Una fórmula para vencer la pobreza

Un programa de enfermeras que acompañan a las mujeres en riesgo de consumir alcohol y fumar durante el embarazo y los dos primeros años de crianza ha demostrado ser una de las estrategias más efectivas y baratas para cerrar brechas sociales.

Redacción Vivir
16 de septiembre de 2014 - 11:20 a. m.
El 60% de los niños que padecieron el síndrome de alcohol fetal ya han sido suspendidos de la escuela hacia los 14 años. / EFE
El 60% de los niños que padecieron el síndrome de alcohol fetal ya han sido suspendidos de la escuela hacia los 14 años. / EFE
Foto: AFP - LIONEL BONAVENTURE

“A medida que nuestros hijos crecían, una de sus compañeras de juego era una niña llamada Jessica. Nuestros hijos desaparecían con Jessica para hacer castillos, construir una casa en el árbol y compartir sueños. Siempre estábamos preocupados porque —no hay forma amable de decirlo— Jessica era un desastre”.

Así comienza el ensayo publicado recientemente por el columnista Nicholas Kristof y su esposa Sheryl WuDunn en The New York Times y en el que exploran las brechas educativas, al tiempo que plantean una sencilla idea para reducirlas.

Los dos periodistas cuentan que Jessica era hija de una madre adolescente con problemas de drogas. Nunca conoció a su padre. “Aunque Jessica era muy inteligente, usaba su inteligencia para convertirse en una mentirosa prodigiosa”, escriben. Su destino más probable seguramente es terminar en la cárcel o con un embarazo precoz. En sexto grado ya había sido expulsada de la escuela.

De acuerdo con los autores una de las razones por las que Estados Unidos y otros países no logran avanzar en su lucha contra la pobreza es que las intervenciones son tardías. El momento para actuar en casos como el de Jessica y miles de niños más, según lo han demostrado las investigaciones de las últimas décadas, es idealmente durante los dos primeros años de vida. Incluso antes, en el embarazo.

Evidencia clara

Un estudio conducido por la Universidad de Washington, por ejemplo, encontró que el 60% de los niños que padecieron el síndrome de alcohol fetal (resultado del consumo de alcohol de la madre durante el embarazo) ya han sido suspendidos de la escuela hacia los 14 años, y casi la mitad presentaba comportamiento sexual inapropiado, como masturbarse públicamente.

Patricia A. Brennan, de la Universidad de Emory, halló que los hijos de madres fumadoras (más de un paquete al día) tenían el doble de riesgo de ser criminales violentos en la adultez. El alcohol, el cigarrillo y el aire contaminado de las ciudades tienen efectos poderosos sobre el desarrollo del sistema nervioso de los niños.

De hecho, algunos investigadores creen que el incremento de la violencia en la mitad del siglo XX se puede atribuir a los contaminantes en el aire. Asimismo explican la disminución de las cifras a partir de 1990 por la eliminación del plomo en la gasolina.

Pero eso no es todo. En el análisis de datos que hacen Kristoff y su esposa para entender dónde se originan las diferencias más dramáticas entre unos niños y otros, también revisaron trabajos como el de Michael Meaney, de la Universidad de McGill, en Canadá, quien ha demostrado que entre las ratas hay algunas que limpian y lamen mucho más a sus crías que otras. Al hacer una serie de experimentos con los dos grupos, Meaney logró demostrar que aquellas más “consentidas” eran más curiosas e inteligentes y vivían más.

La teoría detrás de estos resultados es que el afecto y los cuidados de la madre hacen desarrollar estructuras cerebrales que regulan el estrés. De esta manera, cuando una cría no recibe tanta atención y está sometida a una situación de tensión, su cerebro es moldeado mucho más por hormonas como el cortisol (asociadas al estrés). Algo similar ocurre en humanos, como lo han demostrado decenas de estudios. Esto de alguna manera nos prepara para una vida llena de peligros y ansiedad, lo cual era útil en la prehistoria pero no del todo en el mundo moderno.

Alianza familia-enfermeras

Con toda esta información sobre la mesa, los dos periodistas se acercaron al trabajo que viene realizando David Olds, quien ideó una iniciativa bautizada Alianza Enfermera-Familia (Nurse-Family Partnership). Olds comenzó su carrera trabajando con niños de cuatro años, hijos de madres con problemas de alcohol, drogas o tabaco, para descubrir que incluso a esa edad la brecha ya era amplia.

La solución fue asignar una enfermera que acompañara a las madres embarazadas y en riesgo de consumir este tipo de sustancias y que continuara presente durante los dos primeros años de vida del niño. El programa, que lleva varios años operando en Estados Unidos, ha sido evaluado de la forma más rigurosa posible por diferentes expertos y los resultados hasta ahora hablan por sí solos. Aquellos niños cuyas madres recibieron acompañamiento presentaron 79% menos abusos que los que no recibieron.

A los 15 años, estos niños presentaron la mitad de situaciones legales que los del grupo de control. Una evaluación de la corporación Rand encontró que cada dólar invertido en este programa tenía un retorno social cercano de $5,70.

“Así que aquí tenemos un programa antipobreza que es barato, está respaldado por evidencia rigurosa y se paga a sí mismo al reducir costos a largo plazo”, concluyeron los autores.

El programa de Olds deja dos lecciones, según los autores: que invertir en la primera etapa de la vida es lo más rentable y que ayudar en la tarea de crianza a quienes más lo necesitan es más económico que invertir miles de dólares más adelante para solucionar los problemas que generan los niños que no recibieron el apoyo adecuado.

Por Redacción Vivir

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