Los hombres también son víctimas de la opresión sexista

El hecho de que haya hombres llamando la atención sobre las situaciones en la que ellos también han sido víctimas de agresiones sexuales y atenciones no deseadas, es confirmación de que la opresión sexista no es simplemente algo practicado por los hombres en contra de las mujeres

Gregory J. Lobo*
14 de abril de 2018 - 08:14 p. m.
Las mujeres no son las únicas víctimas de la opresión sexista.  / AFP
Las mujeres no son las únicas víctimas de la opresión sexista. / AFP

El fenómeno #metoo nos ha conducido a reflexionar, de nuevo, sobre la opresión y especialmente la opresión sexista. El hecho de que haya hombres llamando la atención sobre las situaciones en la que ellos también han sido víctimas de agresiones sexuales y atenciones no deseadas, es confirmación de que la opresión sexista no es simplemente algo practicado por los hombres en contra de las mujeres. La opresión sexista nos involucra y nos afecta a todos.

Hace años este argumento fue articulado por la teórica estadounidense Bell Hooks. La opresión sexista, según ella, oprime a las mujeres sí —pero no favorece a los hombres, por lo menos no a todos y no de la misma manera—. Hooks insiste que la opresión sexista es nociva para los hombres también, y a partir de este argumento, ella quería reclutar a hombres que temían que perderían, si la lucha contra la opresión sexista ganara.

Según el argumento de hooks, todos ganaríamos si pudiéramos ponerle fin a tal opresión.

Ver más: El problema del meetoo

Esa lucha es difícil porque esta opresión es la más naturalizada. Esto, decía Hooks, porque la opresión sexista es, en un sentido, la opresión que se aprende — a aguantar, a practicar — primero, antes de las demás opresiones; así, es la base necesaria de las demás opresiones.

Al ajustarse a su realidad, sea como víctima o victimaria de la opresión sexista, uno ya ha interiorizado todo lo necesario para deshumanizar a cualquiera, por casi cualquiera razón o justificación. Así queda muy próximo el racismo o la opresión de clase, por ejemplo.

La opresión sexista es la base de las demás opresiones porque aquella es la que se aprende en la familia, en el hogar, en, por decirlo así, el amor. Es deshumanizante porque el ser humano es una potencialidad infinita, en teoría por lo menos. Obviamente tiene límites, pero en principio, un ser humano es capaz de sentir todo, experimentar todo, desear abiertamente, desarrollarse sin trabas predeterminadas, crear y crearse espontáneamente.

Desafortunadamente, este ser experimenta su propia deshumanización en el amor de su familia (si es que tiene la suerte de tener una, por supuesto) al descubrir, con el paso de los años, que no es tal ser humano. Más bien, es una niña o niño. ¿Cómo lo descubre? Pues, se lo dicen sus familiares. Y si no ellos, los demás chiquitos en el colegio o en el parque.

Descubrir que uno es niña o niño (viendo los topitos en las orejas, yendo a cortarse el pelo porque no se puede permitir que se le crezca más) no es enterarse de un hecho neutro de la naturaleza.

Es enterarse de un hecho cargado de sentido de lo que me permito llamar la culturaleza (para captar la fuerza con la cual la cultura ejerce sus determinaciones sobre nosotros, como si se tratara de la naturaleza). Es entender que tiene que someterse a una ley social y cultural —y que al transgredirla sufrirá el transgresor las sanciones estipuladas por su entorno—.

Es entender que por ser niña/femenina uno tiene que hacer ciertas cosas y no otras; uno tiene que aguantar ciertas atenciones e incluso complacerse ante las mismas; tiene que desear de manera determinada y no de otra; tiene que portarse así, configurase (su cuerpo, su mente) asá; tiene que someterse a la voluntad de otros, generalmente de unos hombres; tiene que pagar las consecuencias de sus errores y pecados en silencio, sin acotar que a los hombres no les toca pagar consecuencias parecidas por sus embarradas.

Ver más: Las mujeres que se oponen al metoo

Y si uno descubre que es niño, descubre que igualmente tiene que actuar de acuerdo con ciertas normas, hay que maltratar — no solo a los y las demás sino a sí mismo— . Uno tiene que negar sus emociones, sus sentimientos, o por lo menos controlarlos de manera terriblemente estricta.

En todo caso, la opresión se nutre de un proceso a través del cual se le quita al ser humano sus potencialidades infinitas y como amarga recompensa se le impone reglas, normas, limitaciones, deberes, restricciones, y penas … todos como si le fueran íntima y inherentemente esencial a su ser no humano sin sexuado, masculino o femenino.

Al convencernos de que no somos seres humanos sino mujeres y hombres es poca cosa convencernos de que somos seres raciales, trabajadores no más, y así afianzar casi completamente el proyecto deshumanizante del cual somos todos no solo las víctimas sino los agentes y funcionarios también.

           

Por Gregory J. Lobo*

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