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Tan Grande Como Guatemala

Recorrido por Cumaribo, El Placer y Achacara, donde los grupos armados se reparten los llanos del Vichada y los campesinos alzan su voz por el “conflictivo proceso de apropiación de tierras en nombre del desarrollo”.

Alfredo Molano Bravo
22 de diciembre de 2012 - 09:00 p. m.
Tan Grande Como Guatemala

El departamento de Vichada tiene más de 100.000 kilómetros cuadrados —tan grande como Guatemala— y apenas 60.000 habitantes. Se distinguen tres subregiones: la que está al sur del río Vichada; la llamada Serranía, que está situada entre el Vichada y el quiebre de aguas con el río Meta, y la comprendida por esta cuenca y hace límite con Casanare, Arauca y Venezuela. En la primera sobresale el ‘Triángulo Negro’, formado por Príncipe, Güérima y Chupave, una zona cocalera; la segunda, la Serranía, es ganadera y está atravesada por la trocha que va de Puerto Gaitán a Santa Rita sobre el río Vichada y hacia el Guainía, Venezuela. Las vegas del río Meta, atravesadas por la carretera que va a Puerto Carreño, son bajas y fértiles, y hasta hace poco ganaderas en su totalidad, si se excluye la base aérea de Marandúa o Grupo Aéreo del Oriente (Gaori). Son regiones diferentes con problemas similares. Ubicado en Vichada con una población de 28.718 habitantes, de los cuales tan sólo 4.312 viven en el área urbana, el municipio de Cumaribo tiene una extensión de 65.193 km², lo que lo convierte en el municipio más extenso de Colombia.

Al aterrizar en Cumaribo, corazón del departamento, el municipio más grande del país —mayor que Costa Rica— uno se topa  con un cartel donde se lee: ‘Los héroes sí existen’, ilustrado con el rostro tiznado de un soldado. De entrada hay que registrarse en la Policía y luego tomarse un tinto en la media agua que sirve de escampadero. Ahí se entera el recién llegado de lo que ha pasado en el pueblo. Oímos hablar del “muertico que dejaron para los samuros”. No prestamos mucha atención al caso porque estábamos ocupados consiguiendo transporte para Achacara, a la Misión de los padres monfortianos, donde se reunirían los representantes de 62 juntas de acción comunal venidas de todos los rincones del municipio, que tiene 65.200 km².

Hace 25 años, Cumaribo era un paradero de buses: tres chozas, dos bares y una casa de citas. Se comenzaba a sembrar coca y la gente recibía a los compradores con toda su parafernalia: “grameras” para pesar la “mercancía”, cajones de metal para transportar la plata, pistolas que los guardaespaldas dejaban ver metidas en las pretinas de sus pantalones. La venta era pública y los campesinos hacían largas colas para vender su trabajo materializado en el peso de la base de cocaína o “merca” que el “propio” les pagaba al contado. Después se emborrachaban antes de coger camino para la chagra. Eran cientos de campesinos y campesinas venidos sobre todo de Casanare, de Meta, de Boyacá, de Tolima y aun de Bogotá. La gran mayoría, muchachos jóvenes ilusionados con los precios del jornal y picados por el veneno consumista.

Ahora Cumaribo es un pueblo como era San José del Guaviare por aquellos mismos días: calles trazadas a cordel, una alcaldía recién construida, un parque con  una palma real y dos chaparros para amarrar bestias, 20 ferreterías donde se venden mangueras, cemento, plástico, recipientes de todos los tamaños, abonos, encauchados, herramientas “y todo lo necesario” para el cultivo de la coca. Intercaladas entre estos comercios, otros: misceláneas o graneros donde se vende todo lo necesario para alimentar a los raspachines, a sus patrones, y a las autoridades competentes y a las otras. Hay también, a diferencia del San José de aquella época, en vez de “locutorios”, cafés internet donde además de salas de computadores hay una docena de celulares encadenados a suficiente distancia para que las conversaciones sean confidenciales. Porque desde esos sitios se hacen negocios grandes, pagos, demandas, citas y hasta amenazas.

