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Los colombianos a bordo del ‘arca’ del cambio climático

Desde Palmira, miles de semillas están siendo enviadas a una fortaleza construida cerca del Polo Norte y protegida como nadie lo creería. El objetivo: conservarlas ante una eventual catástrofe.

Alfonso Rico Torres
21 de marzo de 2010 - 01:00 a. m.

En febrero de 2007, miles de personas recordaron la historia bíblica del Arca de Noé. La razón era simple. Así como Dios le había ordenado a un hombre construir un arca y albergar allí a miles de parejas de animales para poder salvarlas del diluvio, el Fondo Mundial para la Diversidad de Cultivos emprendía un megaproyecto que consistía en construir una fortaleza cerca del Polo Norte con el único fin de conservar las semillas más representativas de varios países y protegerlas de los estragos del cambio climático.

Pues bien, el proyecto ya es un hecho y Colombia hace parte de él. Desde Palmira, el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) está enviando una serie de muestras a la bóveda, ubicada en una isla del archipiélago noruego de Svalbard, en el Océano Glaciar Ártico. “En 1996 nos pareció una buena práctica hacer copias de seguridad. Hoy tenemos la responsabilidad de la conservación de parte del patrimonio biológico y agrícola de 141 países, conservamos las colecciones más grandes de fríjol en el mundo (más de 35.000 materiales), yuca (más de 6.000) y forrajes tropicales (más de 21.000). Al igual que los escritores conservan copias de sus manuscritos, nosotros hacemos copias de seguridad. Siendo el suroccidente colombiano una zona sísmica, consideramos que este comportamiento es responsable”.

De este modo, Daniel G. Debouck, jefe del Programa de Recursos Genéticos del CIAT en la capital del Valle del Cauca, explicó cómo empezó este proyecto en Colombia hasta trascender fronteras. “Trabajamos con semillas que pueden conservarse a -18 grados centígrados en un cuarto frío que existe en Palmira. El cuarto de Svalbard no es muy diferente”.

De acuerdo con Debouck, ingeniero agrónomo belga con más de 30 años de experiencia en estos temas, el proceso de conservación y envío de semillas puede durar años. Según dijo, el punto de partida puede ser un grano de fríjol. “Lo sembramos en invernaderos, en condiciones protegidas, similar a como lo hacen los productores de flores de la sabana de Bogotá. El producto pasa luego por varios controles de calidad fisiológica, sanitaria, genética, y por varios procesos de secado sin estrés para la semilla. Luego viene la etapa de conservación. El ciclo completo puede durar, en ocasiones, de tres a ocho años, según la complejidad. Se trata de un proceso único”.

Su equipo de trabajo lo integran 54 personas, dentro de las cuales hay gente de Cali, Palmira, Huila, Cundinamarca, Guapi, Popayán y Santander de Quilichao. Se trata de una labor que, en medio de complejos procedimientos entendibles para especialistas, busca soluciones frente a los estragos que está sufriendo el mundo por cuenta del calentamiento global.

Rumbo al Ártico

La bóveda en Noruega parece sacada de una película de ciencia ficción. Queda en un lugar remoto, en el Océano Glaciar Ártico. Allí, en medio de la nada, cerca del Polo Norte, se divisa una abertura, la entrada a la fortaleza.

“Una obra de arte hace visible la bóveda desde millas. La artista Dyveke Sanne, junto a Koro, la agencia noruega que supervisa el arte en espacios públicos, trabajaron juntos para llenar el techo y la entrada con acero, espejos y prismas altamente reflexivos. La instalación actúa como un faro, reflejando la luz polar durante los meses de verano, mientras que durante el invierno, una red de 200 cables de fibra óptica brinda a la pieza una luz verdosa-turquesa y blanca apagada”, según un documento enviado a El Espectador por Michelle Geis, una de las voceras del megaproyecto.

Fundada el 26 de febrero de 2008, la bóveda consta de tres cuartos ubicados al final de un túnel de 125 metros cavado dentro de una montaña. "Cualquiera que quiera tener acceso a las semillas tiene que atravesar cuatro puertas cerradas: las pesadas de acero de la entrada, una segunda cuando está unos 115 metros dentro del túnel y dos puertas con esclusa de aire con clave. Las claves se encuentran codificadas para permitir el acceso a diferentes niveles de la instalación y no todas abren las puertas. También hay detectores de movimiento instalados alrededor del sitio. Aparte, las cajas de semillas dentro de los cuartos son escaneadas antes de ser introducidas a la bóveda”, agrega el escrito.

