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¿Violencia religiosa?

Hay quienes presentan protestas actuales como revueltas del mundo árabe (lo que es cierto si quitamos de la lista a Irán, que no es árabe sino persa), basadas en factores religiosos y agendas de terroristas en un discurso donde confluye la islamofobia y la ignorancia.

Víctor de Currea-Lugo, PhD (Profesor Universidad Javeriana)
09 de marzo de 2011 - 10:16 a. m.

Hay grupos musulmanes porque son países donde se profesa mayoritariamente dicha fe. Pero de ahí a presentar las revueltas como religiosas, equivaldría a decir que Colombia tiene una guerra religiosa porque el ELN ha tenido curas en sus filas y porque el sacerdote de turno bendice las armas en los juramentos de bandera del ejército.

La “agenda musulmana” (si hubiera una cosa así en las protestas), es tan disímil como los pueblos de la zona. El papel de los grupos musulmanes organizados políticamente en Túnez fue poco menos que anecdótico; en Egipto constituyen el grupo con mayor capacidad por su nivel de organización pero jugaron un papel secundario en el inicio y desarrollo de las manifestaciones. En las revueltas de El Cairo los Hermanos Musulmanes se sumaron tarde. Su meta no es el poder político, el cual, en todo caso, sería un medio y no un fin.

En Argelia la cosa es diferente, ganaron las elecciones en 2005 y por lo mismo fueron ilegalizados por el mismo presidente que ahora reprime las protestas. En el caso de Yemen, hay tanto suníes (53%) como chiíes (46%) –las dos ramas más importantes del Islam- con lo cual el choque entre congregaciones, como se da en Irak, es un riesgo que está sobre la mesa.

En Libia, algunos pocos imanes llamaron a rechazar las protestas y otros, la mayoría, condenaron al gobierno luego de las masacres de civiles. Ambos lados en el conflicto armado son musulmanes, sin que unos sean más radicales que los otros en términos religiosos. En Bahréin, son los suníes lo que gobiernan y los chiíes los que protestan, aunque la consigna que más se oye en la calle es: “ni suníes, ni chiíes, todos somos bahreiníes”.

Los movimientos musulmanes tienen una gran capacidad para convocar y organizar la sociedad, redes para garantizar lo que el Estado debería proveer: servicios sociales. El debate que sí tiene sentido con los grupos musulmanes es su aceptación o no de la democracia y de los derechos humanos, pero si se está hablando del modelo de democracia que los Estados Unidos han “construido” en Irak y Afganistán, lo respuesta que se espera es un no rotundo. Ahora, si hablamos de una democracia más ideal, ahí aparece el dilema en términos de la formulación de un Estado laico o de un Estado religioso, pero ese debate es válido frente a todo tipo de Estado confesional, sea musulmán (como Pakistán donde persiguen cristianos) sea cristiano o judío, como Estado israelí excluyente de no judíos.

Decir que toda violencia en el norte de África y en el Medio Oriente es “violencia radical terrorista musulmana” es incorrecto. No son más musulmanes que los colombianos católicos, pero no sería correcto decir que los “falsos positivos” son parte de la violencia cristiana.

Queda por mencionar el grupo terrorista Al-Qaeda. Es el más conocidos pero prácticamente inexistentes en estas protestas. De hecho, han sido rechazados en otras guerras: Hamas no los quiere en Palestina, Hizbollah no los quiere en el Libano, las guerrillas de Ogaden en Etiopia los consideran contrarios a su agenda, y los rebeldes de Darfur los rechazan abiertamente. Al-Qaeda es sin duda un grupo terrorista pero no se puede satanizar una cultura ni una religión por un puñado de asesinos.

Presentar los árabes de esa manera ha servido para, entre otras cosas, perpetuar la ocupación de Israel en Palestina. La caricatura de que todos los musulmanes son árabes (Indonesia e Irán, por ejemplo, no son árabes pero sí musulmanes), de que todos los árabes son musulmanes (hay cristianos árabes en el Líbano, en Irak, en Egipto, en Siria, en Palestina) y de que todos juntos son terroristas radicales es tan injusto como falso. Los colombianos que tanto hemos sufrido la estigmatización en el exterior entendemos claramente lo perverso de tales discursos.
 

Por Víctor de Currea-Lugo, PhD (Profesor Universidad Javeriana)

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