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Mujeres de papel

Son muchos los personajes femeninos que han logrado seducir a miles de lectores. Hoy recordamos algunos.

Sergio Silva Numa
07 de marzo de 2013 - 11:06 p. m.
Mujeres de papel

Es una simple excusa. Recordar algunos de los más asombrosos personajes femeninos de la literatura es, tal vez, sólo un pretexto para deshacerse un poco de todos esos deslucidos anuncios color rosa que por estos días invaden cualquier rincón de cualquier ciudad. Pero más que resistirse a los manidos hábitos que el tiempo y muchos medios se encargaron de moldear, el propósito es, quizás, uno solo: revivir plácidas lecturas donde la complicidad de alguna mujer fue esencial.

Por supuesto: calcular las miles de historias es una tarea absurda, y hacer una lista de imprescindibles personajes es, aún más, una inútil labor. Se podría, si se quiere, empezar por las remotas épocas griegas. Brincar del fervor bélico que despertó Helena cuando partió con Paris a Troya, a la eterna espera de Penélope ante la amarga ausencia de Odiseo. Se podría, también, pasar por Laura y los versos de Petrarca, por la Dulcinea de Cervantes,  las inmortales mujeres de Shakespeare o los adulterios de Anna Karenina y Emma Bovary.

Seguramente, podrían pasar infinidad de horas en largas búsquedas de escenas y textos memorables, en los que las mujeres hayan sido el principal motivo de seducción. Bastaría mencionar a la Maga, la inmortal y fascinante Maga. Descubierta como Edith Aron hace unos años en un pequeño departamento de Londres, la Maga —o Lucía— cautivó a Horacio, y con él a miles de lectores que desde los sesenta soñaron con ser como ella. O, por lo menos, quisieron, como Cortázar, encontrarla en alguna librería o en alguna barca.

Bastaría también, recordar a la inolvidable Margarita. A su vehemente amor, su ardiente pasión que entre satíricas líneas el mundo conoció en 1966, 26 años después de que muriera su autor, el ruso Mijaíl Bulgákov. Su imaginación, que incluye realistas y fantasiosos episodios con el mismísimo Satán, ha permitido gozar de escenas de verdadera efusión. Muchas de sus críticas y descripciones de los arribistas entornos culturales continúan, como en el Moscú de 1930, más que vigentes. Aún después de tantos años, y de separarnos grandes distancias, parecen incontables las similitudes con estas lejanas tierras.

Y así, en esas búsquedas universales, podrían acabarse estas líneas. Pero agotarlas sin explorar esta región sería una grave distracción. Aquí, donde en muchas ocasiones la mujer en los libros ha sido la más sincera evidencia histórica, omitir ciertas obras sería una equivocación.

Desde luego, María y su idilio con Efraín podrían ser un lúcido ejemplo, en el que, más allá del romanticismo, las palabras de Jorge Isaacs son un fiel retrato de la sociedad del siglo XIX, como también lo podría ser, para el XVIII, el relato de Genoveva Alcocer. La afrenta de Cartagena de 1697, una crédula y supersticiosa sociedad aún dependiente del catolicismo y los grandes avances de la Ilustración, son apenas unos aspectos que Germán Espinosa materializó en La tejedora de coronas.

Y claro: haría falta mencionar a Bárbara Caballero y Alzate, de La marquesa de Yolombó, a Fermina Daza, a Úrsula Iguarán y a Remedios, por sólo hablar de algunas más. 

Ahora, después de varias décadas, salió a luz un gran personaje femenino capaz de condensar en pocas páginas una apasionante historia traída de la realidad. Naturalmente, como ya muchos lo han reseñado con asombro y encanto, se trata de Memoria por correspondencia, el relato epistolar que la artista Emma Reyes escribió a su amigo Germán Arciniegas.

Es un hermoso y detallado recuento de una niñez cargada de crueldad en un país repleto de prejuicios, en una sociedad pacata dominada por acérrimas y católicas creencias que dan cabida a la hipocresía, al clasismo y a la mezquindad. La protagonista es, por supuesto, la misma Emma Reyes. Son sus vivencias en los años treinta; son sus correrías por Bogotá, por montañas, por pueblos, en busca de un asomo de tranquilidad que, finalmente, las monjas de un convento se proponen exterminar.

No sabría si un breve recuento de esos gratos momentos que a muchos han dado esas pocas mujeres de papel tenga, a ciencia cierta, una utilidad o sirva para transformar las anacrónicas rosas en una certera aventura. Quien hoy decida lanzarse a ella, entre los sueños y admiración que siempre inspira, seguro tendrá mucho más que un simple día que año tras año, con la misma inocencia, se repetirá.

Anna Karenina

 

1,6 Fue en 2012, el promedio anual de libros leídos por persona en Colombia. 

1’672.000 Analfabetas había en el país en 2011.

 

Por Sergio Silva Numa

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