Achacara

De Cumaribo a Achacara hay 20 kilómetros por una trocha de sabana que corre paralela al río Vichada. Varios invitados a la reunión viajábamos en una camioneta particular. Fuimos detenidos a la media hora de salir del pueblo por unos soldados que salieron de una mata de monte en la que se escondían del sol. Nos preguntaron para dónde íbamos y quiénes éramos. Apuntaron en una libreta deshojada nombres y números de cédula y, con un “sigan a ver”, continuamos el viaje.

Al entrar en Achacara vimos a un nuevo grupo de soldados que nos saludaron de lejos. La hoy concentración escolar, ayer Misión, es una de las construcciones más impresionantes que yo haya visto en medio de una sabana, si se exceptúa el Centro Padre Javier de Nicoló —‘República de los Muchachos’—, en las costas del río Orinoco, aguas arriba de Puerto Nariño. Achacara fue construida por la Iglesia en los años 70, en el mismo lugar donde los monfortianos tenían un internado para indígenas —achaguas, piapocos, guayaberos sikuanis, tunebos, tiniguas, sálibas, guahibos, piaroas, betoyes, yaruros y puinabes—.

La construcción actual en cemento tiene capacidad para alojar 350 niños y 20 maestros, y está compuesta por aulas, dormitorios, comedores, cocinas, baños, salones de acto, iglesia, enfermería y depósitos. La diócesis de Puerto Carreño y el municipio de Cumaribo no pudieron llegar a ningún arreglo para sostener el establecimiento, porque las dos partes pedían lo mismo: administrar los suministros y no el personal. El contencioso fue tan enconado, que la obra se abandonó y educadores y educandos tuvieron que buscar otro establecimiento.

Nos recibieron la presidenta de la Asociación de Juntas de Acción Comunal de Cumaribo Vichada (Asojuncuvi), el padre Leimar —un hombre muy conocido en el Llano tanto por sus convicciones sociales como por el acatamiento que le profesan los llaneros—, profesionales de la Defensoría del Pueblo que habían convocado y financiado la reunión y varios dirigentes campesinos. Después de los saludos protocolarios, alguien habló tangencialmente del “segundo muerto de la sabana”. 

El encuentro tenía como objeto fortalecer la organización de las comunidades frente a los retos representados por el arranque de dos poderosas locomotoras de desarrollo: la minera y la agroempresarial. Como es lógico, al lado, y casi por debajo de estos temas, se resbalaban otros: la fumigación de la coca, los atropellos de las autoridades, la presencia de guerrillas y paramilitares y, claro está, las demandas de la población civil frente al conjunto de problemas que están transformando el Llano. Una pregunta atravesó de lado a lado el salón donde nos reuníamos: “¿Y del despresado en la sabana, qué?” Nadie respondió. El silencio cayó como si el cielo raso se desplomara sobre nosotros. Un representante de la Defensoría explicó en tono airado: “Lo que pasa es que desde hace dos días hay un cadáver, al parecer mutilado, tirado en la sabana, y ninguna autoridad quiere darse por aludida”. El padre Leimar propuso llamar a las autoridades para que respondieran. Mientras llegaban, la reunión se inauguró con los himnos Nacional, del Vichada y de Cumaribo. Alguien propuso que se cantara también el de Meta, porque todos los asistentes se lo sabían y entre aplausos se entonó el “Ay, mi llanura, la patria entera de tu nobleza se ufana…”, himno oficial del departamento de Meta, compuesto por el maestro Arnulfo Briceño.

Fue una reunión con colonos que llegaron en carros, buses, motos, a caballo y a pie, desde los cuatro puntos cardinales de los 65.200 kilómetros cuadrados del municipio de Cumaribo. Había gente de las vegas del Meta entre El Viento y el Tuparro; de la trocha entre Güérima y Santa Rita, y del ‘Triángulo Negro’. También una delegación menor de Amanaven. La mitad de las delegaciones eran femeninas y tres cuartas partes, de jóvenes. 

