Un vínculo que se lleva a la cancha

Para muchos, uno de los momentos más esperados de la paternidad es compartir con los hijos la pasión por el fútbol. La forma en la que se aborde este, o cualquier otro deporte, puede afectar la relación padre e hijo de diferentes maneras. Tome nota.

Redacción Especiales *
15 de junio de 2019 - 05:51 p. m.
Lo más importante es comprender los motivos por los que el niño practica el deporte y no modificarlos.   / Getty Images
Lo más importante es comprender los motivos por los que el niño practica el deporte y no modificarlos. / Getty Images

Papá compra dos camisetas: una lleva el escudo de la selección Colombia, la otra, la del club de sus amores. Están lejos de quedarle, pero le horma perfecto a su pequeño hijo, que apenas está comenzando a saborear, de su mano, las mieles del fútbol. Así se da el primer paso para afianzar una fuerte relación en torno al deporte.

Es casi una ley. Todo padre añora compartir con su hijo, a veces incluso antes de nacer, la pasión por un equipo y por un deporte que, en la mayoría de hogares colombianos, termina siendo el fútbol. Ver juntos los partidos de los fines de semana, ir al estadio a alentar al club e incluso verlos convertirse en futbolistas hacen parte de esa ilusión que nace con la primera patada en el vientre, se fortalece luego de dar los primeros pasos y se consolida al ir a la primera clase en la escuela deportiva.

Para Mercedes Alfonso, psicóloga especialista en deporte, construir una relación en torno al fútbol tiene muchos beneficios. “El padre tiene con quién compartir su gusto y, si resulta siendo mutuo, esto termina por fortalecer los lazos y arraigar la relación padre e hijo”.

Se trata de un hecho que se da en todos los deportes, pero que en Colombia se ve particularmente en el fútbol por ser “el más popular, el que más nos llega en transmisiones como la Copa América, el que más alegrías genera, como en el mundial de Brasil y en el que vemos a figuras nacionales con familias muy bien estructuradas, lo que a su vez genera identificación y el deseo de seguir esos modelos”, comenta la experta, que desde hace ocho años trabaja con Independiente Santa Fe.

Ahora bien, agrega, la relación se arraiga por múltiples razones: “Padre e hijo comparten mucho tiempo yendo a las clases, viajando a torneos fuera de la ciudad, viviendo victorias y derrotas juntos. Por una parte, el papá se mete tanto en esa relación que termina identificándose con lo que el pequeño está haciendo y con lo que siente ante cada situación; por otra, esto le puede traer recuerdos de lo que él mismo vivió con su propio padre”. Adicionalmente, es una realidad que el fútbol es un espacio de socialización, de formación en valores y de disciplina, lo que a su vez se traduce en ver crecer a un hijo.

No obstante, advierte Alfonso, las relaciones en torno a las escuelas y a una vida como deportista se deben llevar con cuidado. En primer lugar, el gusto por el fútbol debe ser mutuo, “si no lo es, toda la experiencia se convierte en una pesadilla”. Adicionalmente, es importante comprender por qué motivo un niño practica un deporte. “Ojalá sea por diversión, cosa que no se debe cortar nunca, y no por una frustración del papá, que se ve muy a menudo”.

En este sentido, el libro Psicología de la actividad física y el deporte, de Joaquín Dosil, describe seis roles que un padre puede tomar al apoyar deportivamente a sus hijos, que pueden afectar tanto a los pequeños y su relación con el fútbol como a la relación entre ambos e incluso al entorno familiar. Alfonso, que ha investigado dichos impactos, los explica:

Colaboradores

Son los que todos esperan tener. Colaboran con otros papás, conocen los límites del acompañamiento que pueden ofrecer, entienden que el entrenador es el que da la formación deportiva, transmiten a partir del ejemplo, respetan a todos los miembros de la comunidad deportiva, apoyan a sus hijos y entienden la importancia de su rol. Terminan generando un jugador seguro, que comunica adecuadamente, sabe tomar decisiones, tiene sentido de pertenencia por la institución a la que pertenece, disfruta lo que hace y tiene metas y objetivos claros por los cuales trabaja a diario.

Críticos

Nunca están satisfechos con el rendimiento del chico y no reconocen los aspectos positivos. “Si mi hijo es delantero y tuvo diez opciones de gol pero hizo ocho, no me sirve porque las dos quedarán faltando para ser el goleador de la temporada”. De acuerdo con la experta, se expresan de manera vulgar y agresiva e incluso agreden verbal y físicamente al jugador, usando narrativas como que no sirven para nada o que les están haciendo perder el tiempo. Esto genera baja autoestima, pérdida de autoconfianza, dificultad para tomar decisiones, aislamiento del equipo, abandono y, en el peor de los casos, autolesiones y somatización del dolor.

Entrenadores

Todo el tiempo dan instrucciones. Creen saber del deporte que practica su hijo y, en vez de confiar en el profesional que le va a dar la formación al niño, desconocen el rol del entrenador y lo asumen, dificultando que culmine un proceso. “Esto genera confusión, pues dependiendo de la etapa de la vida, el referente del niño es el padre, pues es quien lo acerca a un proceso deportivo, y luego el entrenador que le está enseñando. Cuando llega la hora de jugar un partido y ambas figuras comienzan a dar órdenes, el jugador no sabe a quién hacerle caso”. De esta manera se termina afectando al equipo, el desarrollo del juego y la creatividad del pequeño, que solo hace lo que le dicta el papá desde fuera de la cancha.

Sobreprotectores

Se preocupan excesivamente por la seguridad del jugador, lo que puede llevar a que no respeten los límites y normas de la competencia. “En algún momento vi una jugada en la que se da un choque y primero entran el papá y la hermanita a atender al jugador. El papá hace un movimiento y termina lesionándolo”. No permiten la interacción con otros compañeros por pensar que los van a agredir o a enseñar malas cosas y tampoco los dejan asumir responsabilidades o compromisos y sobredimensionan cualquier lesión. “Como resultado, los jugadores no toman decisiones en el campo de juego, pierden confianza en sí mismos, porque sienten que los papás no confían en ellos, sienten que no están a la altura de lo que demanda la actividad y terminan por desertar”.

Desinteresados

No se involucran en la actividad deportiva de su hijo, al punto de no saber información básica: la categoría en la que está, qué torneos juega, cómo se llama el entrenador y hasta el equipo con el que entrena. Tienden a delegar a terceros el acompañamiento en el proceso deportivo y van en aumento a raíz de la tecnología, ya que se la pasan todo el tiempo en el celular. Esto termina por generar un vacío emocional en el deportista, que deja marcas por la falta de apoyo en momentos verdaderamente significativos, llevando a la deserción, “ya que quien lo acerca al fútbol sí o sí es el papá” y, en el peor de los casos, incluso se ha evidenciado consumo de sustancias psicoactivas.

Por Redacción Especiales *

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