesora Jean Twenge, la mayoría de jóvenes milenarios encuestados dice ser más inteligente que el promedio de su generación. Que la gran mayoría esté por encima del promedio, claro, es una imposibilidad estadística. El mismo estudio muestra que se ha disparado el uso de la primera persona del singular en los libros, y ha decaído el uso de “nosotros”.

Como en Colombia el poder y la gramática han ido juntos, algunos de nuestros políticos han añadido otros dos pronombres para al repertorio de la egolatría. Se ha vuelto común el líder que habla de sí mismo en la tercera persona del singular, como si estuviera citando a un personaje que no es otro que él. Otros, imbuidos en la tradición grecocaldense, acuden al plural mayestático, reemplazando el “yo” por un falso “nosotros”.

Quisiera creer que el reto que propone el premio que nos convoca hoy es justamente pensar y actuar en términos de “nosotros”. Un nosotros real, a la altura de un país que felizmente está acabando una guerra, pero que no termina de encontrar las palabras y las ideas para vivir en paz. Un país que deje la economía y la sociedad del pasado ¾la que depreda la naturaleza y ahonda las desigualdades sociales, raciales y de género¾ , y abrace por fin la sociedad del futuro, que estará fundada no tanto en la competencia por los recursos naturales, sino en el conocimiento y la colaboración, como han escrito pensadores como Yochai Benkler.

Si Dejusticia ha hecho algún aporte a esta tarea, así sea modesto, es porque hemos intentado construir un “nosotros”, tanto interno como externo. De puertas para adentro --desde cuando éramos un grupo de ocho colegas y amigos hasta ahora que somos una comunidad más numerosa que reúne varias generaciones y regiones—hemos hecho todo lo posible para mantener relaciones personales marcadas por el afecto, la horizontalidad, el humor y el goce de estar juntos. Por ejemplo, todas las columnas que publicamos pasan primero por una ronda de comentarios por correo electrónico, abiertos a todo el grupo, donde las críticas de los investigadores recién entrados pesan tanto, y se hacen con tanta libertad, como las de los más veteranos.

De puertas para afuera, nos hemos esmerado por trabajar en colaboración con muchos actores y sectores, desde otros centros de investigación y ONG, hasta entidades estatales y movimientos sociales. Uno de estos movimientos, el indígena, nos ha enseñado el concepto y la palabra justa para este tipo de trabajo: minga. En los esfuerzos colectivos que son las mingas, cada quien aporta lo que tiene y puede, tratando de sumar antes que dividir. Cuando la polarización proceso de paz se está sumando a la de las elecciones de 2018, quizás no haya un reto más importante para nosotros –y con “nosotros” me refiero no solo a Dejusticia, sino para los medios, la sociedad civil y el país en general-- que encontrar formas de tramitar nuestros desacuerdos sin descalificar al otro.

Una de esas formas, por supuesto, es fortalecer las reglas de juego y las instituciones democráticas: las de la Constitución de 1991, las del Estado de derecho, las de los derechos humanos, resistiendo los embates de los populismos de derecha e izquierda que se extienden por el vecindario y por el mundo.

Voy a terminar con una alusión que puede sonar a cliché, porque parece que por estos días no hay discurso que no cite un poema de Borges. El que tengo en mente es uno de los más conocidos. Su título, “Los justos”, se refiere a aquellos héroes anónimos que con sus pequeños actos diarios de profunda humanidad salvan el mundo. En un verso, Borges dice que uno de esos héroes es “el que descubre con placer una etimología”. Los invito a hacer ese ejercicio placentero con una palabra que celebramos en el ciclismo pero no en la vida diaria. Esa palabra es “gregario”. O para decirlo con las palabras más elocuentes de Borges en otro verso del poema: el gregario es un héroe anónimo porque “prefiere que los otros tengan razón”. Pues bien: el liderazgo colectivo depende tanto o más del gregario que del líder individual. Y una de las claves para que un grupo perdure es que sus miembros estén dispuestos a ser hoy gregarios, mañana líderes, y pasado mañana volver a ser buenos gregarios.

La palabra gregario viene del latín “grex”, que significa grupo, rebaño. De ese vocablo latín surgieron palabras muy diversas, casi opuestas. De ahí vienen los términos congregar y agregar, pero también segregar. Entendemos humildemente este premio como un estímulo para que desde Dejusticia intentemos seguir congregando y agregando, a la vez que seguimos trabajando contra la segregación.

*Director de Dejusticia y columnista de El Espectador.

 

Por César Rodríguez Garavito* - Especial para El Espectador

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