El primer tema que se trató fue el problema de la coca. Los cultivos de coca comenzaron en Cumaribo tardíamente, si se sabe que en la serranía de La Macarena llegaron a finales de los años 70, sin duda como resultado de la fumigación que los extendió hacia el sur y hacia el oriente. Los cultivadores eran cocaleros de trayectoria que sabían del negocio. Comenzaron escondiendo los “cortes” en las matas de monte, zonas más frescas y húmedas que, además, tenían la virtud de ocultar los cultivos. Para trabajar en ellos engancharon a miles de raspachines ilusionados con el pago de salarios altos. Y llegaron y levantaron cambuches y tumbaron monte, y sembraron miles de hectáreas de coca. Los viejos cuentan que para esos años —mediados de los 90— el frente Primero de las Farc hizo un recorrido al mando de Reyes entre Inírida, Santa Rita, San José de Ocuné y El Plateado para salir por el Manacacias hacia el Ariari y el Duda, sede del Secretariado. Después se crearían otros frentes, el 16 y el 48. Los paramilitares fueron llegando del occidente, es decir, del Meta, a finales de los 90. Es una historia contada por Verdad Abierta. En general, los primeros en llegar fueron avanzadas de don Guillermo Torres, comandante de los ‘Carranceros’ con centro en Puerto López, que dominaron la vía a Puerto Gaitán primero, y luego la trocha hacia La Cristalina, donde establecieron un comando. Al poco tiempo se extendieron entre El Viento y La Primavera. Este último ‘corredor’ fue disputado por los hombres de Martín Llanos, del bloque Centauros, que después de liquidar a Arroyave, enviado por Castaño, dominaron ampliamente el territorio hasta la aparición de Pedro Guerrero, alias Cuchillo, en los días del llamado ‘Uribato’. Según dicen, los combates entre las guerrillas y los paramilitares fueron violentos hasta cuando las primeras se retiraron hacia el Guaviare y El Triángulo. El corredor con los frentes de La Macarena fue impedido por el dominio que los paramilitares ejercieron en Mapiripán después de la masacre en julio de 1997. La guerra entre los ‘Cuchillos’ y los ‘Carranceros’ fue no menos violenta, hasta cuando sus jefes llegaron a un acuerdo después de la desmovilización de Justicia y Paz en 2006, que permitió que los ‘Carranceros’ hicieran presencia en las zonas petroleras y los ‘Cuchillos’ en la zona de Güérima y El Tuparro. Martín Llanos controlaba, también por acuerdos, las regiones del río Meta entre El Viento y La Primavera. Hubo varios combates violentos entre las guerrillas y ‘Los Urabeños’ y entre estos y ‘Los Rastrojos’ que dieron lugar a verdaderas batallas campales, como la que tuvo lugar en 2005 entre ‘Los Urabeños’ y los frentes 16 y 48, cerca de Zunape, otro de los internados monfortianos en costas del río Vichada, por el paso hacia el Guaviare.

Guerrilla y paramilitarismo

Hoy la presencia de guerrillas y de paramilitares es menos nítida. Las guerrillas parecen haberse hecho fuertes en el alto Vichada y en la región del Guaviare-Guainía, y los paramilitares, conocidos ahora como bacrim, en la cuenca del río Meta. El Ejército mantiene control aéreo en toda la región y control terrestre particularmente en las zonas petroleras y de desarrollo agroindustrial, dominio compartido con las bacrim. En junio del presente año las Farc parecen haber entrado en la región de Chaparral, muy cerca de El Placer, corregimiento del Tuparro, donde los ‘Cuchillos’ tienen el poder militar local. Justamente en El Placer fue asesinado un muchacho, conocido como el Boyaco, un par de días antes de que comenzara la reunión en Achacara. Había llegado como raspachin de coca diez años antes y estaba dedicado al jornaleo ante la reducción de los cultivos de coca en la región del Tuparro-Tomo.

