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Una invitación a la acción decidida por nuestra comunidad educativa

De alguna manera esta realidad se traduce en elementos que afectan la apuesta por una educación integral y de calidad.

Padre Hárold Castilla Devoz, rector general Uniminuto
08 de noviembre de 2020 - 02:00 p. m.
El aprendizaje remoto ha influido en el deterioro de comunicación que tienen los estudiantes con sus amigos.
El aprendizaje remoto ha influido en el deterioro de comunicación que tienen los estudiantes con sus amigos.
Foto: Cortesía

A los que estamos sumergidos en el sector educativo, cualquiera que sea su nivel y modalidad, pero también a toda la sociedad en general, se nos plantean nuevas preguntas en torno a lo que significa hoy el servicio que prestamos. Hablando de la educación superior, surgen preguntas, tales como: ¿cuáles han de ser los nuevos modelos educativos de este nivel tras la crisis generada por el covid-19? ¿Cómo han y van a reaccionar las Instituciones de Educación Superior (IES)? ¿Qué perspectivas de calidad y pertinencia se dan a propósito de posiblemente un peso mayor la formación en línea? ¿Cuál es la importancia que tienen el bienestar mental y físico para los nuevos formatos de enseñanza y aprendizaje?

Entre todas las preguntas formuladas, quisiera dedicar estas líneas de opinión al último cuestionamiento, ya que si bien los modelos de aprendizaje remoto, y luego, de alternancia, han permitido la continuidad del servicio educativo, también ha afectado de alguna manera las dinámicas psicoemocionales y sociales de los estudiantes, y de la comunidad académica. Algunos estudios hablan de una afectación grave en la salud mental de los estudiantes, profesores y demás colaboradores de las IES que preocupa a sus familias y a las mismas instituciones y, por ende, nos hemos interesado en diseñar y ejecutar acciones oportunas para mitigar los riesgos asociados a esa realidad. Los estudios hablan de desconexión personal, que incide en la baja capacidad de autorregulación del aprendizaje, y de complejidades socioemocionales como el aislamiento social, la falta de comunicación de los estudiantes con sus profesores y pares, el descontrol en el horario regular, la ansiedad con respecto al contagio o no del COVID-19 y las preocupaciones económicas. En este sentido, se ha evidenciado empíricamente que un grupo significativo de la población estudiantil tiene problemas socioemocionales. Así lo dejó ver un estudio realizado por la Asociación Colombiana de Universidades (Ascún), consultando la percepción de más de 15 mil estudiantes (Cfr. Ascún, “Los estudiantes tienen la palabra”, mayo 2020), quienes expresan haber experimentado un deterioro en la comunicación con sus amigos, y en consecuencia de ello, sentir soledad. También manifiestan que han dejado de dormir las horas suficientes para mantener su equilibrio emocional, y a su vez, que han cambiado sus hábitos alimenticios.

De alguna manera esta realidad se traduce en elementos que afectan la apuesta por una educación integral y de calidad. La pérdida de aprendizaje en competencias y habilidades, la contracción en el número de estudiantes que implica el desarrollo de un capital humano competente para el futuro del trabajo y del desarrollo de la sociedad. Todo ello influye finalmente en un proyecto educativo poco equitativo porque son muchos los estudiantes que no tendrán la oportunidad de seguir accediendo al sistema o permaneciendo en él, y otros más que no podrán graduarse, generando frustraciones.

Ante este panorama, nos preguntamos ¿cuál puede ser la contribución de las IES para mitigar y blindar los riesgos que hemos evidenciado? Lo más importante es ayudar a toda la comunidad educativa, especialmente a estudiantes y profesores, a gestionar los cambios provocados por la incertidumbre, conscientes que esta situación pasará, ofreciendo la oportunidad para comenzar de nuevo con resiliencia y esperanza como claves de un camino educativo flexible y mucho más productivo. Observar, atender y escuchar las necesidades de las personas es la clave con la cual las unidades de asuntos estudiantiles o de bienestar institucional deberán atender sus preocupaciones con cuidado y ayudarles a afrontar los problemas. La apuesta por un proyecto de vida que creativamente se reimagina y reformula en sus objetivos y en sus nuevas prácticas y hábitos. Así pues, no dejar a ningún estudiante atrás es lo propio del “alma mater” que asegura el derecho de todos a la educación superior apostando por una calidad en sus potencialidades para el desarrollo social. Parte del futuro no solo depende de una buena política social sino de una sociedad resiliente donde las IES son y serán un actor muy importante para la construcción de un nuevo modelo cultural y social.

Por Padre Hárold Castilla Devoz, rector general Uniminuto

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