Allí, en ese particular lugar, reposan las semillas enviadas desde Palmira. “Hicimos tres envíos a la bóveda de Svalbard, en 2008, 2009 y 2010. La frecuencia depende de una consideración técnica: la semilla a conservar hay que producirla y, ahora mismo, estamos sufriendo problemas de sequía y altas temperaturas por la oscilación climática del fenómeno de El Niño”, aseveró el líder del grupo colombiano.

Cabe anotar que, según le dijo a este diario Megan Dold, otra partícipe de este trabajo en la nación europea, la bóveda en Noruega no está abierta a visitantes. “Un coordinador, Ola Westengen, logra las operaciones desde Oslo (capital de ese país). Y de vez en cuando, por ejemplo cuando hay nuevos depósitos, él y otros científicos van”.

Al respecto, el jefe del Programa de Recursos Genéticos del CIAT explicó que, mientras en Svalbard las semillas llegan a su destino final, en Colombia sí pueden ser distribuidas. “En el banco de germoplasma de Palmira se conservan, califican, caracterizan, investigan y distribuyen 6.000 materiales cada año, a veces hasta 18.000”.

Las semillas en el Ártico son conservadas mediante métodos sofisticados o en papel aluminio. Dependiendo de ésta, las temperaturas a las que son sometidas oscilan entre los -10 y -20 grados centígrados, bajo un tratamiento similar al adelantado por el grupo que está en Colombia.

Según el documento facilitado por Megan Dold, la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, nombre oficial, recibió el día de su inauguración 268.000 semillas de alimentos básicos africanos y asiáticos tales como maíz, arroz, trigo y sorgo, así como variedades europeas y suramericanas de berenjena, lechuga, cebada y papa. Se estima que su capacidad es de 4,5 millones de semillas.

Aparte de ello, y de acuerdo con la anotación del equipo colombiano y noruego, la idea es conservar la semilla original el mayor tiempo posible y reproducirla mediante diversos métodos, pues la primera de ellas puede perder la capacidad de germinar. Un caso colombiano sería la conservación de arvejas, que pueden sobrevivir durante 20 ó 30 años. Otras lo hacen siglos, como la cebada, el trigo y el sorgo.

De todas formas,  recordó la vocera Michelle Geis, “en los peores escenarios de calentamiento global, la bóveda permanecerá naturalmente congelada hasta por 200 años”.

La financiación

En Colombia, dice Debouck, los recursos para sostener su labor han llegado de organismos internacionales. “Los recursos económicos han sido variables, a mi pesar, porque necesitamos estabilidad. Desde la creación, en 1978, hasta hoy, la Unión Europea, la ayuda norteamericana a través de Usaid, la cooperación japonesa y el Banco Mundial han mantenido esta iniciativa de conservar parte del patrimonio biológico y agrícola de tantos países. El Gobierno colombiano nos apoyó hace unos años, con la financiación de un proyecto de forrajes para la llanura colombiana. Cada año necesito convencer a la administración y a los donantes de la importancia de la conservación”.

En cuanto a la bóveda en Noruega, ese gobierno le ha dado un gran impulso, al punto de invertir en la construcción del sitio 50 millones de coronas noruegas, cerca de 6,25 millones de euros. El Fondo Mundial para la Diversidad de Cultivos, en cabeza de Cary Fowler, director ejecutivo, es el encargado de los pormenores de este trabajo de conservación.

Al respecto, Julián Laird, director de comunicaciones del organismo noruego, fue enfático en señalar que a pesar de la millonaria inversión las semillas no tienen fines comerciales. “Consideramos la bóveda como un componente esencial y seguro para conservar la diversidad genética de todas nuestras cosechas. Nuestro grupo, por lo tanto, apoya en gastos a países en vías de desarrollo para el traslado de sus semillas más representativas al Ártico”, aseveró.

Para terminar, el equipo noruego recordó que cada país tiene derecho a pedir sus semillas de vuelta. Así, por ejemplo, el equipo colombiano podrá optar por conservarlas en Palmira, enviarlas a Noruega o mantener muestras en ambos lados. “La bóveda de semillas podría convertirse en una de las estructuras más importantes y más reconocibles del mundo, aunque pocos la verán de primera mano”, puntualizaron los noruegos en su escrito.

arico@elespectador.com

Por Alfonso Rico Torres

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