Un coronel del Ejército, de la Cuarta División, llegó al final de la mañana de ese primer día de deliberaciones, acompañado por sus oficiales y por el mayor de la Policía, comandante de Cumaribo. Aceptaron una reunión privada en la que participaron varias ONG, la Defensoría, el cura, el personero, el alcalde y dos periodistas, que comenzó con la pregunta que a todos nos inquietaba: el levantamiento del cadáver del jornalero mutilado. El coronel dijo con franqueza: “Lo que pasa es que no tenemos medios para llegar en este momento. De mis tres vehículos, uno está conmigo, otro está dañado y el tercero lo tengo cumpliendo un operativo”. La pregunta se dirigió por parte de la Defensoría al mayor de la Policía, que confesó haber tomado posesión del cargo hacía muy pocos días, pero que “de todas maneras el área no ofrece seguridad para el levantamiento que, como ustedes saben, debe realizar el CTI”. La Defensoría y el cura dejaron constancia de que se trataba de una obligación rescatar el cadáver para hacer el levantamiento legal con todas las pruebas testimoniales y materiales, y crear la cadena de custodia. A renglón seguido el alto oficial solicitó tablero y tiza para explicar cuál era el panorama de orden público, para que los asistentes entendiéramos la situación. Pintó un mapa de Vichada a mano alzada y comenzó diciendo: “En un principio todo estaba dominado por los bandidos de las Farc que, como ustedes saben, viven del tráfico de estupefacientes. Cuando se dio de baja al Negro Acacio, quien exportaba toneladas de cocaína hacia Venezuela y Centroamérica, la actividad de estos facinerosos se vino al suelo. Recuperamos el territorio con mucho esfuerzo y sangre de nuestros hombres; dieron de baja a 90 subversivos y cortamos el corredor principal de abastecimientos de armas y de pertrechos entre los ríos Guaviare y Vichada”. 

Transcripción de algunas notas tomadas textualmente de la intervención del coronel:

“La guerrilla se ha reorganizado desde la muerte del Negro Acacio, cuando eran 800 guerrilleros; hoy son  unos 150. Hoy actúan los frentes  16,  48 y  39, León de Apure, Compañía Mixta Oliverio Rincón en Cumaribo. El Embo ha mandado nuevos mandos para conectar el Triángulo Negro con el Yary.

Nuestra estrategia de ablandamiento de civiles con el Programa de Consolidación, repartición de volantes, propaganda y emisora han sido muy efectivos. Vamos a recuperar la ruta Cumaribo-Santa Rita-Guaviare, para paralizar el contrabando de gasolina y pertrechos que vienen de Venezuela con ‘anuencia’ de ese país. Las Farc cobran $50.000 por tambor; las bacrim, $30.000.

La coca se produce en Chaparral, Palmarito, Santa Rita y El Triángulo. Pero aquí traen cocaína de todo el país para exportarla desde la frontera. Hay cientos de trazas aéreas denunciadas por el Gaori, base de la FAC en Marandúa. Hay 250 trazas hacia Centroamérica. Las trazas se han duplicado en los últimos seis meses.

El bloque Pie de Monte Llanero de las autodefensas fue desarticulado por el Batallón Serviez en Guanape y El Viento, después de la entrega del Erpac en diciembre de 2011. En Príncipe cayeron 25 sujetos sin nombre. El bandido alias Pijavei está actuando hacia el norte, pero pronto caerá. Hemos confiscado 200 kilos de base en los dos últimos años”.

El Placer

El tablero quedó lleno de flechas y signos de interrogación, mientras el cuerpo del Boyaco seguía a la buena de Dios en las sabanas de El Placer, una de las regiones donde el conflicto de tierras es más agudo y permite, por tanto, ver con claridad las transformaciones que está viviendo el Llano. El cultivo de coca tuvo mucha fuerza hace 15 años. El Placer es una vereda del corregimiento de El Tuparro, muy cerca del Parque Nacional del mismo nombre, el único que tiene el país en los llanos del Orinoco. Es un sitio cercano por agua y trochas a Venezuela y no muy lejos de Brasil. En los años 80 era completamente baldío. Los campesinos que llegaron a partir de esos días iban a sembrar coca. Las fumigaciones y la erradicación comenzaron en 2005; hubo enfrentamientos menores con los paramilitares que unos años antes habían sacado a la guerrilla.

