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Tercera parada: Riohacha

"¡A bordo los cabos!", gritaron. En Santa Marta apenas clareaba, cuando el buque ARC Cartagena de Indias zarpó, con los viajeros de la Expedición Padilla, hacia Riohacha.

Juan David Torres
03 de octubre de 2011 - 09:59 p. m.

Las luces se reflejaban sobre el mar muy negro. Nadie despidió al Cartagena de Indias.

El Atlas, otro barco más enano, remolcó al buque. Entonces sonó un rechifle grueso y el Cartagena de Indias rodeó de a poco el morro, mientras una veintena de barcas descansaban cerca del muelle. Desde la cubierta, Alberto Abello, director de la expedición, agradeció al capitán Martínez, a cargo del navío, por ese paisaje. Martínez, desde el puente de mando, arriba, le dijo: “¡El mar es suyo!”.

Riohacha no tiene puerto. El buque tiene 4 metros de calado y necesita una profundidad del doble para atracar. Para tocar sus costas, con una velocidad promedio de 12 nudos, el buque tiene que fondear a 6 kilómetros de la orilla, descargar una lancha ballenera y desplazar a todos los tripulantes. Antes tiene que pasar, con el litoral Caribe a estribor, en profundidades de 50 o 70 metros, por Isla de la Aguja, Punta de Chengue, Cabo San Juan de Guía, rozar los ríos Mendiguaca, Guachaca, seguir por el Cabo de San Agustín y remontar por Camarones.

En la tapa McGregor, en popa, se reúnen algunos expedicionarios, y la primera advertencia que reciben de uno de los capitanes es sencilla: vomitar es natural en los viajantes, pero hay que mirar, primero, hacia donde va el viento. Y el viaje sigue. El buque, en comparación con el recorrido entre Barranquilla y Santa Marta, se ha movido muy poco. Todos, al parecer, ya han visto suficiente del mar, que es azul verdoso aún y es infinito aún. Dos delfines saltan por estribor.

¿Cómo conocer la ubicación del barco en medio del Caribe? El marinero Díaz explica que, gracias al cálculo del GPS, puede saber las coordenadas. Por eso algunos expedicionarios supieron a las 10:35 a.m. que el navío estaba cerca del río Cañas y cumpliendo la derrota a cabalidad.

Pasarían tres horas antes de que los marineros instalaran una escalera, pegada al casco de buque, para que los expedicionarios mayores y los periodistas llegaran a las costas de Riohacha a bordo de una lancha. Los 47 expedicionarios jóvenes no bajaron del buque. Riohacha se veía, lejos y plana, con un par de edificios. Alguien dijo, en el buque, que pensaba encontrarse un desierto, sin construcciones.

Por Juan David Torres

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