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Un descubrimiento precipitado

¿En qué fallaron los investigadores que creyeron haber hecho el hallazgo del siglo? Juan Diego Soler, astrofísico colombiano que trabaja en la Agencia Espacial Europea, le explicó a El Espectador cuál fue el error.

Sergio Silva Numa
25 de septiembre de 2014 - 11:45 a. m.
El blanco y el azul representan las nubes de polvo interestelar en la Vía Láctea. El color rojo son las señales producidas por el Big Bang.  /planck.cf.ac.uk
El blanco y el azul representan las nubes de polvo interestelar en la Vía Láctea. El color rojo son las señales producidas por el Big Bang. /planck.cf.ac.uk

Los primeros días de mayo la Agencia Espacial Europea (ESA) hizo público un trabajo que, aunque parecía ser clave en la historia de la astrofísica y la cosmología, no resultó ser tan relevante para los medios de comunicación. En aquel hallazgo, la ESA dio a conocer una especie de mapa en el que mostraba cómo era el campo magnético de la Vía Láctea: un campo repleto de incontables partículas microscópicas llamadas polvo interestelar (ver imagen). Y pese a que entonces la publicación no fue tan comentada ni tan sorprendente, hoy es uno de los pilares que tienen en entredicho el que algunos llamaron el descubrimiento más relevante del último siglo: el primer eco del Big Bang.

En ese superdescubrimiento, dado a conocer el 16 de marzo de este año, científicos de la U. de Harvard y el Instituto Smithsonian aseguraron haber dado con las ondas que se crearon justo después de que el Big Bang se expandió y dejó de ser una concentración de energía y masa ultracondensada. Para ser exactos, dieron con las ondas gravitacionales que se formaron una trillonésima de una trillonésima de una trillonésima de segundo después de la explosión. Lo hicieron utilizando el telescopio Bicep2, un armatoste ubicado en el Polo Sur que les permitió ver a través de una ventana en la galaxia del tamaño de diez lunas terrestres, que creían libre de aquel polvo.

Sin embargo, en la gráfica publicada dos meses después por la ESA y lograda gracias al satélite Planck, se podía ver cómo el cielo, casi sin excepción, estaba lleno de esos diminutos fragmentos compuestos de carbono y silicio y similares al humo del cigarrillo. Y esto, en parte, podía crear confusiones a la hora de medir las ondas del Big Bang.

Esa fue la suposición que confirmaron esta semana más de 200 investigadores de la ESA, después de cinco años de analizar las mediciones que hacía el satélite Planck, lanzado en 2009 y ubicado entre Marte y la Tierra. “Confirmamos que quienes trabajaban con Bicep2 observaban un pedazo de cielo que no había sido medido con tanta precisión como ahora. El resultado es que nos percatamos de que hay más contaminación de polvo interestelar de la que creíamos. Entonces ahora sabemos que midieron algo, pero no estamos seguros si son señales provenientes del Big Bang o de esa contaminación. Fue un descubrimiento que generó unas expectativas tremendas. Usaron lo mejor que tenían, pero se precipitaron”, explica Juan Diego Soler, un astrofísico colombiano coautor del trabajo de la Agencia Espacial Europea, que será dado a conocer en su totalidad a finales de este año.

Soler, quien le habló a El Espectador desde Francia, tiene una analogía que resume todo este embrollo: “imagínese que observa el cielo azul y cree que entre usted y él no hay absolutamente nada más. Eso, a primera vista. Pero en realidad están separados por una capa de neblina que no le permite ver qué es lo que hay en verdad del otro lado”.

En palabras más precisas: Bicep2, ubicado en uno de los extremos terrestres, era incapaz de medir los nueve colores (entre los que están radiaciones infrarrojas y frecuencias de microondas) que mide el satélite Planck. ¿La razón? La atmósfera genera interferencias significativas. “Tomarle una foto al Big Bang implica traspasar una serie de muchos vidrios”, dice Soler.

Entonces, ¿el descubrimiento de la ondas gravitacionales queda en vilo? “Hasta ahora no hay nada concluyente. Sigue siendo una carrera abierta. Carrera que quizás termine cuando en diciembre se lance un globo al espacio mucho más preciso que va a confirmar una cosa: la existencia de las ondas gravitacionales”.

Por Sergio Silva Numa

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