La erradicación permitió hacer negocios entre los erradicadores y los cocaleros. Muchos cortes no fueron tocados a cambio de un pago en efectivo; otros no fueron totalmente erradicados y se dejaba la “semilla” para que echara hoja unos días después. Es decir, los operativos dieron ocasión para hacer negocios. De todas maneras, sin coca, la región entró en crisis. Algunos campesinos lograron hacer con la producción de‘ base de cocaína ‘merca’ una base económica: compraron ganado, levantaron cercas y corrales, construyeron casas y algunos hasta compraron un camión o un motor fuera de borda. Los cultivadores grandes, no propiamente campesinos, abandonaron las tierras que se habían usado para el cultivo de coca dentro de las matas de monte, como se dijo. El precio de las tierras se derrumbó, casi diríamos, perdió todo valor económico. En realidad, sólo los colonos de tradición y algunos raspachines de cuna campesina se quedaron después de pasar la erradicación. El Gobierno hizo diversas ofertas en compensación y sólo cumplió con una comisión de técnicos del Sena que fueron a enseñar la sastrería y la preparación de yogures. La fumigación y la erradicación de coca han obligado a muchos campesinos a emigrar y dejar abandonadas sus mejoras. En consecuencia, el precio de la tierra cayó. Confidencialmente, la caída del precio de la tierra coincide con el momento en que se dan compras de mejoras, aparecen escrituras protocolarias, cartas-venta ficticias y presencia de nuevos propietarios escoltados por la Fuerza Pública, paramilitares o sicarios particulares.

Hace un par de años se presentaron, según testimonio de campesinos, unos señores escoltados por la Fuerza Pública en el corregimiento; reunieron a la comunidad y le hicieron saber que venían a reclamar las propiedades que habían adquirido mediante compra de los derechos que antiguos poseedores de predios tenían. Esos ‘poseedores’ eran en realidad los ‘inversionistas’ que habían abandonado las tierras que cultivaban con coca y que no tenían arraigo en la región. Como se puede suponer, hubo acaloradas discusiones sobre los derechos de propiedad sobre esas tierras legalmente baldías. Pasaron varias semanas antes de que regresaran los presuntos propietarios, pero esta vez no regresaron solos, venían acompañados de escoltas armados y topógrafos. Midieron las tierras, determinaron polígonos, tumbaron cercas y se fueron con la advertencia de que harían respetar sus propiedades. Los vecinos de El Placer no sabían qué hacer. 

La tierra reclamada suma unas 18.000 hectáreas en la vereda Camareta, inspección de El Tuparro. Los pretendidos propietarios exhiben títulos otorgados por el Incoder entre 2004 y 2006. El Instituto no ha respondido a las reclamaciones de los campesinos, a pesar de haber sido insistentes y regulares las demandas de actuación. En 2008 hubo una inspección ocular ordenada por la titular del Incoder en Vichada, sin que hasta el momento se conozcan los resultados de la visita. Ha habido comisiones oculares sin topógrafo, pero también con resultados desconocidos, como las resoluciones de topografía 000609 y 000610 de 2008, que no han sido cumplidas. El testimonio de la citada comunidad de Camareta es particularmente inquietante:

“El reclamante vivió en el 97 y vendió 4.500 hectáreas con carta-venta autenticada a Ovidio Pérez, y otras 1.500 hectáreas a Javier Humberto Cáceres, que abandonan los fundos y vuelven 20 años después a reclamarlos con títulos protocolarios respaldados por Erpac; sacan a cuatro colonos bajo amenazas y les pagan cualquier cosa por la firma de un documento en que el que dejan constancia que se van porque las guerrillas los quieren matar. A los que quedamos nos ‘aconsejan’ sembrar acacia mangium porque hay que progresar. Sabemos que eso es para que ‘empradicemos’ esto con árboles como en Puerto Gaitán y después nos quitan la tierra o nos la compran a cualquier precio”.

En la vereda La Esmeralda, de El Tuparro, hay reclamantes sobre 18.000 hectáreas que no saben dónde están las tierras que piden ni tienen documentos de ningún tipo. En otra vereda como Palmarito han tumbado las cercas y parado otras nuevas con postes de cemento y tractoreado 1.000 hectáreas para sembrar caucho. Hay otros negocios en Matagrande con pactos de retroventa sobre 12.000 hectáreas con 12 familias de El Placer. En las sabanas de Santa María, 17.000 hectáreas están siendo reclamadas a la fuerza por gente armada de un sujeto que dice ser de la Sijín.

Con algunas diferencias locales y formales, el modelo de apropiación de tierras que se da en El Tuparro se está llevando a cabo en todo el Vichada, sobre todo en las zonas más fértiles como en las vegas del río Meta desde El Viento hasta El Tuparro y en particular en el gran humedal de La Primavera, Santa Rosalía y La Venturosa. La gran mayoría de fundos en estas regiones tiene como respaldo jurídico un frágil documento llamado “carta-venta”, que es un papel donde consta de buena fe que tal predio con tales límites —un caño, un árbol, una lomita— pertenece a tal persona con cédula tal, y firmado de común acuerdo entre el vendedor y el comprador de las mejoras, que consisten en un rancho vara en tierra, un bebedero, una cerca y una topochera. Es todo. 

Como queda claro, se trata de un documento que se ha respetado entre llaneros de tradición pero que no tiene un sólido valor jurídico. Con todo, desde cuando Uribe bajó la bandera para colonizar aquellas tierras yermas que se pueden poner a producir sin dar un hachazo, numerosos intermediarios han llegado a comprar a las buenas o a las malas esos derechos consignados en las cartas-venta. No es excepcional que los acompañantes de los intermediarios, en realidad testaferros, sean destacamentos del Ejército Revolucionario Popular Anticomunista (Erpac), de “Héroes del Vichada” o de Autodefensas del Pie de Monte Llanero, Bloque Meta o simplemente hombres armados a órdenes del negociador de tierras. 

Mirado en su conjunto, el proceso es simple: primero el Gobierno fumiga y erradica los cultivos de coca. Muchos predios son abandonados y el precio de la tierra cae. Aparecen entonces los intermediarios y testaferros que compran barato o exhiben títulos falsos o, por lo menos, sospechosos. Las tierras reclamadas, casi siempre con el apoyo de grupos paramilitares, son enormes extensiones que pueden ser veredas enteras. El paso final, una vez resuelta la titularidad, es el cultivo agroindustrial de miles de hectáreas en jatropha, sorgo, soya, maíz transgénico, palma africana, caucho, teca, acacia magnium y ceiba tolúa. El proceso se puede observar claramente en el cambio de uso del suelo y cambios radicales en las formas de tenencia. Hoy las regiones, antes ganaderas, entre Puerto López y Puerto Gaitán, entre El Viento, Tres Matas, Gaviotas, La Primavera y Santa Rosalía, son gigantescas propiedades de firmas conocidas como Los Nuevos Llaneros. Este conflictivo proceso de apropiación de tierras en nombre del desarrollo está llegando hoy a los límites orientales del departamento de Vichada, como se ve en los casos de Palmarito, Chaparral y El Placer.

El ‘Boyaco’ 

Terminada la agitada sesión de las juntas sobre el problema agrario se presentó en Achacara una comisión de la Junta de Acción Comunal de El Placer, presidida por el inspector de Policía. Traían el cadáver del Boyaco y un video sobre el hallazgo y levantamiento de su cuerpo.

El Boyaco fue llevado por los paramilitares a las afueras del pueblo, donde hay un conjunto de casas abandonadas. En una de ellas, los vecinos, que se habían dispuesto a rescatar el cadáver “costara lo que costara”, encontraron huellas de sangre en el piso y un par de orificios de balas de fusil. Los perros escarbaron cerca de ese lugar y los vecinos —se ve en el video— encontraron primero una mano y luego un brazo. Más adelante, en otro lugar donde la tierra aparecía removida, fueron sacando los miembros, el tórax y la cabeza, naturalmente en estado de descomposición. El video muestra la tremenda labor de poner en su sitio cada parte del cuerpo mutilado. Hecho lo cual, dijeron, y siguiendo las instrucciones del inspector de Policía de Cumaribo, a quien correspondía el levantamiento, echaron en bolsas plásticas los restos y con ellos llegaron a Achacara.

La segunda sesión de la reunión de representantes de Juntas de Acción Comunal se inició con las denuncias hechas por los colonos de la región del Triángulo Negro: Chupave, Príncipe y Güérima. Es muy probable que Príncipe —llamado también La Victoria— haya sido una prolongación de la colonización de Planas después del alzamiento de Rafael Jaramillo en los años 60. Los colonos fueron corridos por el Ejército y después el Gobierno creó el resguardo Muco-Guarrojo. Más tarde la incipiente colonización fue reforzada por campesinos que huían del enfrentamiento entre el Ejército  y los frentes de las Farc en La Macarena y el alto Guaviare. Llegó esta segunda ola a cultivar coca y se extendió hasta Güérima. De otro lado, por la vía de Chupave llegaron colonos de La Serranía y de las vegas del Meta, sacados por los enfrentamientos entre guerrilla, paramilitares y Ejército. El frente 16, cuyo comandante era el Negro Acacio, gobernaba toda la región desde Barrancominas. Los colonos aceptaban el control que las Farc ejercían sobre todo movimiento de carácter económico y político. El Triángulo era una región apartada e ignorada hasta por los geógrafos. Y en cierta medida, después de la toma de Mitú por las Farc, un bolsón asediado por las Fuerzas Armadas, lo que redoblaba las medidas de “orden público” dictadas por el XVI, entre las cuales la más importante fue la venta obligatoria de la “merca”, o base de coca producida por colonos, al frente. El argumento era la seguridad. Los compradores de coca eran utilizados por el Ejército como informantes y por esa razón la guerrilla optó por monopolizar la compra. El gramaje que antes cobraban como impuesto se incluyó como descuento en el valor de compra de la base. Un precio, digamos, político. Quizás al principio el esquema funcionó y los colonos lo aceptaron de buena gana porque la presencia de la guerrilla en la zona dificultaba la entrada de la Fuerza Pública y equivalía a un sistema de protección. No obstante, poco a poco la escala del conflicto aumentó hasta el punto de que la guerrilla, en vez de pagar al contado, pagaba en vales. La modalidad fue aceptada al principio con resignación y más tarde con hostilidad, porque los insumos o precursores para la producción de la base no sólo se debían pagar de contado, sino que los comerciantes —aceptados por la guerrilla— vendían a precios que en ocasiones triplicaban el costo comercial en Villavicencio. Los colonos sabían que tal diferencia era compartida por los comerciantes con la guerrilla. Más aún, había comerciantes protegidos por el frente que compraban los vales a menor valor y la guerrilla se los pagaba a la vista y de contado. Total, la insatisfacción creció y hasta facilitó la entrada del Ejército y de los paramilitares por Güérima. Más aún, la guerrilla, cuando huyó a las selvas de Amanaven, dejó sin pagar una gran cantidad de esas deudas.

El Ejército, al mando del general Quiñones, organizó la operación ‘Gato Negro’, que obtuvo su máximo resultado con las muertes del Negro Acacio y de 90 de sus compañeros. Los paramilitares entraron al mando de Cuchillo en 17 camiones provenientes de Mapiripán que pasaron por Puerto Gaitán a pleno día y se dividieron en dos alas, una que fue regándose por El Viento, Tres Matas, Guacamayas y Gaviotas, y otra que ocupó San José de Ocuné y Güérima. Fue en esta región donde desaparecieron 42 personas en 2010, sin que hasta el momento se tenga razón de su paradero. Se sabe, sí, que uno de los coroneles del operativo ha sido juzgado por un falso positivo. Los colonos dicen que “más se demoraba uno en denunciar los atropellos del Ejército, que los paramilitares en perder al denunciante”. Hubo protestas y hasta marchas de desplazamiento para denunciar la conducta de las autoridades. El coronel Congo dio todas las garantías, pero las desapariciones no cesaron. La Iglesia y Acnur lo sabían. La Defensoría lo denunció en un informe de riesgo en 2010. Una comisión de colonos habló en Bogotá con el entonces ministro de Defensa, Rodrigo Rivera, y los atropellos cesaron, pero los desaparecidos no aparecieron. En un consejo de seguridad, los colonos declararon que no querían ningún grupo amado en la zona, pero, como es explicable, el conflicto no ha mermado y la guerrilla mantiene su presencia en Güérima y Príncipe, de donde se sigue sacando coca. Hace un año fueron secuestrados, y continúan sin regresar, unos ingenieros de la compañía petrolera que realiza estudios de sísmica. De la misma zona salió hace seis meses una comisión de la guerrilla hacia la región del Tuparro persiguiendo un grupo paramilitar que encontró en Chaparral, donde mataron a cinco de sus miembros y resultaron muertos tres civiles. Chaparral queda a muy poca distancia de El Placer, donde, como se ha dicho, hay un destacamento del Erpac. Se dice que este grupo armado está dedicado a facilitar los negocios que los tramitadores de fundos realizan a favor de las empresas agroindustriales en El Placer, Camareta, Matagrande, Esmeralda. Chaparral y Palmarito.

Espere mañana la última parte.

Por Alfredo Molano Bravo

 

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